San Valentín y qué?
Hay mucho para bloguear, poco tiempo para hacerlo, pero me acaban de cancelar una reunión que tenía a las 7 AM y me queda un rato libre para escribir. La acumulación de nieve en esta ciudad se ha vuelto un asco con el calor que se vino encima ayer. Por todos lados se empezó a derretir la nieve que cayó el fin de semana y el resultado es un granizado barroso, pozas mugrientas en la calle, zapatos mojados, resbalones y caídas.
Encima se le ocurrió al alcalde Bloomberg meter unos camiones gigantes que andan recogiendo lo nieve para llevársela fuera de la ciudad (¿irá a hacer una cancha de esquí para los pobres a lo Lavín?..., en realidad está tratando de despejar las calles solamente). Eso paralizó el tráfico a un nivel que los taxistas se querían poner a llorar ayer en la mañana. Solidaricé verbalmente con uno de ellos y me llevó gratis. “You are a good man…!”, me dijo… A veces unas palabritas de aliento es todo lo que hace falta.
El calor y el granizado de barro van a seguir por un par de días y después viene una ola de frío extremo, que va a volver hielo las pozas que todavía queden, convirtiendo las calles en canchas de patinaje. No hay remedio, el invierno esta bien hijo de puta este año.
San Valentín, el día de los enamorados, fue un non-event para mí. Nadie me llamó para decirme que estaba enamorado de mí. Ni me mandaron flores ni tarjetas. Llamé a la madre de mis hijos, que no voy a dejar de querer nunca, y le mandé unas rosas a una viejita de 75 años que vive en el campo sola desde que enviudó hace un par de años y que quiero mucho.
El día de los enamorados terminó en el gimnasio, donde me sorprendió ver una cantidad de magníficos ejemplares masculinos que evidentemente no se encontraban celebrando el día con sus parejas, sino que ejercitando sus cuerpecitos a punta de fierro. Uno en particular me llamó la atención. Me lo encontré al terminar mi sesión de entrenamiento en el baño de vapor. En el minuto que nos quedamos los dos solos estuve a punto de hacerle la pregunta del millón, qué como era posible que un ejemplar como él estuviera sin pareja en ese día. Pregunta cargada…, pero no me atreví, la prudencia pudo más. No quería que me dijera, bueno, que su novia estaba de viaje de negocios o algo así. Lo que hubiese querido oir es que aún no ha encontrado al hombre de sus sueños, o mejor aún, que un maldito pendejo le destrozó el corazón y que ahora quiere una relación con un hombre maduro… En fin, soñar es gratis.
Me pasa que un día me siento viejo y desubicado, y al siguiente algo pasa que me repone la autoestima con venganza. Como el chico asiático lindo y musculoso que me eligió como objeto de su deseo en su necesidad de “release” en el baño de vapor el lunes pasado. ¿Por qué a mi? O el muchacho de 30 años, modelo part-time y empresario cibernético, que decidió que yo le daba “consuelo” a su corazón roto por un ex desconsiderado y mentiroso, y que yo era el único en quien puede confiar que no le va a hacer daño (obviamente no conoce todo mi currículo). Y este muchacho aparece por mi casa a las horas mas extrañas a visitarme, necesitado de cariño. Con aviso previo, pero a horas raras. A pesar de sus 30 años parece un adolescente, tanto por la líbido insaciable, como por su comportamiento emocional. Igual es un ventarrón de aire fresco y puro para este potro viejo.
Pero definitivamente no es eso lo que busco. Me encuentro de repente mirando con cara de cordero degollado a algunos cuarentones de pelo plateado que veo por la calle o en el gimnasio. Cuarentones que no miran de vuelta. No creo que pueda construir una vida social enriquecedora con muchachitos décadas menores que yo. Por muy tentador que sea, no es lo que quiero. Pero la gente de mi edad es difícil, están curtidos, apaleados, semi-exterminados por la epidemia que los agarró en los ochentas. Son veteranos de esa guerra, algunos con el virus adentro para demostrarlo. Cómo mi amigo abogado, que no veo desde noviembre, a pesar de que me envía mensajes cariñosos. Otros se han vuelto locos, irresponsables, practicando sexo sin protección a destajo, sálvese quién pueda, ya que el que dice que no sabe en lo que se mete se está haciendo el huevón.