Historias de un Huracan sin rumbo
Monday, May 29, 2006
  Rugby dos
Si, empezó la temporada de huracanes. Habrá posts más seguidos
Ayer había que ir a la fiesta de cierre del campeonato, por eso el post fue medio telegráfico. He tenido reclamos porque no había fotos de los australianos. Válido. Debería haberlas puesto, después de todo salieron campeones.
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El guapo que está sentado en la mesa era el encargado de la custodia de la mascota del equipo australiano, un perrito de peluche muy tierno color celeste. Algún neoyorquino se lo secuestró en un momento de descuido, lo que le valió a este convicto ser sometido al escarnio público en un juicio sumario en el escenario durante la fiesta de cierre. Se ganó un "spanking" a la vista de todo el público de la fiesta, pantalones abajo. Primera vez que me dan ganas e cooperar con la justicia en el rol de verdugo... El perrito fue devuelto sin consecuencias mayores, por el contrario, los neoyorquinos le repusieron una oreja que le faltaba, muy bien cosidita, en color rosado eso si. El perrito quedó con una oreja de cada color.
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Cuando llegué al campeonato me llamaron la atención los basureros que había por todos lados. Unas cajas de cartón, cuadradas, bien prácticas con una bolsa plástica gigante. Con la publicidad del auspiciador impresa en los lados de la caja. “ID Lubricants”, y no precisamente lubricantes de motores. Con el slogan “Anything else is just lube”. Artículo de primera necesidad para la concurrencia, muy bien pensado. Pero Randalls Island también es un parque donde van en cantidad inmigrantes mexicanos con sus familias a hacer asaditos y cosas, también portorriqueños neoyorquinos que se instalan con sus boom boxes pero en otro sector que los mexicanos.
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Los niños, como siempre, especialmente los niños pobres, siempre encuentran con qué hacer un juguete. Aunque tenga publicidad impresa de lubricante sexual. Y me da la impresión que los padres no hubieran estado tan contentos si hubieran sabido de que se trataba. Pero los niños inocentemente lo pasaban bien.
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No faltó la situación que casi aguó el evento. Uno de los jugadores, se mandó una carrera en pelotas por el medio de la cancha con la bandera de Australia como capa tipo Superhéroe. Al rato por los altoparlantes más potentes que he oído, un tipo que dijo ser del Servicio de Parques, dio estrictas instrucciones de no empelotarse más, que había niños al otro lado. Que si alguien más siquiera se cambiaba de ropa en la cancha nos iban a sacar a todos a patadas. Obligó a que la multitud le respondiera a coro que no lo iban a hacer más. Estábamos en la final y no la ibamos a arriesgar.

La final entre los Convictos de Sydney y los Fog de San Francisco fue un excelente partido, además se hizo en la cancha de pasto sintético que tiene como fondo la prisión Rykers y el perfil de Manhattan a lo lejos. El Cirque du Soleil, con una carpa igualita a la que llevaron a Chile completaba el telón de fondo, poniéndole un poco de color al asunto.
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Los Convictos por supuesto tenían el uniforme evidente. Una polera de rugby con rayas gruesas horizontales en blanco y negro. Aquí esta la foto de los campeones jugando.

Sobre la fiesta de cierre, puedo decir que estuvo buenísima, divertida. Particularmente cuando el Comisionado de Deportes de la Ciudad de Nueva York, Kenneth Podziba, dio un pequeño discurso de felicitaciones. Y en el medio de eso dos jugadores bien estupendos y de impecables cuerpos atléticos totalmente desnudos salieron corriendo por el escenario alrededor del comisionado. Lo tomó con humor. No puede dare el lujo de no tomarlo con humor y arriesgar el voto gay para Bloomberg. La maravilla de la democracia en una ciudad en que el voto gay es importante.

Me fui temprano de la fiesta, mas que eso no cuento para no incriminarme.
 
