Historias de un Huracan sin rumbo
Sunday, December 24, 2006
  Pinochet
Corté mi suscripción al New York Times porque no me da el tiempo para leerlo. Al menos no alcanzo a leerlo todos los días, por lo que la dejé solo para los fines de semana. Tal vez por eso, y porque apenas enciendo la televisión es que casi no me di cuenta de la muerte de Augusto Pinochet. Recién hoy me di cuenta que había salido una foto a colores del velatorio en el centro de la primera página del Times. Y según me dicen estuvo en las noticias de todos los canales de televisión.

Con cinco horas de diferencia, tengo que haber estado en la cama todavía cuando murió el general. Abrazado con Steve en una rústica habitación de un lodge de montaña, pensando en todo lo que me él me había dicho la noche anterior antes de quedarnos dormidos, especialmente acerca de nuestro pasado y como eso lo hacía temerme. Estaba realmente en otro planeta respecto de un general ex dictador que se muere de viejo en su cama. Pero si, yo también estaba en la cama en ese momento.

Me enteré el lunes, cuando llegué a New York a mi casa y conecté el computador. La primera noticia que ví fue que el general había muerto. Me sorprendió, no porque encontrara extraño que muriera, ya que parecía lógico después de las noticias del infarto, sino porque me hizo darme cuenta cuánto me desconecté del mundo para estar esos tres días con Steve en las montañas del oeste. Y traté rápidamente de ponerme al día, leyendo lo que pude en Internet de los diarios chilenos. No había caso, me había perdido de recibir una noticia histórica al instante, fui uno de los rezagados, vine a saber de la noticia cuando ya medio mundo había reaccionado y opinado.

Igual creo que vale la pena dejar mi opinión aquí. Estando lejos no tuve que decidir si ir o no al funeral, ya que me era imposible. Por suerte no le tengo que dar explicaciones a nadie acerca de lo que hubiese hecho de estar en Chile, por lo que voy a darle rienda suelta a los sentimientos y pensamientos que me provoca la muerte de Augusto Pinochet.

A este señor lo conocí personalmente un día cuando fue a visitar mi universidad en tiempos de estudiante. Fue de sorpresa, no tenía idea que iba a ir, y ahí estaba yo parado en la cola de la cafetería cuando se acerca un grupo de personas, y veo que es el general con su entourage. Se dirigió a la cola y me dio la mano, mirándome a los ojos desde muy arriba, con sus ojos azules de abuelito bueno. Me quedé helado, no sabía que era tan alto ni que tenía esos ojos con una mirada más inteligente y profunda que la imagen que me había formado en la televisión y los diarios. No supe que pensar, excepto que el tipo tendría que haber salido más a la calle para mejorar la imagen que tenía.

Eran los tiempos en que el único compañero comunista, con el que yo estudiaba, vivía con pánico, muy digno, pero pánico al fin. Y el sobrino de un senador democratacristiano, que completaba nuestro grupo de estudio, le daba todo el día a su discurso anti-dictadura. Y yo me mantenía neutral, después de haber visto parientes sufrir mucho a ambos lados del espectro político. Por mi naturaleza le trato de buscar el lado bueno a las cosas, y tal vez eso me ha impedido matricularme en las listas de héroes o mártires de la humanidad, ya que después de analizar las cosas se me hace difícil tomar una posición extrema.

Con lo que se sabía del gobierno militar estaba claro que había cosas que estaban pasando que no eran exactamente muestras de respeto a los derechos humanos, pero nunca parecieron cosas tan graves como las que se fueron a revelar después de que terminó el gobierno militar. Ni siquiera le había oído a mis primos, ni a sus amigos, que estuvieron presos por razones políticas que las cosas fueran peores que algo de tortura, apaleos y cosas así, para sacar información en los momentos mas críticos despues del golpe. Pero en el fondo de mi mente había la sospecha de que sin tener un poder judicial funcionando bien, cosas muy feas podían estar pasando. Pero por otro lado veníamos saliendo de un caos que había sido traumático y que nos había hecho temer seriamente por el futuro en Chile.

