Historias de un Huracan sin rumbo
Tuesday, February 21, 2006
  Pasta y rugby
Ayer me quedé solo después de varios días con mis hijos de visita. Al menos estuvimos juntos estos días, a pesar de que hizo un tremendo frío, ya que entre resfríos y el frío que hizo, no pudimos hacer todo lo que habíamos planeado. Una vez que los dejé en el aeropuerto me sentí muy solo, y me volvió una sensación como aquella que hace diez años me llevó a volver a vivir con mi familia después de haberme separado. Sensación que quiero pelear duro esta vez y a pesar de que generalmente me he considerado una persona fuerte, es en estos momentos que me baja la inseguridad por todos lados. Espero que esta vez no termine igual. Es un proceso esto, acostumbrarme a vivir sólo. Una alternativa es que no esté tan sólo, pero conocer a alguien toma tiempo y tengo poca práctica en esas lides después de tantos años.

De Steve y su posible traslado a Boston no he oído nada, Keith me llamó una vez y fuera de decirme que si, que saldría a comer conmigo pero que supiera que él estaba saliendo con alguien. Es decir que no me haga muchas expectativas. Mi amigo abogado me manda saludos cariñosos, pero no nos hemos visto hace meses. Los amigos de años atrás están medio desaparecidos, lo que es normal, supongo, han pasado muchos años y es diferente venir a verlos de vez en cuando de venirse a vivir a la misma ciudad. Claro, tampoco los ando persiguiendo. Todo esto no quiere decir que no tenga amigos. Al contrario, los tengo, y algunos buenos. Como John, el irlandés.

Por eso cuando volví a Manhattan, tomé el celular y le dije a John que andaba por el Village y que si estaba con ganas de salir a tomar algo. Es buen amigo John. Como yo andaba en auto, me sugirió que lo pasara a recoger a su casa en Hudson Street. Me paré al frente de su edificio, lo llamé, y al minuto apareció y se subió al auto. Se le ocurrió ir a un bar que está por ahí cerca, Meet, por lo que terminé estacionando a la vuelta de la esquina de su departamento. Caminamos y llegamos a Meet, que resultó estar cerrado. Retrocedimos por la calle Gansevoort y nos metimos a Macelleria, un restaurante italiano que a esa hora estaba vacío y que tiene una barra larga en un estilo tradicional, así como de club social de provincia. Nos instalamos en la barra, pedimos un par de copas de vino, y nos quedamos conversando.

Hace un par de días John me había mandado un críptico e-mail contándome que tendría un huésped por un tiempo en su casa, un joven italiano de su equipo de rugby. Nada más. Y ahí en el bar me dijo que su huésped ya estaba instalado en su departamento. Y que esa tarde cocinaría una cena italiana, a la que me invitaba. De paso me mencionó que el italiano era un excelente jugador de rugby y además estupendo. Le dije en broma que, claro, el tipo es estupendo y por eso le da alojamiento gratis en su casa. Se rió y me dijo que no, que le iba a cobrar, y que muy lamentablemente, era heterosexual. Me contó que una vez que aclaró su orientación sexual le hizo notar que el equipo de rugby al cuál se había incorporado era un equipo gay.
Riccardo, así se llama el italiano, había reaccionado muy mal a ese comentario, me dijo John que en realidad se había enojado. Le dijo que por qué lo discriminaban, que si acaso a John le hubiera gustado que al entrar al equipo que él tiene en Italia le hubieran advertido que el equipo era heterosexual. John le explicó que el hecho que históricamente los gays no hayan sido bien recibidos en los equipos deportivos había llevado a que estos equipos se definieran como abiertos a todos. Lo que era una contradicción con la afirmación de que es un equipo gay. Semántica. Pero en el fondo, una diferencia generacional. A Riccardo le parece que no hay rollo con ser gay o hetero, que es todo natural y normal. John y yo somos más viejos, nos cuesta todavía ponernos en esa onda. Me recordó la insistencia de mi amigo Barro acerca de que vea la película española Krampack, que según él identifica mejor a su generación. La misma generación de Riccardo. Justo ayer la había visto, finalmente, y se la recomendé a John.