Sunday, May 28, 2006
  Sydney, Sydney...
La Copa Bingham de Rugby, en Nueva York, se jugó este fin de semana. Es un campeonato de rugby entre equipos de distintos lugares de USA, Europa y Australia. Son equipos principalmente gays, aunque no todos los jugadores lo sean, la mayoría si lo son.

Se llama Copa Mark Bingham, en honor a Mark Bingham, un pasajero del vuelo United Airlines 93, que se cree que estuvo entre los que asaltaron la cabina e impidieron que el avión se estrellara sobre Washington, D.C. Mark era gay y jugaba rugby en el equipo San Francisco Fog, que participó en el campeonato de este fin de semana.
Image Hosted by ImageShack.usEl Campeonato se jugó en Randalls Island, una isla que está metida en el East river, entre Manhattan y Queens, debajo del Puente Triboro. Es una isla que tiene un estadio, el Icahn Stadium, que me se llama así porque se construyó con una donación de 10 millones de dólares que hizo a la ciudad Carl Icahn, un billonario dedicado a los buy-outs. Hay muchas canchas, y había varios partidos simultáneos. Yo me concentré en los de New York.

Por primera vez New York llegó a las semi-finales, donde jugó con los San Francisco Fog, perdiendo. Lamentable, por lo que me dediqué a recorrer un poco las oinstalaciones y observar la fauna. Cientos de hombres rudos, y otros menos rudos, gays, alguno que otro no tanto, celebrando esta fiesta deportiva. Cada cual con su pinta, sin sentirse presionados a tener un cuerpo perfecto, tomando sol sin polera en estos primeros días de calor. El paraíso de los osos, oseznos y otros categorías de machos grandes y peludos. Pero inofensivos. Bellezas para todos los gustos, y un espíritu de equipo admirable.

No faltaba el tipo enorme, peludo, con tatuajes y con una pinta que me haría salir corriendo si me lo encuentro en un callejón oscuro, pero se te van todos los temores cuando lo vez que va con un perrito fifí... Chihuahua o algo.

O la pareja de un macho moreno grandote que es estrella del equipo de Nueva York cuyo pololo es un rubio flaquito y bajito que juega en el equipo B. Sorpresa cuando un tremendo oso moreno jugador de un equipo inglés preguntó, medio en serio medio en broma, que lo único que quería erra que le consiguieran un lolito (acá los llaman twinks) rubiecito, bien dotado y además que fuera activo, el pololito de del jugador le contestó con una sonrisa, “Sorry, I´m taken...!”.


El equipo de New York se fue a jugar por el tercer lugar con los de Washington , DC. Perdieron por un punto. Una pena, pudieron haber ganado pero en el ultimo segundo se dio vuelta el marcador. Guapos los muchachos del DC en su uniforme tricolor.
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La final entre San Francisco y Sidney fue la culminación del campeonato, dos equipos muy buenos, especialmente el australiano. Con una barra entusiasta de australianos con banderas a cuestas, con un streaker que se paseo en pelotas por la cancha provocando un reclamo de un padre de familia de la cancha contigua, y con un ánimo envidiable los australianos se llevaron la copa.

Sydney Convicts se llama su equipo, una maravilla, máquina de jugar rugby y muchachos guapísimos. Además relajados y muertos de la risa. ¡Creo que ese país se merece una visita!
 
Friday, May 26, 2006
  You get what you pay for...
Hace seis meses estuve en Londres, y extendí mi estadía unos días para aprovechar el fin de semana. Pensaba ver a un viejo amigo con el que alguna ves tuve un romance, pero él andaba de viaje por otro país. Ejecutivo financiero joven, carrera en ascenso, oportunidades por todos lados, no le queda tiempo para los viejos amigos. O amigos viejos.

Viernes en la noche, me fui al Soho londinense a ver que pasaba, después de haberle metido unos cuantos kilómetros a las suelas de mis zapatos. Lo primero que se me ocurrió fue sentarme en el café Costa que tiene ventanales a la calle a observar la fauna que pasaba. Curiosa mezcla de turistas inocentones, empleados de oficina borrachos, gays de parranda, gente linda, gente fea. El café ese es un centro de flirteo que no para. Me puse en onda y los encuentros de miradas con especimenes masculinos estuvieron a la órden del día. Me dejaban la sensación de ser un niño malo, porque prácticamente todos andaban con sus parejas.