Antes del golpe conocí a violentistas de la izquierda, y no me hacía sentir muy bien que estuvieran por ahí armados. Conocí también a extremistas de derecha, y me daban miedo. Me toco un par de veces estar al medio de batallas campales en la calle entre grupos de gobierno y oposición, durante el gobierno de Allende, y me daba terror que pudiera estar en la categoría de momio porque era un adolescente de pelito claro y bien alimentado. En una de las tantas marchas de obreros “contra la reacción” me tocó ver como gritaban “Los momios al paredón, las momias al colchón”. Mi barrio penquista estaba en pie de guerra, había unas especies de milicias protegiendo los terrenos vacíos de las tomas organizadas que traían gente de las poblaciones a “democratizar” los barrios. Sonaban balazos casi todas las noches.

La vida política civilizada se había acabado y el trato entre políticos era grosero y nadie tenía interés en oir al otro, sólo buscaban imponer su punto de vista. Imponerlo en forma total y completa, sin transar en nada. Los ánimos autoritarios venían de todos lados del espectro político. Muy mala onda. Odio, miedo, violencia. Hace un tiempo vi de nuevo el video “La batalla de Chile”. Un documental de esa época, de Patricio Guzmán, con una visión desde la izquierda de esa época acerca de lo que estaba pasando en los últimos meses del gobierno de Allende. A pesar de que pretende ser un documental acerca de la rebelión de la burguesía que llevo al golpe de estado, para mí es un retrato de la patética división a la que llegó el país, con sectores de la sociedad que se volvieron incapaces de resolver sus diferencias por medios civilizados.

Fue en el medio de eso que apareció este señor Pinochet, empujado por sus colegas comandantes en jefe a liderar el golpe de estado. El golpe me pilló camino al colegio, había salido a dedo con mi hermano menor, ya que no había transporte público. La señora que nos llevó vio las primeras tanquetas, prendió la radio y apenas escuchó los primeros “bandos” del nuevo gobierno y entró en pánico. Nos dejó tirados en el centro de una de las ciudades más conflictivas del país, con camiones con tropas moviéndose por las calles. Seguimos caminando al colegio y cuando llegamos vimos que los curas habían cerrado a machote. Nadie podía entrar, todos a su casa. Mi único compañero comunista estaba llorando de miedo, rompiendo la credencial de la que se sentía tan orgulloso. Volvimos caminando a la casa, viendo un ánimo confuso, habían algunos poniendo banderas, otros a los que habían subido a camiones militares y se los llevaban a alguna parte. Todo se veía tranquilo, parecía que el golpe sería pacífico en la ciudad, y que todo lo habían hecho temprano.

Finalmente llegamos a la casa y empezamos a oir las noticias de Santiago, la clausura del congreso y el bombardeo de la Moneda. De pronto me cayó la teja de lo que estaba pasando, que se estaba acabando nuestra patética democracia. Mi hermano mayor aúllaba contra los milicos fascistas, que dónde nos iban a llevar con esto. Su universidad estaba parada y por eso estaba en la casa por esos días. No se cómo fue que terminamos en la casa de un vecino que apenas conocíamos, una casa linda y grande ya que su papá era un arquitecto famoso. Oyendo noticias y especulando sobre que iría a pasar. En mi casa no había adultos en ese momento, mi mamá estaba trabajando y no volvería hasta muy tarde, ya que su empresa estatal había sido intervenida por la marina por “estratégica”. Nos quedamos con este nuevo amigo hasta que hubo toque de queda como a las seis de la tarde, y tuvimos que volver a casa.

Esa noche oímos disparos de metralleta toda la noche, una balacera intensa, que venía desde el centro de la ciudad. Las radios apenas reporteaban esos “incidentes”, y en los días posteriores pudimos ver varios edificios del centro que estaban ametrallados, particularmente alrededor de algunas ventanas de departamentos a bastante altura. Los hoyos de las balas quedaron así por años. No se hablaba de muertos, pero se daba por entendido. Me invadió una tristeza enorme, que me duró años o tal vez toda la vida, alimentada por los años de privaciones de los setenta, los camiones militares que vi llegar a buscar gente a sus casas, los primos exiliados y el miedo que se notaba en los ojos de muchos.

