Historias de un Huracan sin rumbo
Tuesday, May 13, 2008
  Leaozinho
Leon - Toro. Liutauras. Rarísimo nombre, según él equivalente a Lotario. Pero también según él viene de Leo y Taurus, león y toro. Con mi falta de romanticismo tuve que investigarlo en internet y descubrí contradicciones, que Lotario es algo así como “Guerrero Distinguido”, de origen godo. Y que ya no se usa como nombre para niños, excepto cuando al niño lo quieren joder de por vida.
Liutauras es lituano, y decidí quedarme con la versión de León y Toro. Después de escuchar abrazados, desnudos sobre la cama mi canción favorita entre las de Caetano Veloso, “Leaozinho”, Leoncito, no tengo ánimo para explicarle que su nombre no tiene nada que ver con eso.
Lo conocí por un aviso en Craigslist que decía, mal escrito, que buscaba un boyfriend. No un polvo, ni describía posiciones o preferencias, sin foto. Simplemente que buscaba alguien a quién querer y que lo quisiera.
Finalmente intercambiamos fotos de cara, y con escepticismo acepté vernos para tomar un café en Lucky Strike, un bar restaurante tipo boliche del Soho, a las tres de la tarde del domingo.
A las tres y diez me senté en una mesa de un rincón del restaurante y como no aparecía, ordené una hamburguesa con papas fritas pensando en la estupidez que estaba haciendo al confiar en que alguien iba a llegar. Soy un hombre adulto, medio pasadito ya para creer en cuentos de hadas.
A las tres y quince llegó mi hamburguesa y mientras decidía si me la comía a mano o con tenedor y cuchillo vi acercarse unas horribles zapatillas plateadas con amortiguadores. Hacia arriba seguían unos jeans ajustados y más arriba un rubio de pelo medio largo vestido de sweater y camisa. Formalito pero muy trendy.
No lo miré mucho y pensé, que aburrido va a ser esto, un deslavado nórdico. Habrá que despacharlo rápido, aunque ya estoy jodido y al menos me tengo que comer la hamburguesa. Se acercó y me dio la mano, sentándose a la mesa, mientras me explicaba que ya había ordenado un café en el bar antes de verme en el rincón.
No me dijo como se llamaba, solo se sentó. Tampoco le dije mi nombre, no quería dejar en evidencia frente al vecino de la mesa contigua, exactamente a 7 centímetros de la mía, que estaba en una cita a ciega encontrándome con un desconocido en el restaurante.
Trajo su café y ordenó algo para comer. Y nos pusimos a conversar. Conversamos la hamburguesa. Otro café. Y otro. Y más. Dieron las cinco y media y ya nos tuvimos que ir porque no había forma de justificar seguir en esa mesa hablando paja.
No sabía cómo invitarlo a mi casa ni como lo iba a tomar. Le dije que viniera a ver mis cuadros. Es artista, por lo que era una buena excusa.
Llegamos a mi departamento y el resto es historia.
Eran las seis de la tarde cuando al dejarnos caer sobre la cama le dije que no sabía como se llamaba. Liutauras, me dijo, y me explicó lo del león.
A la medianoche me dijo que se tenía que ir. Que tenía compromisos temprano cerca de su casa, en la otra punta de Manhattan.
No pude soltar su maravilloso torso albo, magro, marcado David de Miguel Angel. Su piel suave como seda revistiendo los músculos duros y cálidos. Duro pero suave a la vez. El tampoco hizo un esfuerzo por zafarse. A la una de la mañana por fin nos despegamos y se vistió para partir.
Y se llevó consigo toda esa ansiedad que me consumía, esa locura por conectar sexualmente con alguien que hasta me ha llevado a correr a la computadora para buscar otro encuentro apenas se cierra la puerta sobre los talones de algún desconocido.
Se llevó todo el interés por seguir la búsqueda y me dejo una paz enorme, tan profunda como sus ojos celestes.
No quiero ilusionarme. Pero me dejó tranquilo. Como no lo he estado en mucho tiempo. Ya van 24 horas y sigo tranquilo. Solo lo llamé y le dejé un mensaje. Me llamó y me dejó otro mensaje. Cariñoso, sin rollos. Mi leaozinho. Leoncito. Little lion.