Me aburrí de estar como gato en la carnicería, y después de dar una rápida vuelta por las líbrerías porno del barrio, termine aceptando la invitación de uno de esos tipos que arrean gente a esos bares / night clubs subterráneos que hay en esas calles. No sabía para que carajo me había metido, excepto que un tipo razonablente guapo que entró inmediatamente antes que yo me había cerrado un ojo, el flirteo más directo de la noche.

Apenas llegué a la base de la escalera le tiré una sonrisa para que se diera cuenta de que le estaba respondiendo al flirteo. Empezamos a conversar, y lo invité a tomar un trago. Conocía al barman, que le dió exactamente el trago que quería, y nos fuimos a sentar a una de esas mesas con una butaca redonda alrededor. Me dijo que estaba esperando a un amigo con el que se había quedado de juntar. El tipo no era espectacular, pero salvaba. Pero esto de que se iba a reunir con un amigo me desilusionó. Peor aún cuando llegó una pareja formada por un buen mozón de unos 35 años y una mujer de veintitantos y se sentaron a nuestra mesa. Les dió la bienvenida, y se acomodaron en la butaca, que cada vez se iba poniendo más “íntima” ante la falta de espacio. Empezamos a conversar liviandades con la pareja, que eran casados y de fuera de Londres. Estaban por el fin de semana en la ciudad con ánimo de pasarlo bien y habían venido a parar a este boliche después de comer, porque no encontraron nada más abierto. A medida que pasaba el tiempo y los tragos, el hombre de la pareja empezó a flirtear abiertamente con mi recién conocido amigo, Bob. Bob verbalmente le respondía, para mi sorpresa la mujer ni se inmutaba, y yo tampoco, porque Bob seguia apretando su pierna contra la mía. La cosa me empezó a marear cuando llegó el amigo de Bob. Pensé por un momento que estaba perdiendo el tiempo y estuve a punto de pararme e irme. Me sentía claramente como la tercera rueda, el que sobra. Quinta rueda en este caso.

Estaba en eso, a punto de irme, cuando Bob me preguntó al oído si estaba en un hotel cerca. Le dije que sí, que muy cerca, en Picadilly. Me dijo, “¿Quieres que nos vayamos a tu hotel?”. No lo dudé un segundo y le dije que nos fuéramos ¡ya!. Salimos a la calle, y estaba medio lloviendo. Teníamos que caminar unas 6 cuadras, pero Bob me dijo si no sería mucho que tomáramos un taxi. Tomamos un taxi, y me quedé posición de ser el joven dependiente del hombre mayor. Pagué el taxi sin reclamos y entramos al hotel.

Un Sheraton cerca de Picadilly, primera vez que me quedaba ahí. No me gustó el hotel, pero ya estaba ahí. Se habían equivocado con mis reservaciones. Subimos a la habitación, era tarde ya, y el lobby estaba desierto fuera de los empleados del turno de noche del hotel. Me sentí algo escudriñado. Pero ya, pasó.

Ya en la habitación el asunto transcurrió de forma bastate poco satisfactoria. Me dio esa sensación que a veces tengo de decir basta, esta va tan mal que no vale la pena seguir. Mala química, poco entusiasmo. Ya, casi le digo que no valìa la pena, pero no le quería herir sus sentimientos. Todo mal. Con alivio para mi decidimos dar por terminado el encuentro y me metí a la ducha con ganas de sacarme las huellas del encuentro de esncima. El se vistió sin ducha, y cuando salí del baño me dijo, “Son ochenta libras”. “¿Qué?”, le dije “¿Ochenta libras de qué?”. Me miró serio y me dijo, “Bueno, yo hago esto por dinero, no me trates ahora de estafar por que eso no me gusta”. Mierda, pensé, este tipo está hablamdo en serio. Me engatusó para después joderme. Lo miré con cara de perro, y le dije, “Señor, no hubo una palabra sobre esto antes de venir acá y hasta donde yo se si no hay acuerdo previo no hay contrato”. Se sulfuró el tipo, y me dijo que él también tenìa derechos y que no iba a aceptar que me burlara de él. Le dije que si hubiese querido contratar un escort, los hay infinitamente mejores que él, y que además el sexo había sido tan malo no era algo que alguien le fuera a pagar.

