Historias de un Huracan sin rumbo
Thursday, September 28, 2006
  El elefante invisible
Mi historia oficial dice que nunca supe que era gay hasta años después de casarme. Es sorprendente como una verdad de ese tamaño, ser gay, puede ser totalmente invisible, y como la mente nos hace jugarretas que nos pueden cambiar la vida.

Recuerdo que estuve como estudiante de intercambio viviendo en el noreste de Estados unidos por un año, haciendo cuarto medio en un colegio en un pueblito chico cerca de una ciudad algo mayor y de los Grandes Lagos. Muy lejos de la verdadera ciudad, New York, en un mundo entre rural y suburbano. Viví allí con una familia maravillosa que me integró y me dio un afecto enorme y me ayudó a superar una serie de dificultades que tenía a partir de problemas entre mis padres, y por venir de una familia fría y disfuncional. Yo resulté ser alguien de quién ellos se sentían muy orgulloso, académicamente destacado, buen deportista, algo sabelotodo, sumamente educado, dispuesto a probar todo y para todos efectos un “hijo” todo terreno. Me llegué a sentir tan cómodo con esa familia, a la que quiero mucho hasta estos días, que me provocaba sentimientos de culpa y pesadillas. Como católico, me habían enseñado que tanta felicidad mientras otros sufren no era bueno. Ahí estaba yo, en un mundo ideal, a años luz de un Chile que pasaba una de las épocas más oscuras de su historia, y en el que mi familia y mis amigos lo estaban pasando mal. Mientras ellos pasaban pellejerías, yo nunca logré gastar la mesada que me daba el programa de intercambio, porque cualquier sospecha de que yo quisiera algo era suficiente para que apareciera comprado por mis anfitriones como sorpresa cuando llegaba del colegio.

En esas circunstancias, no me sentía con derecho a ser nada menos que casi perfecto. Mi único “defecto” era que alegaba por tener que cortarme el pelo cuando me lo hubiera querido dejar largo, pero al final aceptaba ir a la peluquería, además me llevaban al mejor peluquero de la ciudad cercana.

A esa edad 17 años, virgen pero con las hormonas zapateando fuerte, en el último año de colegio en USA había innumerables candidatos a ser el objeto de mi afecto, y poco a poco me iba dando cuanta lo cómodo que me sentía en el ambiente de los “jocks” del colegio. Los deportistas buenos. Y guapos. Reviso mi anuario del colegio, y veo que mis amigos eran todos los más guapos del colegio, los mejores de varios deportes. Y ellos me apreciaban, aunque en los deportes gringos tradicionales yo no pudiera destacar simplemente porque nunca antes había jugado lacrosse, béisbol ni fútbol americano. Me dediqué al atletismo, que es lo que sabía hacer, y en el invierno hice algo de lucha.

En las tardes, cuando había buen tiempo, mi casa se convertía en el lugar donde se jugaba fútbol, béisbol y lacrosse de barrio, ya que había una buena cancha en el enorme terreno, y porque mi hermano gringo invitaba a los muchachos del barrio a jugar. Además así lucía a su hermano chileno, que no tendría idea de fútbol americano, pero que si agarraba la pelota con los dedos de lana que tenía, corría y no lo agarraba nadie hasta que hacía un touch-down.

Lo mejor de esos partidos eran los vecinos que venían a jugar. Por el camino rural donde vivíamos, como unos 800 metros cerro arriba, vivía una familia de apellido italiano, seis hermanos y una hermana, todos entre 9 y 17 años. Los mayores eran unos mellizos rubios y de ojos azules, muy atractivos, idénticos físicamente pero con personalidades totalmente diferentes. Brian, uno de ellos, era el ¨jock”, el que se pasaba las tardes jugando a la pelota y que me juraba que iba a ser jugador de fútbol profesional. Cierto, tenía un cuerpo precioso, muy bien desarrollado, pero no alcanzaba al metro ochenta, con lo que poco probable era que realizara su sueño. Su mellizo Kevin no era tan desarrollado físicamente, aunque igualmente buen mozo, y se pasaba las tardes trabajando en el supermercado mas grande de la ciudad, haciendo de todo allí, con el principal objetivo de juntar plata para comprarse un auto. Que se compró finalmente, un escarabajo cacharriento que le dio muchos dolores de cabeza. Kevin también era más estudioso, parece que quería ganar plata y poder vivir mejor por su cuenta que siendo uno de siete hermanos en una familia cuyo padre era instalador cerámicas.

