Bill's
Me siento un imbécil, pensando como voy a hacer para destrozar todo lo que he ido creando en mi vida, así no más, dejarlo caer y que se haga añicos. Para después ponerme a reconstruir cuando ya hace rato que pasé la mitad de mi vida, la parte de la vida en que uno está lleno de energía y ganas y donde el futuro parece infinito.
A estas alturas la vida ya no se ve infinita, se ve que el fin es real y no tan lejano. Cuando sientes que el cuerpo no te acompaña en todas las cosas que quieres hacer, algo te recuerda que eres mortal, con una sensación que a los 25 años no conocías.
Mott’s Canyon tiene una pista de esquí escondida en un rincón de estas montañas, Bill’s se llama o al menos así decía un letrero clavado a un árbol al comienzo de la pista. Nace en un risco que cuelga hacia el valle que hay en el este, donde se encuentra Carson City, Nevada… ¿Alguien se acuerda de Bonanza? La pista parece casi vertical, y cae hacia el noroeste, por un cañón que va a parar al valle donde cabalgaban los Cartwright, unos 1.500 metros más abajo. Parece la vista que uno vería desde un avión. Cuando estás en la cumbre de Mott’s Canyon no hay salida digna excepto bajar por esa pared de nieve y alcanzar una pequeña y lenta telesilla que regresa a los pocos que bajan hacia ese lado. Llegar abajo y saludar al muchacho que opera el andarivel es una pequeña hazaña, porque no hay camino fácil. La entrada a esta área está restringida, totalmente acordonada, con ciertos puntos de acceso en los cuales hay serias advertencias de los peligros y posibles consecuencias, cosas como “Una caída puede significar rodar por una larga distancia sin poder detenerse debido a las fuertes pendientes y al hielo” o “Entre a su propio riesgo” y “Solo expertos” acompañados por calaveras con huesos cruzados y los dobles diamantes negros. La bajada, en la medida que uno se mantiene en pie, es una delicia, a pesar que mantener el control requiere un esfuerzo físico enorme. La llegada, entero y sin haber rodado cerro abajo, más la sonrisa cómplice del operador que te saluda al subir a la telesilla son impagables.
Al llegar abajo el corazón me late tan fuerte que parece salirse de su lugar. Nuevamente recuerdo que soy mortal, que la adrenalina también mata. Y a pesar de eso, en ese momento sólo quiero volver a bajar por ese despeñadero y hacer una mejor bajada que la anterior. No me da el cuero para hacer la gracia mas de dos veces o, a lo sumo, tres veces seguidas, a pesar del descanso que da la lenta travesía de regreso en la telesilla.
Me acompañan mi hijo y mi hija, los dos que heredaron el vicio de la adrenalina. Es tarde ya, el sol ya casi no llega al cañón, pero mi hijo insiste en volver a bajar una tercera vez, entrando mas abajo y siguiendo la ruta donde pegan los últimos rayos solares. Decido llevar mis piernas a descansar y los dejo, preocupado por los riesgos que toman. No tengo mucho más que hacer que decirles “Bajen con cuidado, nos vemos en la casa”.
Esa tarde fuimos los tres a hacer unas compras el pueblo, y de regreso en el auto mi hija me dice, medio en broma, “Papá, ¿quedan cowboys todavía?, me gustaría salir con uno”. Y mi hijo le contesta, “¿Quieres uno como Heath Ledger, uno gay? ¿Qué haces si te sale maricón? Ya oíste lo que opinaba el papá de Heath Ledger en la película sobre los que montan toros y compiten en los rodeos”. “No me importa, ahí veo, igual quiero uno, me gustan”. Le digo que por estos lados no hay cowboys, que están mas al este, donde crían ganado. “Si”, le dice mi hijo, “pero por aquí anda una cantidad de viejos chantas vestidos de cowboy, con sombreros y botas… Ahí tienes, por ejemplo a George Bush, si quieres puedes salir con él”. “¡¡Puaaaaj!!”, aúlla mi hija desde el asiento de atrás, “¡Ni en broma…!”
Hace días que vimos Brokeback Mountain, y cuando salimos de verla nadie abrió la boca para comentarla. Pero desde entonces han salido varios comentarios y referencias a la película en conversaciones coloquiales. Parece que les pegó más fuerte de lo que quisieran reconocer. Mi hija me confidenció que la encontró muy buena y muy triste. Emotiva. Y que rompía esquemas, demás que le daban el Oscar a la mejor película.
A mi me van a dar el de mejor actor por la cara impávida que mantengo durante esas conversaciones…