Se enojó mucho, y ofreció llamar a la policía para dirimir, ya que él tenía derechos. Lo mandé a la mierda. Que no llamaba a nadie y que se iba de mi habitación de una vez. Mientras mantenía la cara de poker me imaginaba a los bobbies con casquito azul entrando a mi habitación a opinar si le debía pagar las ochenta libras o no. Entre que me cagaba de la risa y me aterrorizaba la idea. Le dije que si no se iba llamaba seguridad del hotel. Me dijo que era un mal entendido, porque yo debería haber sabido que el era un hustler. Le dije que si yo debería haber sabido eso.él debería haber sabido que jamás le hubiese pensado en pagar por sexo. Que no podía vender sus servicios de esa manera, y que se fuera de una vez. Me dijo que le pagara un poco menos, pero que le pagara. Ni en broma, le dije, además ni tengo plata. Ah, vamos al cajero automático y me das la plata.

“No me voy sin mi pago” me dijo. Le dije que llamaría a seguridad del hotel. Me dijo, “bueno, hazlo, a ver que pasa. Qué les explicas”. Lo miré desafiante y le dije, “¿Qué te crees?, ¿que te van a creer a ti?, aquí el cliente soy yo y te van a sacar a patadas.” Me sentí un poco mal de echarle la caballería encima, pero estaba sintiendo que me estaba tomando el pelo. Tomé el teléfono y llamé a seguridad. Contestó un tipo muerto de sueño y le dije que tenía un problema. Que un amigo que había invitado a tomar un trago a mi pieza se había emborrachado y ahora no se quería ir, que necesitaba que vinieran. A Bob se le abrieron los ojos como plato y me dijo, “¡de verdad los llamaste!, ¡Estás loco!” No, le dije, no me gusta que me tomen el pelo.

Bueno dame aunque sea plata para el taxi y me voy. Le vi la cara de terror, y me dio pena. Pensó que nunca llamaría a seguridad. Se me pasó por la mente que yo podía estar equivocado. Le pasé 20 libras y le dije, ya, andate, y lamento mucho esto. Juntó sus cosas, y le dije aprate, que ya vienen los de seguridad. Ya había sonado la campanilla del ascensor que indicaba que alguien estaba llegando al piso. Abrìa la puerta y me encontré a boca de jarro con dos gorilas de seguridad. Bob se puso pálido. Les dije que mi amigo ya se iba, que se le habían pasado los tragos pero que ya estaba todo bien e iba saliendo. Me miraron con cara de bueno, mas o menos nos imaginamos la película, y me preguntaron si todo estaba bien, si estaba seguro. Si, ya se va. Y Bob se escurrió entre los gorilas hacia el ascensor. Les di las gracias y cerré la puerta, con el corazón latiendo a mil por hora.

Me sentí muy mal. De lo peor. Que tal vez Bob había actuado de buena fe y que me había dado señales suficientes para que me diera cuenta. Pensé en lo del taxi. Me sentì viejo, porque tambien lo que implicó Bob es que un viejo como yo debería darse cuenta que un joven como él no se va a ir a la cama conmigo si no es por plata. Me sentí ofendido. Como que tal vez yo le había dado razones a el para suponer que había contrato implícito. No me sentí orgulloso de lo que había pasado. Tenía la duda de si me había cagado él a mi o yo a él. Mal, no me quedó claro. Y me puse a pensar si lo que viene hacia adelante en la vida es que voy a tener que pagar... No creo, pero también me entró la curiosidad por saber como era ese mundo de los escorts. Me metí a internet y vi que había cientos de jóvenes y no tan jóvenes que se ofrecen en arriendo, por un poco más o un poco menos. Las ochenta libras estaban en el rango barato. You get what you pay for... pensé, las veinte libras estaban caras.
 