Reconozco que cuando Brian me invitaba a su casa y nos ibamos a su dormitorio, compartido con otros dos hermanos, y echados en la cama me mostraba los postres de sus idolatrados futbolistas profesionales mi mente se erotizaba completamente, aunque si me la hubieran dado en bandeja no hubiera sabido que hacer. El homoerotismo de la situación era casual, ya que Brian nunca me dio la sensación de ser gay. Simplemente me admiraba porque en la cancha de fútbol jamás me podía alcanzar. Eso de buenos e ingenuos que tienen los americanos, que cuando alguien destaca lo ponen en un pedestal en vez de envidiarlo y tratar de chaquetearlo.

A veces los muchachos de la colina me invitaban a comer a su casa, invariablemente tallarines con albóndigas, con ensalada de varios colores, muchas risas y ruido. Un cálido familión italiano.

El siguiente hermano, Luke, era más bajito que los otros dos, con el pelo rubio más oscuro y los ojos vivaces, verde oscuro, los ojos más lindos de la familia. Estábamos en clase de Trigonometría juntos, a pesar de estar dos cursos más abajo que yo, las matemáticas de mi colegio chileno no daban para más que las matemáticas de segundo medio en un colegio público norteamericano. Creo que ni siquiera había oído la palabra trigonometría hasta mi primer día de clases. Luke era amistoso, tan buen mozo como sus hermanos mayores, y más formalito. Nunca usaba jeans para ir al colegio, lo que mostraba que obedecía a sus padres, ya que en esa época se consideraba que los jeans no eran apropiados para ir al colegio. En realidad eran considerados apropiados para muy pocas cosas más que para jugar en el patio o salir de excursión. Los hermanos mayores de Luke no eran tan obedientes e iban al colegio con jeans, y para peor, jeans bien gastados.
Hasta ahí la familia me caía bien, y nada excepcional había pasado hasta que conocí a Matt, el cuarto de los hermanos, que estaba en noveno grado, equivalente a primero medio. Fue allí donde empecé a sentir fuerte la presencia del elefante invisible.

Matt era el más alto de todos sus hermanos, más desarrollado físicamente, y evidentemente el que había acaparado los genes italianos de la familia. Tenía la tez blanca, el pelo negro y los ojos azules. Una cara muy masculina, más aún para un muchachito de 14 años, ya que tenía más barba que sus hermanos y a veces la llevaba un poco crecida. Hacía mucho deporte y entrenaba con pesas, lo que se le notaba en unos músculos marcados pero no exagerados. Parecía mayor que sus hermanos, con esa altura, su cara de hombre grande y sus músculos. Algo en mi se alteraba cada vez que lo veía. Y lo veía con frecuencia, ya que durante el invierno volvíamos tarde del colegio, después del entrenamiento de deportes. No se que hacía el, ya que estaba en el Middle School, yo practicaba “wrestling”, lucha greco-romana. Pero terminábamos el día en el mismo mini-bus amarillo que nos iba a dejar a la casa cuando ya estaba oscuro, a eso de las 5 de la tarde. La mayor parte de las veces Matt iba con su novia, que vivía cerca, y poco podía conversar con él. Me limitaba a observar como besaba y acariciaba a la chiquilla que no podía estar más contenta con ese pedazo de hombre.

Se me hizo rutina llegar a la casa y ducharme apenas llegaba, largas duchas de agua tibia en las que me masturbaba pensando en la escena del bus. En mi mente lo justificaba porque era una escena erótica, que me dejaba excitado, pero la verdad es que mientras me duchaba pensaba cada vez más en Matt, el taciturno italiano rompecorazones.

Reconozco que fugazmente me entraron algunas dudas acerca de mi sexualidad, dudas que no estaban permitidas en el esquema de vida que se me presentaba por delante. Los gays todavía eran invisibles en la sociedad norteamericana, y el mundo seguía siendo escaso en modelos a seguir para un adolescente gay. Por el contrario, ser gay era claramente lo que no había que ser.

No se si fue mi mente que me hizo una jugarreta y me hizo creer que yo, que era un joven casi perfecto en todo lo demás, no podía ser maricón. O tal vez fue que el impulso sexual adolescente me permitía disfrutar de la compañía de las mujeres que no faltaban, desarrollando relaciones semi-platónicas con variadas chiquillas del colegio. Pero no pude reconocerme como gay, no pude ver el elefante que tenía al frente de mis narices.