El sábado amanecí meado. Tiene razón el dicho “Duermes con niños y amaneces meado”. Gerry es un niño. Lindo. Tierno. Iba a decir que complicado, apasionado y terco como buen irlandés. Pero no. Sólo es un niño. Pasó la noche conmigo y en la mañana ya todo había terminado. Amanecí meado, aunque él todavía no lo sabe. Ni siquiera sé si se lo voy a decir. Steve, que dormía en el dormitorio de visitas depués de una de esas salidas gatunas que hace cuando viene a New York, me dijo que me había ido bien, ya que Gerry se había venido a pasar la noche conmigo. Pero todo anduvo mal. El elefante invisible de la diferencia de edad nos estaba ahogando toda la noche, aplastando sin misericordia. Me lo dijo cuando llegó, con su sensibilidad celta: “Something is up!, I just feel it…”.
No se cuándo se lo voy a decir, ni si acaso hace falta. El asunto se derrumbó por su propio peso y me sentí mejor. Aunque por un rato triste. Voy a extrañar su vitalidad. Su linda cara de chico bueno a punto de subirse al barco en Dublin para venirse a América. El mechón de pelo castaño oscuro, al más puro estilo Bobby Kennedy. Su nariz fina y delicada y sus labios cálidos. Todo. Un hombre, pero un niño a la vez. No puedo seguir amaneciendo meado.


Gosto muito de te ver Leãozinho
Caminhando sob o sol
Gosto muito de você Leãozinho
Para desentristecer Leãozinho
O meu coração tão só
Basta eu encontrar você no caminho

Um filhote de leão, raio da manhã
Arrastando o meu olhar como um ímã
O meu coração é o sol pai de toda a cor
Quando ele lhe doura a pele ao léu

Gosto de te ver ao sol, Leãozinho
E de te ver entrar no mar
Tua bele, tua luz, tua juba
Gosto de ficar ao sol, Leãozinho
De molhar minha juba
De estar perto de você
E entrar NUMA
 
Friday, May 09, 2008
  Sugar daddies and big brothers
Eran las 10:30 de la mañana del domingo cundo sonó mi teléfono cellular. Le tengo puesta la campanilla de teléfono antiguo, esa que suena “¡Riiiing, riiiing, riiiing!”, porque es la que mejor oigo en todos los lugares. Es un poco molesto que a uno lo despierten con ese ruido, pero sí es bien efectivo. Tomé el aparato y ví que era Gerry el que me llamaba, y me acordé que iba a venir a desayunar conmigo, ya que la noche anterior habíamos cancelado salir a comer porque yo me sentía demasiado resfriado.
Contesté con voz de sueño y me dijo que ya no iba a trabajar hoy como me había dicho, y que tenía el día disponible, pero que recién esperaba llegar a mediodía porque había salido hasta tarde la noche anterior. Me venía bien un rato más para dormir, porque me había desvelado durante la noche y a las cuatro de la mañana me encontraba viendo una película de HBO-on-demand.
Un cuarto para las doce sonó el timbre cuando estaba completamente desnudo y a punto de ntrar a la ducha calculando estar vestido a las doce cuando llegara Gerry. Pero llegó antes, así que le abrí la puerta del edificio desde el intercomunicador y dejé la puerta del departamento abierta para que entrara. Apenas entró le grité que estaba en la ducha y que salía en un minuto.
Salí de la ducha y me puse los jeans que tenía en el baño, y cuando entré a mi dormitorio me encontré a Gerry de espaldas en la cama, totalmente vestido, con jeans y una de esas poleras de rugby de manga larga. Tenía cara de recién duchado y se veía guapísimo.
“Tengo ganas de dormir siesta, ¿estás con mucha hambre?. Podemos ir a comer en un rato.”
“No, creo que aguanto sin desmayarme, además también tengo un poco de flojera”
Me dejé caer sobre la cama y puse mi brazo sobre su torso.
“Me vas a encontrar olor a alcohol, anoche tomé mucho. Espero que no te moleste”
Me acerqué y me besó en la boca y sentí el olor a borracho. Ese que les queda a lagunos cuando toman demasiado.