Wednesday, May 24, 2006
  Deja vu
Hace unos días me encontré en un lugar de la ciudad que me pareció tremendamente conocido. Algo que me hizo sentir de nuevo la ciudad con la perspectiva que le daba el hombre algo ingenuo de treinta años que fui alguna vez. Perspectiva que se distorsionaba por estar durmiendo en un hotel de midtown Manhattan, lo que me hacía pensar que caminar por las calles hacia el este de la isla era alejarse de la civilización y en cierta forma correr riesgos. Llegar a la Primera Avenida me parecía una locura, nada tenía que ir a hacer yo allá, tampoco a la Segunda Avenida, aunque estuviera llena de restaurantes. Me parecían demasiado caros, aunque me lo pagaba la empresa, me daba dolor de estómago pagar esos precios por una comida. Ya me parecía mucho comer una hamburguesa en un diner de la calle Lexington, y si gastaba más de diez dólares en una cena me atacaba el sentimiento de culpa que me inculcaron los curas en el colegio. Diez dólares era mucha plata para mucha gente, y el que estuviera en los albores de una carrera internacional exitosa no me daba derecho a esos despilfarros.
Pero había otra cosa que no me la inculcron tan clara los curas, y si me aventuraba a la segunda avenida porque por allí en una esquina había una revistería que me atraía como el queso al ratón. Una tìpica tienda de revistas, tabaco, etc. De esas que hay cientos en Manhattan, pero con la particularidad que se podía entrar y hojear las revistas sin estar a la vista de toda la calle, y además tenía metidas entre las revistas de pesca y caza, decoración y finanzas, el surtido más increible de revistas gay que había visto.

Una noche después de la rutinaria hamburguesa en la cafeteria del Hotel Doral, que ya no existe, me encontré hojeando las revistitas esas, ya casi lanzado a la vida y hojeándolas aunque hubiera más gente en la tienda. De hecho había una señora de mediana edad comprando el diario, y un tipo joven que miraba revistas pero no hojeaba nada. Un tipo alto, como de 25 años, delgado y fibroso, de pelo oscuro y con unos ojos azules preciosos medio escondidos detrás de unos anteojos horribles que lo hacían parecer nerd. Repentinamente, sin decir agua va, el joven tomó el último numero de Honcho, que traía un tipo musculoso y peludo en la cubierta, y se fue a la caja a pagarla.

Generalmente soy de reacciones lentas y de efecto retardado. Pero en ese momento me demoré una fracción de segundo en tomar dos revistas, el Honcho y otra que se llamaba Torso, y con ellas en la mano me acerqué rápidamente a la caja para dejarlas al lado de la revista que estaba comprando el muchacho. Ni siquiera me miró, por el contrario, sentí como se puso tenso y se preparó para salir rápidamente evitando que nuestras miradas se cruzasen. Armado de su bolsa de papel cafe con la revista adentro, el joven saliò de la tienda, y detrás de él salí yo apuradísimo por seguirlo, sin saber que esperar de haber reconocido a un gay en la tienda. Lo alcancé y me puse a caminar descaradamente a su lado, mientraspor mi mente pasaba todo tipo de pensamientos en cuanto a la locura que estaba haciendo, por un lado algo que me daría mucha vergüenza si alguien lo supiera, y por otro la sensación de pecado, ahí de nuevo los curas del colegio.

No sabía para donde iba eso, y el joven que iba a mi lado estaba nerviosísimo, pero ahí seguía, caminando a mi lado. No habíamos cruzado palabra, y realmente hasta allí había llegado mi arrojo. No sabía como seguir. Ahí estaba, en el medio de la calle con un hombre atractivo a mi lado, evidentemete gay, que sabía que yo también leía revistas con hombres desnudos, pero no sabía que hacer. Sonreirle a un desconocido me cuesta mucho. Estaba elucubrando cuando el tipo se sacó los anteojos en un gesto de coquetería inmensa, y de patito feo con anteojos nerd se convirtió en cisne. Me derretí y se me Salió una sonrisa. “Hi” me dijo, poniéndose rojo como tomate. “Hi”, le contesté. El hielo estaba roto.