Seguimos de un rato de conversación en el bar, a la cuál se incorporó el barman, quién aprovechó de contar que trabaja como cómico en boliches por ahí en el Village. Curioso, estábamos teniendo una conversación abiertamente acerca de temas gay, que evidentemente éramos dos amigos gay. Y el barman se metió a la conversación como le corresponde a un buen barman neoyorquino, sin prejuicios, sin rollos. El restaurante ya se había ido llenando cuando sonó el celular de John, y tuvimos que partir a Balducci’s a recoger una baguette para la comida, por instrucciones de Riccardo. Claro, después de pagarle al simpático barman 50 dólares por dos copas de vino tinto por cabeza. Debimos pedir una botella...

Cuándo llegamos al departamento con el pan y unas trufas para el café apareció el cocinero. Riccardo, un italiano muy atractivo, tranquilo, tratando de mantener una expresión que no se como definir, “European cool” es lo único que se me viene a la cabeza. Lamentable que sea heterosexual, un desperdicio. Seguro que su mamá le enseñó la receta para la salsa que preparó para la pasta. Estuve observándolo en la cocina mientras me tomaba una tercera copa de vino. Lenta y pacientemente preparando la salsa, mientras los penne hervían para llegar a estar a punto. John estaba sorprendido de los pocos ingredientes que le habìa pedido Riccardo para preparar la salsa. Más sorprendido estaba cuando, ya sentados a la mesa, probamos la exquisita pasta que nos preparó. Realmente espectacular. Cuando quiera Riccardo se puede venir a quedar a mi casa, con la condición de que cocine de vez en cuando.

Terminamos de comer y John ofreció café. Riccardo no se interesó, hasta que John especificó que prepararía, si queríamos, Irish Coffee. Se le iluminaron los ojos al italiano y John preparó el mejor Irish Coffee que he tomado. Contó que en su tiempo trabajó de mozo en un pub en Irlanda, antes de convertirse en ejecutivo informático. Y que había un secreto para que quedara bien, el cuál nos contó. Pero no lo pongo aquí porque dejarìa de ser secreto. Eso dio para una conversación animada sobre todo, incluyendo arreglar los problemas del mundo, lo que es fácil una vez que se ha tomado tres copas de vino y un Irish Coffee con buen Whisky irlandés. Riccardo resultó ser un joven encantador, más aún porque en las discusiones siempre se ponía de mi lado.

Volví a mi departamento vacío bastante tarde, pero contento. Fue una buena terapia para el día en que me quedé solo. Gracias, John por ser un buen amigo.
 
Thursday, February 16, 2006
  San Valentín y qué?
Hay mucho para bloguear, poco tiempo para hacerlo, pero me acaban de cancelar una reunión que tenía a las 7 AM y me queda un rato libre para escribir. La acumulación de nieve en esta ciudad se ha vuelto un asco con el calor que se vino encima ayer. Por todos lados se empezó a derretir la nieve que cayó el fin de semana y el resultado es un granizado barroso, pozas mugrientas en la calle, zapatos mojados, resbalones y caídas.
Image Hosted by ImageShack.us
Encima se le ocurrió al alcalde Bloomberg meter unos camiones gigantes que andan recogiendo lo nieve para llevársela fuera de la ciudad (¿irá a hacer una cancha de esquí para los pobres a lo Lavín?..., en realidad está tratando de despejar las calles solamente). Eso paralizó el tráfico a un nivel que los taxistas se querían poner a llorar ayer en la mañana. Solidaricé verbalmente con uno de ellos y me llevó gratis. “You are a good man…!”, me dijo… A veces unas palabritas de aliento es todo lo que hace falta.

El calor y el granizado de barro van a seguir por un par de días y después viene una ola de frío extremo, que va a volver hielo las pozas que todavía queden, convirtiendo las calles en canchas de patinaje. No hay remedio, el invierno esta bien hijo de puta este año.

San Valentín, el día de los enamorados, fue un non-event para mí. Nadie me llamó para decirme que estaba enamorado de mí. Ni me mandaron flores ni tarjetas. Llamé a la madre de mis hijos, que no voy a dejar de querer nunca, y le mandé unas rosas a una viejita de 75 años que vive en el campo sola desde que enviudó hace un par de años y que quiero mucho.