Hacia el final de mi estadía en Estados Unidos sentía que tenía que avanzar en experiencia sexual, y por ahí en un viaje en bus a algún evento con otros estudiantes de intercambio y sus hermanos americanos, le agarré una teta a mi vecina de asiento, la hermana gringa de alguien. No, no fue un agarrón desvergonzado. La tenía acurrucada hacia mi lado, y nerviosísimo, le pasé el brazo sobre los hombros y le agarré un seno minúsculo por debajo de los tirantes de su blusa veraniega. Sentí como se endurecía el pezón, y me sentí macho. Agarrando tetas. Me daba cuenta que ella disfrutaba eso, pero no sabía qué más hacer. Casi terminando el viaje, creo que el pezón ya estaba en carne viva de tanto manoseo, y mi brazo estaba acalambrado. Mi compañera de travesuras, evidentemente mas experimentada que yo, giró la cara y me dio mi primer beso con lengua, un beso largo y ardiente que me hizo sentir violentado por un segundo y super excitado al siguiente segundo. Me gustó, y mucho. Pero nos tuvimos que bajar del bus y, medio avergonzado, no le volví a hablar ni la volví a tocar. Así empezó mi carrera heterosexual, y pude hacer como que el elefante invisible ya no estaba ahí. Por un tiempo al menos.

Empecé a practicar lo aprendido con mi vecina de asiento, y a darme cuenta que a las mujeres les gustaba tanto o más que a mi el asunto, y en el tiempo que me quedaba en Estados Unidos aproveché de recuperar tiempo perdido. Hasta en el avión de regreso a Chile, donde el que no tenía a una de las chicas para pegarse un atraque era un loser. Encontré compañera de viaje rápidamente y el avión se convirtió en casi un dark-room hetero apenas se apagaron las luces. Pasar de eso a pololas varias y encontrarme un día casado no fue tan difícil.

Pero el elefante invisible siguió ahí todo ese tiempo. Una verdad del tamaño de una catedral…
 
Wednesday, September 27, 2006
  Dormir de guata
Hace años que no duermo de guata. Es decir, boca abajo, con la cabeza torcida hacia un lado. Algo parecido a como dormían las guaguas antes, para que no se ahogaran. Ahora no, las hacen dormir boca arriba.

Viajé de Santiago a New York con un vecino de asiento guapísimo, un trader de un hedge fund que venía de sus vacaciones en Las Leñas. Había descubierto que vía Santiago y Mendoza es más fácil llegar y salir de Las Leñas, y a pesar de eso no se había preguntado que tal era esquiar en Chile. Bueno, si, había ido a Portillo y se desilusionó porque era muy chico. Y aburrido.

Hablamos de esquí y lugares de nieve por un buen rato, instalados en los cómodos asientos de primera clase de LAN, y me comentó, “Me encanta este avión porque el asiento se reclina y queda prácticamente plano, como una cama. Lo que pasa es que yo duermo boca abajo y si no, no puedo dormir”. Y dicho y hecho, al rato estaba durmiendo estirado, de guata, con la cabeza hacia un lado. Con su contextura atlética y pinta de italo-americano, era un espectáculo muy sexy verlo durmiendo en esa posición en el asiento contiguo al mío. En realidad sería imposible dormir de guata en un asiento reclinado a medias.

Desde ese encuentro, me he puesto a observar en los vuelos nocturnos, y el otro día, cuando viajé a Londres en clase ejecutiva de British Airways, me fijé un joven ejecutivo. Uno de los miles de jovencitos de entre 25 y 35 años que viajan todos los días en esos vuelos transatlánticos en viajes de negocios. Esa es la edad en que les toca duro, viajar cuando al jefe ya le da lata. Era guapo, y lo tuve en el rabillo del ojo desde el lounge donde cenamos antes de subir al avión. Así uno aprovecha de dormir más tiempo, preparandose para el cambio de hora que lo deja cinco horas adelantado. O sea levantándose a las tres de la mañana y almorzando a las 8.

Al joven guapo le tocó un asiento justo adelante del mío, y me quedó a plena vista cuando me levanté para ir al baño. Ahí estaba, cuan largo era, con el culito parado, durmiendo de guata. Muy sexy, tanto que me cruzaron por la mente algunos malos pensamientos .

El día que tenga un novio, me gustaría que duerma así, pero domesticarlo para que aprenda a dormir abrazado conmigo. Me pregunto por qué me parece tan sexy ver a un hombre adulto durmiendo boca abajo. Aventuro un por qué. Dormir de guata es señal de independencia en la cama, señal de que duermes solo. Que no tienes compromisos en tu cama, sólo duermes ahí. Yo estoy empezando a dormir de guata de nuevo.
 