Terminé el colegio ese año, no sin antes ver a mi profesor de historia regresar psicológicamente destrozado de la Quiriquina donde lo tuvieron detenido. Dimos la prueba de aptitud en el verano y partí a la universidad.

No tuve miedo, los militares no me atemorizaban ni en los peores de los tiempos. Me atreví a ser desafiante y traté de mantener mi dignidad cuando me paraban. Fueron mis tiempos de universitario en Valparaíso, en una universidad que se convirtió en una sucursal de la escuela naval, con gimnasia obligatoria y una presentación masiva de gimnasia rítmica protagonizada por nosotros los estudiantes de primer año. No se hablaba de política, y yo veía a los amigos de mi hermano, los que alcanzaron a conocer las universidades politizadas de antes del golpe, que tenían miedo. Mi generación fue la primera que tuvo toda su educación universitaria bajo el gobierno militar.

Me dejé el pelo largo, me vestí como se vestían los jóvenes de esa época, alternativo, empujando un poco los límites. Me emborraché en la calle y en la playa, me reí descaradamente de las Fiestas de la Primavera que inventaba el gobierno para levantar los ánimos. No discriminaba por color político a mis amigos y acompañé a mis primos hasta el día que se tuvieron que ir exiliados. Igual nunca me pasó nada, la violencia era muy dirigida. Para que a un adolescente medio rubiecito le pasara algo tenía que ser declaradamente comunista o haberse metido en las patas de los caballos. El racismo predominante en la época era una protección para mí, con mi cara de niño bueno. El color era un indicador de clase y la clase de color político. Y no había mentalidad más clasista y racista que la de los militares chilenos.

Pinochet era en ese momento uno de los de la junta, no el único, daba la sensación de primero entre pares, ya que era el presidente. Desde Valparaíso, donde la marina mandaba, se veía un poco distorsionado el panorama, dando la impresión de un poder más repartido.

Los años pasaron y quedaba cada día más claro que no ibamos a volver al Chile que conocíamos, ni a la democracia que los militares terminaron de liquidar. El gobierno de Pinochet y la junta fue tomando cada día más una cara de gobierno fundacional, un gobierno de fuerza que iba a rehacer el país, dejando poco de lo que traíamos de tradición. Al mismo tiempo que decían que estaban salvando a Chile, le metieron una revolución profunda, en la que no hubo muchas consideraciones para nadie. Lo que llaman el costo social, que lo pagaron muchos. Empresarios que quebraron cuando abrieron la economía, trabajadores cesantes, ahorrantes estafados por el libertinaje de los mercados financieros. Y otros que vieron beneficios inesperados, campesinos recibiendo títulos individuales de propiedad, la tierra que no volvió a los patrones después de la reforma agraria. La privatización masiva y apresurada de los años setenta, el auge y caida de los primeros grupos económicos, la crisis bancaria y la refundación de las bases económicas del país en los años ochenta, con las AFP, la regulación bancaria, el rescate de los bancos, el capitalismo popular y las privatizaciones de segunda generación.

A pesar de la dictadura el poder del Estado disminuía día a día. Los liberales tenían influencia sobre el dictador y él, siguiendo su instinto, dejó hacer. Hábilmente cuando tuvo dificultades políticas le dio un premio de consuelo a los estatistas corporativistas poniendo a Jarpa y a Escobar en los ministerios claves, pero al final, volvió a los liberales que le dieron el impulso de largo plazo al país.

Vimos los asesinatos de los profesores comunistas, el de Tucapel Jiménez, y tantas otras brutalidades. Había más apertura, pero siempre bajo el poder total de Pinochet. No se movía una hoja en el país sin que él supiera, dijo una vez.

A regañadientes dejó la presidencia cuando perdió el plebiscito, pero la dejó. Un dictador con poder total al que no tuvieron que sacar en un ataúd, y que mientras siguió viviendo en su propio país vio como éste regresó a una democracia mucho más abierta que la versión protegida que él tuvo en mente. No le gustó, pero fue producto de su propio diseño, porque se usó su propia institucionalidad para construir lo que hoy tenemos.