El día de los enamorados terminó en el gimnasio, donde me sorprendió ver una cantidad de magníficos ejemplares masculinos que evidentemente no se encontraban celebrando el día con sus parejas, sino que ejercitando sus cuerpecitos a punta de fierro. Uno en particular me llamó la atención. Me lo encontré al terminar mi sesión de entrenamiento en el baño de vapor. En el minuto que nos quedamos los dos solos estuve a punto de hacerle la pregunta del millón, qué como era posible que un ejemplar como él estuviera sin pareja en ese día. Pregunta cargada…, pero no me atreví, la prudencia pudo más. No quería que me dijera, bueno, que su novia estaba de viaje de negocios o algo así. Lo que hubiese querido oir es que aún no ha encontrado al hombre de sus sueños, o mejor aún, que un maldito pendejo le destrozó el corazón y que ahora quiere una relación con un hombre maduro… En fin, soñar es gratis.

Me pasa que un día me siento viejo y desubicado, y al siguiente algo pasa que me repone la autoestima con venganza. Como el chico asiático lindo y musculoso que me eligió como objeto de su deseo en su necesidad de “release” en el baño de vapor el lunes pasado. ¿Por qué a mi? O el muchacho de 30 años, modelo part-time y empresario cibernético, que decidió que yo le daba “consuelo” a su corazón roto por un ex desconsiderado y mentiroso, y que yo era el único en quien puede confiar que no le va a hacer daño (obviamente no conoce todo mi currículo). Y este muchacho aparece por mi casa a las horas mas extrañas a visitarme, necesitado de cariño. Con aviso previo, pero a horas raras. A pesar de sus 30 años parece un adolescente, tanto por la líbido insaciable, como por su comportamiento emocional. Igual es un ventarrón de aire fresco y puro para este potro viejo.


Pero definitivamente no es eso lo que busco. Me encuentro de repente mirando con cara de cordero degollado a algunos cuarentones de pelo plateado que veo por la calle o en el gimnasio. Cuarentones que no miran de vuelta. No creo que pueda construir una vida social enriquecedora con muchachitos décadas menores que yo. Por muy tentador que sea, no es lo que quiero. Pero la gente de mi edad es difícil, están curtidos, apaleados, semi-exterminados por la epidemia que los agarró en los ochentas. Son veteranos de esa guerra, algunos con el virus adentro para demostrarlo. Cómo mi amigo abogado, que no veo desde noviembre, a pesar de que me envía mensajes cariñosos. Otros se han vuelto locos, irresponsables, practicando sexo sin protección a destajo, sálvese quién pueda, ya que el que dice que no sabe en lo que se mete se está haciendo el huevón.
 
Monday, February 13, 2006
  Y nevó...!
Image Hosted by ImageShack.us

Cuando ya parecía que el invierno se había olvidado de venir, nos cayó una tormenta record histórico de caída de nieve. Nueva York está enterrado en 70 cm de nieve que cayerón así, de golpe. El sábado en la tarde caían unos copitos de nieve, poco se acumulaba, pero cuando desperté apenas podía ver la ciudad a través de la ventana por lo tupida de la nevazón.

Siguió nevando hasta casi el final de la tarde, cuando decidí salir a explorar la ciudad con nieve. Poca gente en la calle, menos autos todavía, para ser domingo. Los buses corriendo, y la gente saltando promontorios de nieve para poder cruzar la calle. Los niños jugando en la calle y haciendo monos de nieve. Todo el mundo tratando de limpiar sus veredas para que no los vayan a demandar por porrazos. Unos a pura pala, otros con tractores en miniatura. Camiones gigantes con palas delanteras, empujado la nieve de las calles hacia el borde de la calle. Mucha actividad para que no se vaya a paralizar la ciudad.

Me duermo ya, mañana se trabaja ¡a pesar de la nieve...!
 
