Pasta y rugby
Ayer me quedé solo después de varios días con mis hijos de visita. Al menos estuvimos juntos estos días, a pesar de que hizo un tremendo frío, ya que entre resfríos y el frío que hizo, no pudimos hacer todo lo que habíamos planeado. Una vez que los dejé en el aeropuerto me sentí muy solo, y me volvió una sensación como aquella que hace diez años me llevó a volver a vivir con mi familia después de haberme separado. Sensación que quiero pelear duro esta vez y a pesar de que generalmente me he considerado una persona fuerte, es en estos momentos que me baja la inseguridad por todos lados. Espero que esta vez no termine igual. Es un proceso esto, acostumbrarme a vivir sólo. Una alternativa es que no esté tan sólo, pero conocer a alguien toma tiempo y tengo poca práctica en esas lides después de tantos años.
De Steve y su posible traslado a Boston no he oído nada, Keith me llamó una vez y fuera de decirme que si, que saldría a comer conmigo pero que supiera que él estaba saliendo con alguien. Es decir que no me haga muchas expectativas. Mi amigo abogado me manda saludos cariñosos, pero no nos hemos visto hace meses. Los amigos de años atrás están medio desaparecidos, lo que es normal, supongo, han pasado muchos años y es diferente venir a verlos de vez en cuando de venirse a vivir a la misma ciudad. Claro, tampoco los ando persiguiendo. Todo esto no quiere decir que no tenga amigos. Al contrario, los tengo, y algunos buenos. Como John, el irlandés.
Por eso cuando volví a Manhattan, tomé el celular y le dije a John que andaba por el Village y que si estaba con ganas de salir a tomar algo. Es buen amigo John. Como yo andaba en auto, me sugirió que lo pasara a recoger a su casa en Hudson Street. Me paré al frente de su edificio, lo llamé, y al minuto apareció y se subió al auto. Se le ocurrió ir a un bar que está por ahí cerca, Meet, por lo que terminé estacionando a la vuelta de la esquina de su departamento. Caminamos y llegamos a Meet, que resultó estar cerrado. Retrocedimos por la calle Gansevoort y nos metimos a
Macelleria, un restaurante italiano que a esa hora estaba vacío y que tiene una barra larga en un estilo tradicional, así como de club social de provincia. Nos instalamos en la barra, pedimos un par de copas de vino, y nos quedamos conversando.
Hace un par de días John me había mandado un críptico e-mail contándome que tendría un huésped por un tiempo en su casa, un joven italiano de su equipo de rugby. Nada más. Y ahí en el bar me dijo que su huésped ya estaba instalado en su departamento. Y que esa tarde cocinaría una cena italiana, a la que me invitaba. De paso me mencionó que el italiano era un excelente jugador de rugby y además estupendo. Le dije en broma que, claro, el tipo es estupendo y por eso le da alojamiento gratis en su casa. Se rió y me dijo que no, que le iba a cobrar, y que muy lamentablemente, era heterosexual. Me contó que una vez que aclaró su orientación sexual le hizo notar que el equipo de rugby al cuál se había incorporado era un equipo gay.
Riccardo, así se llama el italiano, había reaccionado muy mal a ese comentario, me dijo John que en realidad se había enojado. Le dijo que por qué lo discriminaban, que si acaso a John le hubiera gustado que al entrar al equipo que él tiene en Italia le hubieran advertido que el equipo era heterosexual. John le explicó que el hecho que históricamente los gays no hayan sido bien recibidos en los equipos deportivos había llevado a que estos equipos se definieran como abiertos a todos. Lo que era una contradicción con la afirmación de que es un equipo gay. Semántica. Pero en el fondo, una diferencia generacional. A Riccardo le parece que no hay rollo con ser gay o hetero, que es todo natural y normal. John y yo somos más viejos, nos cuesta todavía ponernos en esa onda. Me recordó la insistencia de mi amigo
Barro acerca de que vea la película española
Krampack, que según él identifica mejor a su generación. La misma generación de Riccardo. Justo ayer la había visto, finalmente, y se la recomendé a John.
Seguimos de un rato de conversación en el bar, a la cuál se incorporó el barman, quién aprovechó de contar que trabaja como cómico en boliches por ahí en el Village. Curioso, estábamos teniendo una conversación abiertamente acerca de temas gay, que evidentemente éramos dos amigos gay. Y el barman se metió a la conversación como le corresponde a un buen barman neoyorquino, sin prejuicios, sin rollos. El restaurante ya se había ido llenando cuando sonó el celular de John, y tuvimos que partir a Balducci’s a recoger una baguette para la comida, por instrucciones de Riccardo. Claro, después de pagarle al simpático barman 50 dólares por dos copas de vino tinto por cabeza. Debimos pedir una botella...
Cuándo llegamos al departamento con el pan y unas trufas para el café apareció el cocinero. Riccardo, un italiano muy atractivo, tranquilo, tratando de mantener una expresión que no se como definir, “European cool” es lo único que se me viene a la cabeza. Lamentable que sea heterosexual, un desperdicio. Seguro que su mamá le enseñó la receta para la salsa que preparó para la pasta. Estuve observándolo en la cocina mientras me tomaba una tercera copa de vino. Lenta y pacientemente preparando la salsa, mientras los penne hervían para llegar a estar a punto. John estaba sorprendido de los pocos ingredientes que le habìa pedido Riccardo para preparar la salsa. Más sorprendido estaba cuando, ya sentados a la mesa, probamos la exquisita pasta que nos preparó. Realmente espectacular. Cuando quiera Riccardo se puede venir a quedar a mi casa, con la condición de que cocine de vez en cuando.
Terminamos de comer y John ofreció café. Riccardo no se interesó, hasta que John especificó que prepararía, si queríamos, Irish Coffee. Se le iluminaron los ojos al italiano y John preparó el mejor Irish Coffee que he tomado. Contó que en su tiempo trabajó de mozo en un pub en Irlanda, antes de convertirse en ejecutivo informático. Y que había un secreto para que quedara bien, el cuál nos contó. Pero no lo pongo aquí porque dejarìa de ser secreto. Eso dio para una conversación animada sobre todo, incluyendo arreglar los problemas del mundo, lo que es fácil una vez que se ha tomado tres copas de vino y un Irish Coffee con buen Whisky irlandés. Riccardo resultó ser un joven encantador, más aún porque en las discusiones siempre se ponía de mi lado.
Volví a mi departamento vacío bastante tarde, pero contento. Fue una buena terapia para el día en que me quedé solo. Gracias, John por ser un buen amigo.