Nos dejó un país mejor, mucho mejor que aquel que le dejamos tomar a su cargo por nuestra propia inoperancia. Lo hizo a su manera, brutal. Corrió sangre, murió gente y torturaron a otros, y él es responsable, porque no se movía una hoja en el país... Pero fuimos todos responsables de llevar las cosas a ese extremo y dejar el país en una situación en la que un golpe militar parecía un mal menor, a pesar de que hoy muchos próceres que apoyaron inicialmente el golpe hoy reniegan de sus palabras.

No se quién es un paralelo en la historia para Pinochet, algunos lo comparan con Hitler, lo que me parece ridículo. El señor éste nos salvó de una guerra con Argentina y buscó razonablemente darle una salida al mar a Bolivia. No persiguió a nadie por su raza ni por su religión, menos que se considere al comunismo en esa categoría. Fue un gobierno duro, autoritario, que violó los derechos humanos, pero no se acercó a lo que fue el nazismo alemán. Otros lo comparan con Franco, y tal vez algo se parece a los últimos años del dictador español, pero Pinochet es de otra época, es de la guerra fría y no de la segunda guerra mundial. Y por Dios, que diferente relación tuvo con la iglesia católica Pinochet.

Creo que con el general es su propio referente, para bien o para mal, es una figura histórica. Y hoy la prensa de los países democráticos desarrollados le dan duro, lo presentan como un hombre malo, porque su intención fue “destrozar la democracia”, diciendo que “no importa cuanto haya hecho por la economía”, el hombre era malo porque aplasto una democracia. Pero me temo que eso es una pose para decir, no podemos reconocer que la democracia se autodestruye a veces y que un dictador puede ser un camino para el “progreso”, no sea que se tienten otros de países que son casos perdidos en los que la democracia no funciona. Miren a Iraq. No, hay que demonizar a este señor, pero me cuesta olvidar que muchos de los hombres celebres con cuyos nombres adornan las calles las capitales europeas no fueron precisamente respetuosos de los derechos humanos. Y no han sido demonizados sino que puestos en contexto.

A Pinochet hay que reconocerle lo bueno y lo malo, y no simplemente demonizarlo por lo malo. Porque ha sido determinante en nuestras vidas, en lo que somos y lo que vamos a poder ser. Que no necesariamente es lo que el tenía en mente, pero es mejor de lo aquello hacia donde ibamos.

Lo que no me pude tragar de Pinochet fue su incapacidad para reconocer las violaciones de derechos humanos y asumir la responsabilidad de eso frente a los chilenos. El no asumirlo heroicamente, como lo que tuvo que hacer en ese momento de la historia, y el no pedir perdón, me hace pensar en pequeñez, temores por el bienestar inmediato, por sus herederos. Desconfianza del juicio de la historia, incapacidad de asumir su destino como un O’Higgins o un Bolivar. Eso fue lo más fuerte para mi. Lo de las platas fue sólo la guinda de la torta y consistente con lo anterior. Refugiarse con un colchoncito de protección en vez de enfrentar su destino.

Así y todo, fue un hombre que dejó una marca fuerte en mi vida. Creo que me hubiese gustado estar en su funeral. No para alabarlo ni para escupirlo, sólo como testigo de la historia.
 
Monday, December 11, 2006
  Vacas
No sé si el fin de semana anduvo bien o mal. Lo pasé muy bien, el esquí espectacular, la compañía, entretenida. Esquiamos, comimos rico, nos reímos y nunca nos sentimos incómodos ni lateados. Pero mis expectativas no se cumplieron. Sigue viendo a la vaca y poniéndose a llorar, y aunque por lo menos se atreve a acercarse al potrero y verla de lejos y creo que le va a costar mucho poder superar el trauma. Hablamos largo sobre el pasado y la incapacidad que he tenido para darle el lugar correcto en mi vida. Me lo dijo así, tal cual. Que siempre esperó mucho más de mí que lo que le di. Y que eso lo pone en una categoría de juguete, diversión, pero nada más. Y para eso prefiere ser un buen amigo, porque así por lo menos sabe qué lugar tiene en el esquema de las cosas.
Fue duro oírlo, y también entender que su percepción de lo que yo he hecho en el pasado es bastante peor de cómo yo quisiera presentarla. Por ahí me dijo que me quiere, y que una vez estuvo profundamente enamorado de mí. Le pregunté cuando dejó de estarlo. Y me dijo “No sé”. No quise preguntar más.
Llegamos de vuelta a New York, y el siguió a tomar su vuelo a Boston, Nos dimos un abrazo apurados en el pasillo de conexiones y quedamos de seguir yendo a esquiar juntos. A ver si se le quita el miedo a la vaca, o si la vaca aprende a mostrar mejor su lado bueno.
 