“Estoy con un ‘hangover’ tremendo”
“No importa”
Nos quedamos una hora y media en la cama, regaloneando, conversando, haciéndonos cariño. Nada ‘hard core’, mucha ternura. Le conté todo lo que no sabía de mí. Mi situación familiar, mi edad (él creía que tenía menos), lo que Steve había dicho de él, le dije también que me gustaría mucho verlo mas seguido. Puso cara de preocupación, y me empezó a decir que no estaba preparado para ser mi boyfriend, que él era muy independiente. Le dije que yo tampoco. Que también soymuy independiente, y que tenemos una enorme diferencia de edad por lo que lo más probable es que no funcione una cosa así. Que yo tengo muchas otras cosas que resolver antes de tener un novio más cerca de la edad de mis hijos que de la mía. Pero que me sentía muy bien con él ahí. Me respondió que el también. Que se sentía fantástico conmigo. Me preguntó si yo sólo salía con jóvenes de su edad, lo que e dio risa. Le dije que no, que era la excepción, que la mayoría de la gente con la que he salido últimamente es de 40 para arriba. Y que muchas veces no me siento cómodo conversando con gente de su edad, excepto que con él me resulta muy fácil. Y es verdad, su sonrisa me mata, y me siento bien hablado de cualquier cosa con él.
Nos vestimos y salimos a almorzar. Caminamos para el lado que él sugirió, y terminamos entrando a un restaurante italiano bastante caro. Le dije que invitaba yo, cosa que no le gustó.
“¿Por qué me haces esto? Si lo podemos pagar a medias.”
“Si, ya sé, ero lo quiero hacer, además ya estabas diciendo que no querías entrada y estás muerto de hambre. Te toca a ti pagar el postre, vamos a comer helado después”
No estaba muy convencido, pero logré meterlo en la conversación para que se olvidara del tema. Hablamos de todo, de nuevo. Hasta tocamos el tema de los jóvenes de su edad que se buscan un “sugar daddy” para vivir en un mejor departamento y con acceso a buenas vacaciones, y todo lo que el dinero puede comprar en una ciudad como Nueva York. Le conté el caso del joven chef que conocí, que no tenía permiso de su pareja para trabajar y desarrollar su carrera porque necesitaba tenerlo en la cama todas las noches y no metido en la cocina de un restaurante. Y que por el ocio en que se encontraba terminaba siéndole infiel a escondidas. Hablamos de lo destructivo que era una cosa así y me dijo que nunca lo haría. Le dije que yo tampoco, que ya me lo habían ofrecido más de una vez y había dado un no rotundo.
Creo que eso aclaró el ambiente porque en el fondo él estaba preocupado que lo viera como alguien que busca seguridad económica. Me dijo que no la necesitaba, que su trabajo le permite vivir bien y ser independiente. Pero con una enorme sonrisa en la cara me dijo que a propósito del cocinero, tener un chef de ‘room-mate’ no le parecía mala idea, para que alguien cocine decentemente en su casa, porque él nunca había cocinado un plato de comida. Se nota que su mamá irlandesa lo mimó.
Salimos apurados porque me tenía que ir de viaje y pronto llegaría el auto que me iba a llevar al aeropuerto. No alcanzábamos a ir a comer helado juntos. Le dije que fuera a comprarlos a la heladería mientras yo empacaba, té verde y frambuesas para mí.
Estaba empacando cuando sonó el timbre del departamento.
“Soy yo, Gerry. Pero…”
“Sube, rápido”, lo interrumpí.
“OK, bueno, subo”
Le dejé la puerta abierta nuevamente mientras terminaba de empacar, y entró con cara compungida, ya no tan sonriente.
“Había una cola enorme para comprar helado, pensé que no iba a alcanzar a traértelo”
“No importa, me lo quedas debiendo y te lo voy a cobrar el viernes cuando salgamos de nuevo, ¿OK?”
“Si, el viernes puedo, o el sábado”
“¿Viernes y sábado, entonces?” Lo ví titubear y sentí que lo estaba presionando. “Yo también puedo viernes y sábado. ¿Cuál prefieres?”
“Viernes”
Bajamos juntos a buscar el auto y nos despedimos en la calle.
