Caminata
Sali apurado a tomar un taxi para llegar a la oficina de DHL antes de las 9 PM, y meter la cajita que me mandó Apple para que les despachara el iPod que se murió. A ver si me mandan uno nuevo o lo reparan antes de que me vaya a Santiago. Tomé un taxi de esos amarillos y a carrreritas con los semáforos, llegamos justo a las 9. Si estaba tratando de apurar la llegada del paquete, resultó. Prácticamente dejé la caja arriba del camión, la dirección que me dieron por teléfono, 33 E 33 Street era una estación de envío, una especie de central de correos para paquetes enviados por courier.
Una vez entregado el encargo, siendo tarde ya y con bastante frío, casi bajo cero, opté por caminar las cuarenta y tantas cuadras de vuelta a mi departamento. Ahí estaba, parado en una calle bastante oscura, con una sobreabundancia de restaurantes chinos y vietnamitas, a una cuadra del Empire State Building que se empina por sobre la 5ª Avenida. Me acerqué a los pies del gigantesco edificio y por supuesto había un Starbucks en la esquina. Me metí a curiosear, no tenía ganas de tomar café a esa hora, y me fijé en la concurrencia. Lo primero que me llamó la atención fue que el Starbucks decía “Always Open”. Y luego la cantidad de asiáticos, algunos como monos animados hechos en Japón, otros con los ojos redondeados a punta de pinturas y el pelo en mechones teñidos rubios con toques de otros colores como rojo, verde o lila. Pensé en comer algo, pero esos sándwiches remojados del Starbucks, que deben ser ricos cuando están recién hechos pero que saben a pan remojado en sopa cuando llegan a las manos de uno, no lograron tentarme. Salí y crucé la calle para ver que mas había por ahí. Papaya Dogs…, Wendy’s… una fauna humana de esa que se viene bajando del bus o del tren, recién llegados a NYC, varios todavía con la maleta a cuesta. Caras de susto, de que van a enfrentar una nueva vida en la ciudad. Algún estudiante haciendo las tareas. Universitarios blancos modestos con mochilas sentados en el Wendy’s, oyendo un poco de musica mientras estudian y se comen una hamburguesa. Una mujer negra, grande, gorda, con trencitas que le caen en la cara, con una amiga latina, ambas de uniforme de alguna tienda o servicio de aseo, poca gracia, comiendo la dosis diaria de grasa y carbohidratos en exceso. Por unos cuantos dolares te llegas suficiente carne molida grasosa y papas fritas como para no sentir hambre por varias horas, súper size. Se me revolvió el estómago y decidí que caminar con hambre de vuelta hacia uptown sera la mejor opción.
Me fui zigzagueando, 5ª, Madison, Park Ave. Seguí por Park hasta que me encontré frente a Grand Central Station. Me di cuenta allí que no había estado en GCT desde que me instalé en NYC. Hace años que la remodelaron y no me había recorrido partes de la estación. Entré para cruzar por dentro y ver si compraba algo para comer en los tantos negocios que hay para los commuters que agarran algo a la rápida en camino a su tren. Soldados con tenidas de camuflaje para intimidar a los terroristas, niños en realidad, latinos, negros y white trash. Asustados tratando de poner cara de autoridad mientras a su alrededor pasan apurados miles de empleados que regresan a los suburbios. A esa hora ya son los que trabajaron un poco tarde, y se ve el chico lindo de Connecticut que se ve que viene regresando de su primer trabajo todo encorbatado pero incómodo con los zapatos. Metido en la ciudad llena de gente de pieles de todos colores, andaba con susto, después de haber pasado la vida jugando con pelotas en los campos verdes de las afueras.
Bagels, sándwiches de deli, sopas calientes a elegir… no me tienta nada y me meto por las escaleras mecánicas que llevan al edificio de Met Life y a la salida para seguir por Park Avenue hacia el norte.
Ya me voy acercando a la salida cuando se me cruza Pedro, un amigo mexicano con el que trabajé hace años. Está trabajando por ahí cerca, y vive en las afueras donde todavía tiene una casa. A pesar de que su mujer se fue para Mexico hace rato. Pensando volver. Iba con un colega de su trabajo a tomar el tren. Me había fijado en la hora a la que salía el siguiente tren hacia su estación. Costumbre de la época en que yo tomaba el mismo tren. Por lo que le dije que le quedaban 4 minutos y que en vez de hablar paja se fuera a alcanzar el tren. Que el lunes almorzáramos.
Salí a Park Avenue donde ya no quedaba mucha gente. Seguí caminado hasta que me acerqué al Citigroup Center, ese edificio que tiene el techo inclinado. Ahí sentí que al pasar por un deli mis tripas sonaban y no resistí meterme a comer unos fideos chinos con tofu en un plato plástico en el segundo piso. De esos lugares que te venden a 5 dólares la libra de comida, sea lo que sea que saques. Comí mucho. Siempre uno calcula mal.
Seguí caminando y a lo lejos le tomé una foto al edificio ese. Resalta sobre los edificios bajos y oscuros de Midtown East. Finalmente llegué a mi casa. Me sentía raro, había andado por un Manhattan que ya no veo, con el que no tengo contacto. La parte menos cool de esta ciudad, los suburbanos, los recién llegados. No era el Soho, ni Tribeca, ni Chelsea. Ni siquiera Hell’s Kitchen. No, ninguno de los lugares cool. Nada de chicos flirteando con otros chicos, gimnasios glamorosos o clubes con bouncers. ¿Manhattan real?