Tuesday, December 05, 2006
  Toys for Tots
Que fin de semana. Boston vino a New York esta vez, y el sábado en la tarde me encontré en el aeropuerto de LaGuardia recogiendo a Steve del USAir Shuttle. Llegué justo cuando estaba saliendo y ahí lo encontré parado afuera del Terminal, mas guapo que nunca. Subió apurado a mi auto y salimos por la BQE y Northern boulevard hacia el puente Queensboro para ir a mi casa. Yo estaba nervioso, aunque he dicho que no me hago expectativas, la verdad es que no puedo evitar pensar que pasaría si lograra enamorarlo de nuevo. Llegar a mi departamento y que lo haya encontrado muy lindo me hizo sentirme como a un perrito al que le dan unas palmaditas en la cabeza y mueve la cola. En vez de eso le pregunté donde quería dormir. Le podía armar una cama inflable o podía dormir en la mía. Que es grande y hay espacio para él, además que no le haría nada. Se rio y me dijo maliciosamente si estaba seguro que no quería hacerle nada, y que le daba lo mismo, que dormiría en mi cama. Fue fácil la decisión para él. Abrimos una botella de vino y partimos a explorar la noche de Manhattan.

Salimos a comer al boliche mexicano ese de Hell’s Kitchen, donde he ido muchas veces con John y sus amigos. Partimos tomando unas margaritas gigantescas, y desde allí la cosa se fue poniendo cada vez animada. El boliche ese es mixto, es decir, la concurrencia es de todo tipo, aunuque dado que Hell’s Kitchen es muy gay, hay muchos en el restaurante. Pero en el bar nos trataron de levantar dos minas que estaban muy buenas y en forma agresiva. La magia de andar con Steve, esas cosas no me pasan cuando ando solo. Su sex-appeal es contagioso. Muertos de la risa nos escabullimos del acoso de estas dos mujeres cuando no asignaron una mesa para comer. Apenas terminamos nos fuimos a Therapy, pero cuando llegamos apenas había gente. Es que eran recién un poco más de las nueve de la noche. Casi nos fuimos, pero finalmente nos decidimos a subir al segundo piso a tomar algo. Agua para empezar. Y nos sentamos ante una mesa grandota que hay frente al bar.

No se como fue que de pronto nos encontramos conversando con un tipo muy guapo, un sueco rubio y atlético, con una tremenda sonrisa. Y de la conversación pasamos a la ronda de tragos, mojitos creo que fue… Y a las bromas que salen fáciles cuando uno está medio borracho. En el momento en que Steve se fue al baño, el sueco, que se llamaba Abraham, me dijo con envidia que eramos una “hot couple” y que teníamos mucha suerte de tenernos uno al otro. Por mucho que pasaran imágenes de Adam and Andy por mi mente, le dije que a pesar de nuestros trece años de historia no somos pareja, pero que nos queremos mucho.

Nos reimos mucho, me hacía falta. Y creo que a Steve también. No se como fue que terminamos en Vlada, los tres, y alguien le preguntó a nuestro amigo sueco si era judío, a lo que el respondió que no, a pesar del nombre bíblico, y para reforzar el punto asomó la prueba de que no está circuncidado. La cosa se estaba poniendo demasiado fuerte, y cuando ya empezó a tratar de comerse a Steve ahí en el bar, o rescaté y partimos a la casa, donde terminamos durmiendo desparramados sobre mi cama, a medio desvestir. Como resultado de una buena borrachera. Despertamos un par de veces en la noche y de apoco nos fuimos ordenado, apagando luces, sacando ropa cerrando persianas. Fue una linda noche y un mejor amanecer.