Una tarde dulce, por describirla de alguna manera. Me dejó el ánimo por las nubes. Se me hizo facilísimo pensar en una relación exclusiva con Gerry. Algo sencillo, descomplicado y abierto como habían sido esas horas juntos. Sin presión, excepto la de tratar de complacer el uno al otro en la medida de lo posible. Y hablando de las cosas que funcionan y de las que no.
Who am I kidding? Somos de distintas generaciones, la diferencia de edad es abismal. ¡Casi lo doblo en edad!
Pero hoy ya es viernes.
 
Saturday, May 03, 2008
  Un fin de semana en Manhattan
Steve llegó el jueves en la noche así que lo tuve todo el fin de semana y más. Llegó a medianoche de Europa y yo que lo esperaba a comer, a esas alturas estaba muerto de hambre. Tratamos de comer en el pub de la esquina, en el donde generalmente me como una hamburguesa tarde en la noche los fines de semana, pero ya tenían la cocina cerrada. Terminamos comiendo en el café Bari, que en la noche cambia totalmente de personalidad, emerge con una discoteca en el segundo piso, y en el primero se cambia de nombre a “Downstairs Diner” , una especie de restaurante sencillo para noctámbulos. Yo estaba antojado de comer una hamburguesa, y por lo menos tenían unas hamburguesas medio fruncidas, “mini hamburguesas” las llamaba el menu. Pero estaban ricas, y si no hubiera sido por la música estridente que venía del segundo piso, hubiese sido una comida romántica en el medio de la noche.
El viernes salí temprano a la oficina y nos reunimos en la noche para salir a comer a un restaurante argentino en Tribeca, a lo que se nos agregó un amigo mutuo, ex-compañero de Steve en el MBA. Comimos una cena mediocre en el restaurante y nos fuimos a Hell’s Kitchen a dar una vuelta por los bares. Therapy primero, después Vlada y por fin Posh. Curiosamente la mayoría de la gente que vimos era fea, nada de chicos guapos como esperábamos, por lo que no demoramos mucho en arriar la bandera y partir de vuelta a dormir. Excepto que nuestro amigo se quedó a dar otra vuelta por los bares, solo, a ver si se llevaba alguien para la casa. No sé como le fue, no lo llamamos el sábado. En realidad se nos olvidó su existencia.
Desperté el sábado cuando Steve andaba dando vueltas por el departamento a horas extremadamente tempranas para un fin de semana. Según él era el efecto del jet-lag de Europa. Le dije, en broma, que si tenía tanta energía que se pusiera a hacer panqueques para el desayuno. Y me volví a dormir. Profundo, hasta que desperté cuando Steve me trajo un café con leche a la cama y me dijo que los panqueques estaban casi listos. No podía creer lo que veían mis ojos, pero había salido de compras y tenía ensalada de fruta, yogurt fresco, un preparado de manzana caliente con canela y por supuesto panqueques. Un delicioso desayuno a eso de las 11 de la mañana que no me pudo venir mejor. Estaba tan contento que invité a Steve a la ópera, a la única que estaba disponible para el sábado, Die Entführung aus dem Serail de Mozart. Le dije que prefería ir a la ópera o al teatro antes que volver a vagar de bar en bar a medio filo como la noche anterior.
Comimos tanto al desayuno que nos saltamos el almuerzo, y después de pasar un rato cada uno leyendo y trabajando en el computador, le propuse que me acompañara a hacer unas compras por el Soho, unos zapatos de montaña que ando buscando hace rato. Recorrimos Patagonia, North Face, Adidas e Eastern Mountain Sports, y por fin no encontramos mi tamaño. Mis pies son complicados. Todavía estaba probándome unos bototos cuando Steve anunció que se iba a “tomar un café” con un “amigo” que lo llamó en ese momento, y se largó. Me había dicho que estaba esperando esa llamada, y que se iría, lo que me venía fantástico porque a las 5 de la tarde iba a venir a mi casa Gerry a “tomar una cerveza” conmigo.