Nunca me había levantado a alguien en la calle, pero aprendí rápido. Bill y yo terminamos en la cama del hotel de lujo que me pagaba la empresa, y se quedó a dormir conmigo. Estuvo toda la noche allí, a mi lado, tenía todo su cuerpo para tocarlo cuánto quisiera, una piel blanca sobre musculos largos y marcados, piernas adorablemente peludas, una cara angelical.

No dormí mucho esa noche, en parte porque mi lado lujurioso no me dejaba perderme un segundo de sentirme dueño de ese cuerpo precioso, y en parte también porque mi lado racional me decía que no era muy prudente quedarse dormido junto a un desconocido en una habitación de hotel en Nueva York.

Despertamos y nos fuimos a tomar desayuno juntos, porque él tenía clases, era un universitario que estudiaba en Columbia, pre-grado a pesar de tener casi 25 años. Se había demorado en empezar sus estudios, y ahora le faltaba poco para graduarse. Su madre mexicana vivía en México, su padre gringo en Texas. Ella de una familia de hacendados, él de una de petroleros. Divorciados.

La experiencia me dejo con cara de cordero degollado por varias semanas, y me las arreglé para volver pronto a Nueva York, dónde volví a ver a Bill y salimos a comer antes de pasar otra noche en mi hotel. Se desarrolló una relación sin compromisos a la distancia, y poco a poco los viajes se hicieron más frecuentes.

Llegamos a caminar tomados de la mano por el East Village, yo suficientemente borracho como para no mortificarme demasiado, y contando con que en el EV de esa èpoco era muy difìcil que alguien me fuera a reconocer.

Fue maravilloso. No se por qué se diluyó esa relación y en algùn momento dejamos de vernos seguido. Sin explicaciones, total, no había compromiso. Hasta que un día empezamos a considerarnos solamente amigos. Buenos amigos a la distancia. Hoy ya le perdí la pista, a él y a sus tormentosos novios, varios de los cuales conocí.

El lugar que me trajo los recuerdos es dónde Bill se sacó los anteojos, un punto de Manhattan por el que paso a diario y recién me doy cuenta que es el mismo lugar donde partió esa relación sin destino.

A partir de ese día empecé a reconocer muchos lugares de ese sector donde viví las primeras y culposas aventuras en que exploraba cautamente le mundo gay bajo el auspicio de la gran manzana. Como el barcito ese que estaba a media altura y habìa que subir unos escalones en una casa blana que hay en la calle 52. Alguna vez estuve ahí conversando con un tipo lindìsimo, pero que al rato me empezó a pedir plata para comer, porque llevaba dos días sin comer por razones que no me pudo explicar. Drogas, que se yo. Lindísimo, tentador. Se me ofreció por un plato de comida, room service... Me asusté, y salí del bar, seguido por el personaje. Me siguió rogando que le comprara comida, que se iba conmigo al hotel. Le dije que no, con mucho susto, con el corazòn saliéndome por la boca. Y mi lado lujurioso se imaginaba las posibilidades con ese cuerpazo hermoso que me seguía insistiendo. Caminaba por la Tercera Avenida cuando a media cuadra veo acercarse hacia mi a un grupo de ejecutivos chilenos que yo conocía y que me conocían bien. Casi me da un paro cardíaco. Aqui voy por la calle acosado por un adonis drogadicto, mentiroso, posiblemente se financiaba el vicio con ventas privadas de sexo..., y veo acercarse a todos estos personajes del establishment chilensis. Apuré el paso todo lo que pude, dejando al personaje varios pasos mas atrás cuando me crucé con el lote. Ni los miré, me escapé del hustler lo mas rápido posible y me fui al hotel.

El local del bar ese esta disponible para arriendo... ¿Algún interesado?
 

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