Friday, September 15, 2006
  Relapse
No estoy listo para el la monogamia de la que he hablado. O Peter is not the one.
Por más que lo he intentado, ya no me emociona pensar en tener una relación de largo plazo con Peter. Me gusta salir con él, cuando no estoy cansado, cuando se que las cosas se van a dar bien. Pero no puedo proyectar esto a mediano y menos a largo plazo. Aunque por un rato se me pasó por la mente, ya no parece ser una opción. Hay cosas de él que me gustan, y mucho, y sé que tengo un lado así, ¿será mi lado mas femenino?
Lo conversaba con mi amigo John, claro, John y yo somos amigos como esas minas de Sex in the City, conversamos de estas cosas a cuero pelado, sin tapujos y dando opiniones honestas sin decir lo que el otro quiere escuchar. Y me preguntó que no me gustaba de Peter, porque al comienzo me había visto tan entusiasmado. Y pensándola bien le reconocí que me gustan los hombres un poquito más rudos. John , con su lógica impecable, me sugirió que tomara nota de eso.
Me quedé pensando en que la personalidad de Peter me gusta, su sensibilidad, capacidad de apreciar la belleza, su elegancia, y su masculinidad sutil. Pero me gustaría verlo bañado de sudor tratando de subir un cerro en bicicleta, o bajando por una pista de esquí para expertos. Me gustaría verlo decir un garabato o perder su cool por un minuto, y que le de un arrebato. Creo que me gustaría verle salir la testosterona por los poros. Y no creo que pase… por lo que no creo que lleguemos tan lejos.
Estuve en Las Vegas hace unos días y conocí a Dan, un australiano que andaba por ahí en viaje de negocios. Su empresa lo mandó a una feria que había en uno de los tantos hoteles del Strip de Las Vegas, y se estaba alojando en el hotel Hilton. Después de haber chateado y hablado por telefono, llegue a encontrarme con él en un bar detrás del casino de su hotel. Tempo se llamaba el bar. No se como se llama una sonrisa hacia un solo lado, el izquierdo en el caso de Dan, pero parece ser marca de fabrica de él y de Cocodrilo Dundee. Esa media sonrisa que parece socarrona, pero que en este casao es muy amistosa y sincera. Me reconoció al instante y me dijo “Want a beer mate?”, ya que el se estaba tomando una. La verdad es que no tenia ganas de tomar, y le dije que no, que estaba bien asi. Entonces miró la suya y dijo que la podía terminar arriba, en su habitación. Pagó su cuenta, y partimos hacia el ascensor.
Casi nunca me pasa que tengo una erección incontrolable en un lugar público, pero en este caso fue asi, y para peor andaba con un pantalón de buzo y no tenía como esconderla mientras ibamos en un ascensor lleno de señoras gordas del medio oeste. Lo mejor que pude hacer fue una especie de contorsión con el cuerpo, disimuladamente. como si estuviera a punto de cagarme, y poner las manos sobre el área comprometedora. Creo que no paso a mayores y fue un alivio cuando el ascensor, después de cinco paradas llego al piso 23 donde estaba la habitación de Dan.
Dan es un tipo muy atractivo, de 44 años, machote y buen mozo como parece que los saben hacer en Australia. Simpatiquísimo y apasionado, sin vueltas, sin rollos.
Nos quedamos ahí mucho rato, mucho más de lo que habíamos planeado. Me dijo que yo era muy su tipo, “chunky boy with a big dick”. No supe como tomarlo, ya que nadie me había descrito asi antes, pero me quitó todo el incentivo para hacer dieta y bajar unos kilos. Dan no me quería dejar ir, y reconozco que a mi me costó salir de ahí, pero yo quería ir a conocer la Hoover Dam y se estaba haciendo tarde. Es una buena hora manejando desde Las Vegas, y finalmente llegué cuando anochecía. Pero llegué, y contento.
Dan quiere venir a New York, no sabe cuando pero por negocios se las arregla, me dice. No importa, si puede que venga, igual vive demasiado lejos. Cuando llegué a New York y recibí una llamada de Ricardo, un estupendo brasileño de 28 años que generalmente llama con un solo propósito en mente, se la contesté…
 
Sunday, September 03, 2006
  Echando raíces para crecer
Es curioso esto de la evolución de una relación. Si acaso se puede llamar una relación lo que está apareciendo en mi vida. He salido cuatro veces con Peter, y no tengo nada de qué quejarme. El asunto sigue tan bien o mejor cada vez quenos vemos. Pero me doy cuenta que esto toma mucho más tiempo del que me acordaba. Una cosa es salir a comer rico y hablar pelotudeces sobre una buena cena, con la expectación de lo que vendrá después de comer. Así se aguanta cualquier cosa, y no digo que haya tenido que aguantar cualquier cosa con Peter. Ha sido bastante entretenido, no me aburre. Ya me prometió cocinar para mi, y dice que cocina muy bien, hastaconsideró convertirse en chef. Lo llamé antes de partir de viaje, desde el aeropuerto, y me lo encontré practicando... cocinando unos pasteles de cangrejo que le gusta hacer. Parece que se lo tomó en serio.