Cuando llegó Gerry pensé que ibamos a tener una pelea porque la última vez que lo había visto las cosas terminaron medio abruptamente y habíamos tenido un intercambio de mails medio ácido para ponernos de acuerdo cuando vernos de nuevo. Pero llegó contento y con una amabilidad que me dejó indefenso, y nos instalamos a tomar unas cervezas en el sofá, frente a la ventana que da a la calle. Nos divertimos mucho conversando, tiene conversación el chico éste, y a pesar de la tremenda diferencia de edad hay buena química. Como a las 7 se tuvo que ir, muy a pesar de ambos, porque a las 8 él tenía una fiesta de despedida para una pareja de amigos que se iban a vivir a Seattle, y yo a las 8 tenía la ópera para la que Steve se suponía iba a volver a las 7. Y bueno, como hacía rato que habíamos cerrado la persiana de la ventana que da a la calle, nos incomodaba que de pronto Steve apareciera en la puerta. Antes de irse me preguntó si Steve era gay, y cuando le contesté que si, me dijo que lo llamara cuando saliera de la ópera para que Steve y yo fuéramos a la fiesta.
Apenas salió Gerry por la puerta principal recibí una llamada de Steve diciéndome que andaba por Hell’s Kitchen y que no iba a alcanzar a volver, por lo que mejor nos encontrábamos directamente en el Met, en Lincoln Center. Me cambié rápidamente, al menos para ir con chaqueta a la ópera, y llegué corriendo al Met después de pasarme una estación del Subway. La ópera ésta no daba para mucho, definitivamente no quedó en la lista de mis favoritas. Al menos la parte que no me dormí, que según yo fue poquito, pero que Steve dice que fue mucho. No le creo. Porque no me perdí nada de la trama, por lenta que haya sido no daba para que me hubiera dormido mas que unos minutos de las tres horas con dos intermedios que duró la obra.
En el primer intermedio me encontré con un tipo al que conozco por trabajo que andaba con su señora. Lo saludé pero no alcancé a presentarle a Steve porque salió corriendo al baño. De repente me incomoda decir que ando acompañado de este pedazo de tipo buen mozo. Cualquiera piensa que ando con un escort, cosa que después del fiasco del gobernador Spitzer ya no se vería tan cool. Por otro lado me infla un poco el ego que los mal pensados piensen que me lo estoy tirando, y que yo sepa que ya tiramos hasta el cansancio en otra época y que ahora somos de verdad sólo amigos.
Cuando terminó la ópera partimos caminando a la fiesta que era en un boliche que hay en la calle 52 cerquita de Therapy. Traté de llamar a Gerry, pero no me contestó. Bueno, dijimos, si no contesta podemos terminar dando la vuelta por los bares igual que ayer. Ibamos llegando al boliche cuando lo volví a llamar y me contestó. Feliz de oírme me dijo que la fiesta tenía para rato. Entramos y en el repleto boliche mezcla de bar y restaurante no había mucho espacio y no aparecía Gerry por ninguna parte. Una recepcionista nos trataba de sentar en una mesa cuando por fin apareció mi amigo con su enorme sonrisa irlandesa y nos llevó a un salón semi-privado al fondo del boliche. Ahí nos presentó a sus mejores amigos, empezando por el que se iba a Seattle porque su pareja había conseguido el trabajo de sus sueños en una fundación sin fines de lucro. También nos presentó a Jimmy, un rubio de tez pálida, bajito y pelo corto, con un cuerpo marcadito, ágil y muy sexy. Y a varios otros en las distintas variedades que ofrece el mundo gay en New York. El compañero de colegio, negro, amanerado, que nunca le quiso creer a Gerry cuando le confesó que ergay y por el contrario pensó que lo hacía como burla a él. Hasta que años después lo perdonó. O el tipo guapo de pelo negro y corto, camisa negra y totalmente masculino, que parecía cualquier chico de veintitantos que uno pudiera ver en la calle. O el que había venido de Chicago y que tenía el aspecto de Raphael de España, es decir perecía mujer, sólo que más joven. Simpáticos. Me sentí infinitamente más cómodo en ese grupo que la noche anterior saltando de bar en bar.