Steve se deja querer pero me pone un limite, y me da la impresión que no le molesta la idea , pero también pienso que no quiere saber de las ramificaciones que volver a compartir la intimidad puede tener. Pienso en nuestra historia y me pongo en su lugar. Si yo fuera él, no me dejaría ni acercarme. Ya lo he jodido mucho con las veces que no he estado dispuesto a tomar un compromiso mas allá de ser buenos amigos con un poco de melodrama. Me pregunta muy seguido si realmente me voy a quedar en NYC, y si realmente estoy viviendo solo. Si caso me quedo con mi mujer cuando voy a Santiago. Que como me siento sin mis hijos. Conoce mis debilidades, y sabe que alguna vez se encontró con que él estaba más abajo de lo que quisiera en mi lista de prioridades. Y
El no sabe que eso ha cambiado, y que hoy lo pondría muy arriba. Sin embargo quien se ha quemado con leche ve una vaca y llora, y creo que se está cuidando. Es lo que me dice mi lado optimista y lo que me hace ser paciente y tratar de mostrarle las cosas con hechos y con cariño.

Mi lado negativo me dice que no me haga ilusiones, lo que ya escribí hace unas semanas. Pero no tengo ganas de oir a mi lado negativo.

El domingo nos fuimos a un brunch con un amigo de Steve, uno que fue compañero de él en Columbia. Simpático, me parece que hab´´iamos sido presentados hace unos 12 años, pero no me acordaba de él ni él de mí. El tipo es un profesional de primera y le ha ido muy bien, es latino, guapo y está soltero. ¿Cómo es eso posible? Ahí estaba yo con dos ejemplares increíbles, exitosos, simpáticos, guapos, financieramente sólidos, y solitarios. ¿Qué pasa en este mundo gay que tipos así no tienen pareja?. Bueno, si puedo resolverle el problema a uno, es mi granito de arena.

En la tarde nos fuimos a comprar juguetes para ir a la fiesta de Toys for Tots que organiza y financia entre otros un amigo. Son unos cuantos tipos destacados de la comunidad gay que organizan y financian esta fiesta enorme, para 1500 personas, con la condición que cada asistente traiga un regalo de navidad para niños de hasta 16 años. La fiesta fue en el Metropolitan Pavilion, con bar abierto y con decoración “navideña”. Unos soldaditos de plomo, en realidad con ese “look”, de carne y hueso, parados de guardia en la entrada del salon. Guapísimos. Y unos viejitos pascueros en exhibición, mas guapos todavía, con unos pectorales de miedo y la chaqueta de piel coquetamente abierto..
Estuve a punto de sentarme en sus rodillas para conversar de lo que quiero para navidad.

La fiesta fue un espectáculo de los tipos más guapos de New York, todos muy bien vestidos, aunque según Steve que en estas cosas es bastante conservador, ahora entiende que significa “proper attire required”, y es que los jeans tienen que estar sin hoyos. Era un mar de hombres disfrutando del cocktail, paseándose y saludando a sus conocidos. Encontramos a varios. Es el lugar ideal para conocer gente si estas buscando novio, pero estaba tan bien acompañado que no me interesó el tema. Salimos antes de que terminara para llevar a mi amigo al aeropuerto, y fue impresionante ver que había cientos de tipos afuera con regalos esperando para entrar a la fiesta. No pueden entrar más que los que se permite por regulación en ese local, asi que entraban a medida que salía gente. Realmente una gran fiesta, con resultado de una montaña de regalos para niños necesitados. La comunidad gay es poderosa en New York, y se mueve. Una de las principales cosas que la une son los actos de caridad. Food for thought.

Dejé a mi amigo en el aeropuerto, nos veremos nuevamente el jueves en la noche para ir juntos a esquiar por el fin de semana en el oeste. Lo invité y aceptó.
 

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