Mis recuerdos de como se construye una relación de largo plazo tienen que ver con paciencia y adapatación, ceder terreno, aceptar defectos e imperfecciones, todo eso dentro de una visión de alto nivel que dice que la relación vale la pena. Pulir las aristas ayuda a que la relación dure, pero también es un proceso difícil.
En eso estamos, no se que seguirá, pero la aventura está buena.

Nueva York ha sido un diluvio ultimamente, como que no paró de llover hasta queme fui de viaje para sudamérica. El sábado y el domingo hubo que andar con paraguas todo el día. Me había propuesto empezar a mirar departamentos, no porqueno me guste donde vivo ahora, sino que porque en algún momento me gustaría comprar algo. Decidí partir por lo mas fácil, los edificios nuevos o renovados que están en el mercado, ya que así al menos por ahora no tengo que meter a un corredor de propiedades de por medio. Los corredores de propiedades en Nueva York son agotadores, y me inspiran re poca confianza. Además, si se dan cuenta que estoy vitrineando no más, me van a dar re poca bola. Es lógico también.
Empecé a mirar por Midtown, y donde los precios andan entre 1.500 y 2.000 dólares el pié cuadrado, o sea entre 16.000 y 21.500 dólares el metro cuadrado. Una salvajada. Pero es lo que hay. En el rango bajo uno tendría que estar en un piso bajo, sin ninguna vista espectacular, probablemente vista a los departamentos del edificio del otro lado de la calle. Si uno quiere un piso alto con vista de la silueta de la ciudad o mejor todavía con vista a algún rio, mejor pensar en el rango más alto. A esos precios lo que le metan adentro al departamento puede ser a todo lujo, los mejores materiales y equipamiento, y no va a cambiar mucho el precio.

Me fui a mirar después a un edificio a Madison Square Park, en la calle 26 entre la 5ª y Madison. Al frente del parque, que va de la calle 23 a la 26, entre las dos avenidas. El parque está bonito, y los edificios a su alrededor son increíbles, partiendo por el mismo Flatiron Building que es una joya arquitectónica. Por el lado este del parque está un edificio, que es una torre enorme con un reloj, y una serie de edificios antiguos de oficinas. Como conjunto arquitectónico, y como vista para tener de la ventana de tu departamento es un espectáculo. Las copas verdes de los arboles del parquecito, y los edificios alrededor. Me lo trataba de imaginar de noche, ha de ser una vista preciosa.
Pero el barrio no tiene ninguna gracia, bastante venido a menos y claramente un lugar que no es ni chicha ni limonada. Está a tiro de piedra de Chelsea, con todo su ambiente de ghetto gay, con mucha vida diurna y nocturna, es cosa de irse caminando por la 23 hasta la 7ª o la 8ª avenida, y el bario se pne muy entretenido.
O se puede seguir hacia el sur por la 5ª o por Broadway y también se pone entretenido a medida que uno se acerca a Union Square. Aparecen cafés y restaurantes entretenidos, tiendas hip, gente en las calles. Pero el barrio mismo de donde están esos esdificios es como para morirse de la lata o la depresión. Habría que apostar a que la cosa va a mejorar.
Cuando arrendé mi actual departamento le pregunte al guapo corredor israelí que me lo consiguió si le gustaba el barrio dónde estaba en midtown, ya que el vive por ahi mismo. Me dijo que si. Le pregunté si le encontraba algo de malo al barrio. Me dijo, “Si, no es Soho”.
Por eso decidí que Soho lo voy a dejar apra el final, ya que no quiero ir a mirar un loft ahñi y quedar enamorado del lugar sin haber mirado en otros lados. Esto tiene para largo, y hay que ir de a poquito viendo y entendiendo de que se trata cada rincón de la ciudad antes de decidir donde instalarse. Es un proceso más largo que ir conociendo a Peter..., me tendré que armar de paciencia si quiero empezar a echar raíces por aquí.
 

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Location: New York, United States
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