Cuando Gerry nos presentó al guapo de Jimmy como uno de sus mejores amigos, acto seguido anunció que acababa de romper con su novio, y que por lo tanto estaba disponible. Lo quedamos mirando y yo le dije que me parecía muy interesante, ya que Steve también estaba soltero y disponible. Jimmy, muy serio me miró, y me dijo “¿y tú?¿no estás disponible?”. Miré a Gerry por si quería intervenir, y no dijo nada. “Soltero si”, le dije, “pero disponible no”. Por una parte no quise quedar como baboso y decir, estoy saliendo con Gerry, porque nuestra relación es medio indefinida, y por otro, tampoco quise decir algo que lo ofendiera y liquidara la escasa relación que tenemos.
Steve fue un éxito con los amigos de Gerry. Particularmente con Jimmy, que por otra parte había invitado a un tipo en el que está interesado. Otro jovencito como ellos, un rubio guapísimo. Estuvimos un rato flirteando con los jovencitos hasta que yo decidí ir a la parte delantera del boliche a comer un poco de sushi, ya que venía muerto de hambre de la ópera y el efecto del desayuno había pasado hace rato. Estaba buenísimo el sushi, especialmente el erizo, que es difícil de encontrar de buena calidad en Manhattan. Mientras yo comía, Steve, que no comió para cuidar su silueta de actor, se deleitó mirando como el boliche se había convertido en un bar gay con la mejor concurrencia que habíamos visto desde el día anterior. Y eso que el día anterior habíamos entrado a este boliche y era claramente un bar straight, lleno de parejas. Jimmy circulaba haciéndole los puntos a su invitado y mirando de reojo a Steve. Yo, que feliz hubiese tratado de seducir a Jimmy, me reprimí pensado en Gerry, y apenas terminé mi sushi partí a buscarlo conversar con él. Un encanto Gerry, y no pude evitar terminar sentado en un sofá con él, con mi brazo sobre sus hombros, acurrucados y regaloneando un poco. Mientras tanto un tipo extremadamente nerd, muy hablador pero incapaz de mirar a alguien a los ojos, agarró a Steve en un rincón y no lo dejaba escapar. Gerry y yo partimos al rescate, y rápidamente Steve terminó sentado con Jimmy en animada conversación. Le dije a Steve que se llevara a Jimmy a la casa, más que nada para darle el gusto a Gerry que quería alejar a su amigo del rubio guapo que había inviado, que según él era un pelotudo con el que nunca tendría química. Pero Steve no estaba interesado en Jimmy, también le había echado el ojo al rubio guapo. Demasiadas vueltas para mi gusto. Duramos un rato más y Steve yo anunciamos que nos ibamos a dormir. Gerry iba a seguir la fiesta y salir a bailar con toda la patota, pero yo no tenía energía para seguir a esa hora. Problemas generacionales.
El domingo dormimos hasta las 11 de la mañana, y me tocó a mi hacer el desayuno mientras Steve dormía. Hice unos omelettes, que es lo que mejor me queda, y café cargado con leche. Steve apareció con cara de sueño lo primero que me dijo fue “ Gerry es un buen chico”. Viniendo de Steve eso es el máximo sello de aprobación, ya que me esperaba que me dijera algo ácido sobre la diferencia de edad (exactamente el doble de la diferencia que tengo con Steve, que alguna vez me pareció que era muchísimo). Pensé que me iba a decir que era típico mío estar saliendo con jovencitos (lo que no es cierto, pero siempre me lo dice), prediciendo que después de sacarle el jugo lo iba a botar como a un limón seco. Pero no, me preguntó que hacía, y de nuevo me dijo que era muy buen chico. Y que se iba a Boston en el próximo tren porque quería llegar temprano.
Lo que me vino bien, porque mientras Steve dormía yo había enganchado por Internet con un tipo en Midtown que me había invitado a su departamento más tarde. Un croata de 27 años guapísimo y muy urgido por el clima primaveral.
Partimos a Penn Station, pero no hubo caso de conseguir un tren antes de las 8 de la noche, por lo que caminamos hasta el Terminal de buses de Port Authority, unas pocas cuadras más arriba. Dejé ahí a Steve y seguí unas cuadras más arriba todavía, ya en pleno Hell’s Kitchen, a visitar al croata. De verdad era tan guapo como sus fotos y más.