Wednesday, February 08, 2006
  Bill's
Image Hosted by ImageShack.us
Me siento un imbécil, pensando como voy a hacer para destrozar todo lo que he ido creando en mi vida, así no más, dejarlo caer y que se haga añicos. Para después ponerme a reconstruir cuando ya hace rato que pasé la mitad de mi vida, la parte de la vida en que uno está lleno de energía y ganas y donde el futuro parece infinito.

A estas alturas la vida ya no se ve infinita, se ve que el fin es real y no tan lejano. Cuando sientes que el cuerpo no te acompaña en todas las cosas que quieres hacer, algo te recuerda que eres mortal, con una sensación que a los 25 años no conocías.

Mott’s Canyon tiene una pista de esquí escondida en un rincón de estas montañas, Bill’s se llama o al menos así decía un letrero clavado a un árbol al comienzo de la pista. Nace en un risco que cuelga hacia el valle que hay en el este, donde se encuentra Carson City, Nevada… ¿Alguien se acuerda de Bonanza? La pista parece casi vertical, y cae hacia el noroeste, por un cañón que va a parar al valle donde cabalgaban los Cartwright, unos 1.500 metros más abajo. Parece la vista que uno vería desde un avión. Cuando estás en la cumbre de Mott’s Canyon no hay salida digna excepto bajar por esa pared de nieve y alcanzar una pequeña y lenta telesilla que regresa a los pocos que bajan hacia ese lado. Llegar abajo y saludar al muchacho que opera el andarivel es una pequeña hazaña, porque no hay camino fácil. La entrada a esta área está restringida, totalmente acordonada, con ciertos puntos de acceso en los cuales hay serias advertencias de los peligros y posibles consecuencias, cosas como “Una caída puede significar rodar por una larga distancia sin poder detenerse debido a las fuertes pendientes y al hielo” o “Entre a su propio riesgo” y “Solo expertos” acompañados por calaveras con huesos cruzados y los dobles diamantes negros. La bajada, en la medida que uno se mantiene en pie, es una delicia, a pesar que mantener el control requiere un esfuerzo físico enorme. La llegada, entero y sin haber rodado cerro abajo, más la sonrisa cómplice del operador que te saluda al subir a la telesilla son impagables.

Al llegar abajo el corazón me late tan fuerte que parece salirse de su lugar. Nuevamente recuerdo que soy mortal, que la adrenalina también mata. Y a pesar de eso, en ese momento sólo quiero volver a bajar por ese despeñadero y hacer una mejor bajada que la anterior. No me da el cuero para hacer la gracia mas de dos veces o, a lo sumo, tres veces seguidas, a pesar del descanso que da la lenta travesía de regreso en la telesilla.

Me acompañan mi hijo y mi hija, los dos que heredaron el vicio de la adrenalina. Es tarde ya, el sol ya casi no llega al cañón, pero mi hijo insiste en volver a bajar una tercera vez, entrando mas abajo y siguiendo la ruta donde pegan los últimos rayos solares. Decido llevar mis piernas a descansar y los dejo, preocupado por los riesgos que toman. No tengo mucho más que hacer que decirles “Bajen con cuidado, nos vemos en la casa”.

Esa tarde fuimos los tres a hacer unas compras el pueblo, y de regreso en el auto mi hija me dice, medio en broma, “Papá, ¿quedan cowboys todavía?, me gustaría salir con uno”. Y mi hijo le contesta, “¿Quieres uno como Heath Ledger, uno gay? ¿Qué haces si te sale maricón? Ya oíste lo que opinaba el papá de Heath Ledger en la película sobre los que montan toros y compiten en los rodeos”. “No me importa, ahí veo, igual quiero uno, me gustan”. Le digo que por estos lados no hay cowboys, que están mas al este, donde crían ganado. “Si”, le dice mi hijo, “pero por aquí anda una cantidad de viejos chantas vestidos de cowboy, con sombreros y botas… Ahí tienes, por ejemplo a George Bush, si quieres puedes salir con él”. “¡¡Puaaaaj!!”, aúlla mi hija desde el asiento de atrás, “¡Ni en broma…!”

Hace días que vimos Brokeback Mountain, y cuando salimos de verla nadie abrió la boca para comentarla. Pero desde entonces han salido varios comentarios y referencias a la película en conversaciones coloquiales. Parece que les pegó más fuerte de lo que quisieran reconocer. Mi hija me confidenció que la encontró muy buena y muy triste. Emotiva. Y que rompía esquemas, demás que le daban el Oscar a la mejor película.

A mi me van a dar el de mejor actor por la cara impávida que mantengo durante esas conversaciones…
 
Sunday, February 05, 2006
  Café cortado
La moda de los blogs parece estar pasando, o tal vez es que el mío cada día le interesa a menos gente. Mucha gente ha dejado de mantener los suyos, o ha decidido cambiarle de dirección y personalidad. Me paseo por la blogósfera y me siento menos conectado con lo que se escribe. Igual voy a seguir escribiendo.

Ayer estaba en el Starbucks allá abajo en el pueblito que hay en este lugar de vacaciones, Con mi hijo y mi mujer. Ambos saben por dónde vienen los tiros, y aunque no lo hablemos, es algo que está presente siempre, de una u otra forma. Mientras tomaba mi café después de un día intenso de esquí, mi hijo me vio mirando hacia la cola de gente que esperaba comprar café. Me quedó mirando y me dijo “¿Qué miras?”. “Nada… “ le respondí, sorprendido. “Bueno, entiendo que mires, está bien bonito…” . Me corté entero, es cierto que estaba mirando lo más disimuladamente posible a un tremendo espécimen masculino que estaba parado en la cola. Traté de decir que estaba mirando otra cosa, pero se notó que no lo convencí. Me columpió un rato y después me dejo tranquilo, al verme tan cortado.

No se por qué me corté, si él hace tiempo que sabe, tal vez no me acostumbro a que me lo comente. Eso muestra que no estoy totalmente preparado para contarle la firme al resto de mis hijos. Su madre tampoco quiere que se los diga. No tengo claro por qué, supongo que intuye que no sería tan fácil de manejar por parte de ellos. O tal vez que ese es el último amarre a tierra que tengo. Después de eso quedo con las amarras sueltas y listo para emprender otros rumbos. Quiero hacerlo, emprender otros rumbos.

Me doy cuenta que en este momento estoy en una especie de limbo, ni chicha ni limonada, y por una vez con pocas de las ventajas de estar en ambos mundos. Hay que dar un paso más y no sé cual es.

Ayer estuve reflexionando, y llegué a pensar que estoy deprimido. No lo sé. Puede ser que lo esté. Tendré que aguantármela y seguir buscando el camino. Necesito cortar amarras, necesito reconstruirme. Me gustaría no hacerlo sólo.
 
Friday, February 03, 2006
  Lago helado
Image Hosted by ImageShack.us
Hace diez años estuve de vacaciones con mi familia en el sur de Chile a fines de diciembre. Una vacación frustrante, tensa, habíamos hablado de que yo volvería pronto a Estados Unidos, donde vivíamos, y no me iba a quedar la segunda semana con ellos. Después de pasar un año nuevo en familia, tomé un vuelo a Dallas y desde allí conecté a Reno, Nevada, donde esperé por una hora a que llegara un vuelo que venía de San Francisco. Afuera estaba helado, se hizo tarde y cuando por fin llegó el avión que esperaba quedaba poca luz. Steve se bajó del avión con un sweater de tonos perfectos, ocres, anaranjados suaves, colores de la tierra. Un chaquetón azul de paño grueso. Perfecto, como siempre, con su ropa elegida cuidadosamente, nada fuera de lugar, perfectamente planchada. El pelo cortado a la perfección, bien afeitado, la cara con esa sonrisa de galán que me hacía temblar las rodillas. Nos abrazamos fuerte, hacía tiempo que no nos veíamos, él viviendo en Japón, yo en Nueva York. Aprovechamos que estaba visitando a su familia en los suburbios de San Francisco para planear unos días juntos en Lake Tahoe.

Muy a lo Brokeback Mountain, ya llevábamos algunos años viéndonos un par de veces al año. No íbamos a pescar como Jack Twist y Ennis del Mar, simplemente cuando coincidíamos en la misma parte del mundo nos veíamos en alguna parte. No teníamos una montaña donde ir, simplemente tomábamos lo que podíamos. En esta ocasión era un lujo poder juntarnos y pasar varios días juntos esquiando.