Desde lo del croata me fui caminando a un Starbucks en la 8ª Avenida, cerquita del Terminal de buses y llamé a Steve para ver si había logrado subirse a un bus. Compré un café me senté en un taburete junto a la mesa larga que pegan frente a la ventana, el único asiento disponible. Al lado de una viejita de pelo blanco con olor a rincón. Me puse a enviar mensajes por mi teléfono y tomar el café, me empecé a fiar en la viejita. Estaba vestida con un impermeable viejo que alguna vez había sido blanco, pantalones y unas especies de ojotas. Por la forma de la boca se veía que no tenía dientes, y estaba sentada mirando hacia fuera, sin comer ni tomar nada. Una bolsa plástica de supermercado que tenía sobre la mesa parecía contener todas sus posesiones, y por el olor y la ropa me imaginé que era una “homeless”. Una de esas personas que viven en la calle, que duermen donde pueden, a veces en hogares que la ciudad pone para ellos, pero la mayoría de las veces en el suelo a la entrada de alguna tienda cerrada o sobre los ventiladores del Subway en invierno. Obviamente muy pobre y algo loca la señora. Me quedaba bastante café todavía y quería comprar el diario y quedarme un rato leyendo ahí. Le dije a la viejita “Cuídeme el puesto por favor, voy a comprar el diario a la caja”, y como si solo en ese momento se me ocurriera le dije, “¿Quiere que le traiga algo?”. Se le iluminaron los ojos y abrió la boca sin dientes para decirme “Un café chico, y también me gustaría comer fruta”. “¿Con leche?”, le pregunté. “No, no, solo café.”.
Llegué al rato con el café del día en tamaño “tall”, o sea chico, y una caja de fruta picada de esas que venden en el Starbucks. La viejita los recibió ávida y feliz, y se instaló sobre el taburete a tomar el café con propiedad y sintiéndose legítima clienta. Al rato trató de abrir la caja de fruta y no pudo, se la tuve que abrir yo. Y empezó a comer lentamente los pedazos de fruta con su boca sin dientes. Los tomaba con la mano a pesar de que le traje un tenedor plástico, y los iba chupando uno a uno. Un proceso lento, con el que consiguió comerse la mitad de la caja de fruta. Satisfecha, procedió a cerrar cuidadosamente la caja plástica donde venía la fruta y a ponerla dentro de la bolsa de supermercado en que tenía sus posesiones. Con eso empezó el lento movimiento para bajarse del taburete para irse. Una vez abajo se equilibró con dificultad y metió la mano debajo de la mesa para sacar una de esas estructuras de metal que usan algunas personas minusválidas para apoyarse y poder caminar. Esta era algo extraña, como una baranda con ruedas, que la viejita apoyó en el suelo y equilibrándose con ella empezó a caminar lentamente hacia la salida. Un pasito tras otro, dirigiéndose hacia una aglomeración de sillas desocupadas que le obstruían el paso. Me paré y fui a mover las sillas para que pudiera pasar, y la viejita me miró y me dio gracias. Nada más, y siguió su camino.
Con eso quedé tan contento de haber hecho mi buena acción del día que decidí premiarme y partir a comprar la cámara fotográfica que hace tiempo tengo ganas de comprar. Me subí al Subway para bajarme en la estación siguiente, Penn Station para ir a B&H Photo, que esta ahí en la 9ª Avenida. Llegué allá, pensando que como era domingo iba a estar abierta, ya que siempre cierran los sábados debido a que los dueños y la mayoría de los empleados son judíos ortodoxos. Pero no, me encontré con la tienda cerrada, ya que era Passover, la Pascua judía. Frustrado partí a J&R, otra tienda que está cerca del puente de Brooklyn, que tiene dueños que si acaso son judíos no son tan piadosos como los de B&H, porque la tienda estaba abierta y llena de gente. No encontré la cámara y por fin volví a mi casa y la encargué por Internet. Tampoco estaba en existencia, pero cuando llegue me la mandan. Espero que sea en este siglo.
El croata me dejó caliente, y me puse a pensar en hacer alguna maldad, pero finalmente decidí ver un DVD que compré hacía tiempo y no había visto. ‘Love Acually’, se llamaba la película, una oda al amor con humor británico. Terminé el fin de semana contento, feliz de vivir en Manhattan.
 

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