Salimos del aeropuerto y partimos en un auto arrendado hacia el sur de la ciudad, por la planicie oscura al comienzo, para después subir la montaña hacia el lago que se encuentra como a 2000 m. de altura. Encontramos el condominio donde había arrendado un departamento y nos instalamos para pasar esos días que queríamos que fueran perfectos. Hicimos el amor esa noche como no lo habíamos hecho en mucho tiempo, fue muy romántico, en las alturas de esa montaña entre los bosques de pino, al calor de la chimenea. Nos queríamos mucho. Esquíamos al día siguiente, con paciencia le enseñé a Steve, que era un esquiador con poca experiencia. Tuve que reprimir mi locura normal sobre la nieve, y esquié lentamente, acompañándolo, enseñándole, me daba gusto estar con él todo el día.

La estadía fue corta, pocos días, pero muy significativa en nuestra patética relación. Recuerdo que bajamos al lago, y nos fuimos a una playa helada a conversar. Nos sentamos sobre un tronco allí y enfrentamos las realidades. Yo estaba casado, con hijos chicos que me querían tener en casa, Steve me dijo que conociéndome jamás iba a dejar a mis hijos y ser feliz. Yo lo ponía en duda, pero en el fondo sabía que lo que el decía era cierto, al menos en esa etapa de mi vida. Por otra parte él estaba desarrollando una carrera en la banca de inversión en Asia, y había empezado una relación con una mujer japonesa en Tokio. No tenía la menor intención de trasladarse a Nueva York si eso implicaba descarrilar su carrera. Concluímos con pena que esos polvos en las alturas era lo que íbamos a tener y que teníamos que sacarle el máximo de provecho. Hubo un poco de rabia y resentimiento, no fue una conversación fácil. Creo que si yo hubiera tenido flexibilidad, y Steve me hubiera creído que era capaz de dejar a mi familia, las cosas hubieran sido diferentes. Tokio no hubiera sido tan importante y juntos hubiésemos definido como avanzar su carrera en Nueva York. Pero no fue. Y ventilamos los trapos sucios de nuestra relación, como cualquier pareja, los errores, los mal entendidos. Lloramos un poco ahí con el viento helado del lago pegándonos en la cara.

Nos despedimos en el aeropuerto tal como nos habíamos encontrado, sólo que esta vez la alegría infinita se había convertido en pena infinita.

Vine con mi familia a este mismo lugar. Me trae recuerdos dolorosos, no se por qué acepté venir aquí, más aún con la familia. El lago sigue igual, el restaurante donde comimos un día, los edificios de departamentos escondidos en el bosque de pinos. Hoy si tuviera esa conversación en el lago, creo que otro gallo cantaría, pero sólo porque han pasado diez años y ya mis hijos están grandes.

Hace una semana me llamó Steve para decirme que se viene a vivir a Boston. Que abandona su carrera en banca y se va a lanzar en un negocio con un amigo. Boston, a tiro de piedra de NYC, me dijo, que esperaba verme. No mencionó a su actual pareja con quién tiene una relación a la distancia. Llevaba días tratando de ubicarme por e-mail para decirme que se venía a USA. Creo que dejó la pelota dando botes. No se si la debiera tomar, estoy un poco viejo para ese juego.

Voy a llevar a mis hijos a ver Brokeback Mountain allá abajo en el Horizon Cinema, espero que no me pregunten por qué escogí esa película. Tengo un lago en el corazón.
 

My Photo
Name:
Location: New York, United States
ARCHIVES
December 2005 / January 2006 / February 2006 / March 2006 / April 2006 / May 2006 / June 2006 / July 2006 / August 2006 / September 2006 / October 2006 / November 2006 / December 2006 / January 2007 / February 2007 / March 2007 / May 2007 / June 2007 / July 2007 / August 2007 / September 2007 / January 2008 / February 2008 / March 2008 / April 2008 / May 2008 / September 2008 / October 2008 / November 2008 / January 2009 / September 2009 / April 2016 /


Powered by Blogger