Historias de un Huracan sin rumbo
Friday, May 26, 2006
  You get what you pay for...
Hace seis meses estuve en Londres, y extendí mi estadía unos días para aprovechar el fin de semana. Pensaba ver a un viejo amigo con el que alguna ves tuve un romance, pero él andaba de viaje por otro país. Ejecutivo financiero joven, carrera en ascenso, oportunidades por todos lados, no le queda tiempo para los viejos amigos. O amigos viejos.

Viernes en la noche, me fui al Soho londinense a ver que pasaba, después de haberle metido unos cuantos kilómetros a las suelas de mis zapatos. Lo primero que se me ocurrió fue sentarme en el café Costa que tiene ventanales a la calle a observar la fauna que pasaba. Curiosa mezcla de turistas inocentones, empleados de oficina borrachos, gays de parranda, gente linda, gente fea. El café ese es un centro de flirteo que no para. Me puse en onda y los encuentros de miradas con especimenes masculinos estuvieron a la órden del día. Me dejaban la sensación de ser un niño malo, porque prácticamente todos andaban con sus parejas.

Me aburrí de estar como gato en la carnicería, y después de dar una rápida vuelta por las líbrerías porno del barrio, termine aceptando la invitación de uno de esos tipos que arrean gente a esos bares / night clubs subterráneos que hay en esas calles. No sabía para que carajo me había metido, excepto que un tipo razonablente guapo que entró inmediatamente antes que yo me había cerrado un ojo, el flirteo más directo de la noche.

Apenas llegué a la base de la escalera le tiré una sonrisa para que se diera cuenta de que le estaba respondiendo al flirteo. Empezamos a conversar, y lo invité a tomar un trago. Conocía al barman, que le dió exactamente el trago que quería, y nos fuimos a sentar a una de esas mesas con una butaca redonda alrededor. Me dijo que estaba esperando a un amigo con el que se había quedado de juntar. El tipo no era espectacular, pero salvaba. Pero esto de que se iba a reunir con un amigo me desilusionó. Peor aún cuando llegó una pareja formada por un buen mozón de unos 35 años y una mujer de veintitantos y se sentaron a nuestra mesa. Les dió la bienvenida, y se acomodaron en la butaca, que cada vez se iba poniendo más “íntima” ante la falta de espacio. Empezamos a conversar liviandades con la pareja, que eran casados y de fuera de Londres. Estaban por el fin de semana en la ciudad con ánimo de pasarlo bien y habían venido a parar a este boliche después de comer, porque no encontraron nada más abierto. A medida que pasaba el tiempo y los tragos, el hombre de la pareja empezó a flirtear abiertamente con mi recién conocido amigo, Bob. Bob verbalmente le respondía, para mi sorpresa la mujer ni se inmutaba, y yo tampoco, porque Bob seguia apretando su pierna contra la mía. La cosa me empezó a marear cuando llegó el amigo de Bob. Pensé por un momento que estaba perdiendo el tiempo y estuve a punto de pararme e irme. Me sentía claramente como la tercera rueda, el que sobra. Quinta rueda en este caso.

Estaba en eso, a punto de irme, cuando Bob me preguntó al oído si estaba en un hotel cerca. Le dije que sí, que muy cerca, en Picadilly. Me dijo, “¿Quieres que nos vayamos a tu hotel?”. No lo dudé un segundo y le dije que nos fuéramos ¡ya!. Salimos a la calle, y estaba medio lloviendo. Teníamos que caminar unas 6 cuadras, pero Bob me dijo si no sería mucho que tomáramos un taxi. Tomamos un taxi, y me quedé posición de ser el joven dependiente del hombre mayor. Pagué el taxi sin reclamos y entramos al hotel.

Un Sheraton cerca de Picadilly, primera vez que me quedaba ahí. No me gustó el hotel, pero ya estaba ahí. Se habían equivocado con mis reservaciones. Subimos a la habitación, era tarde ya, y el lobby estaba desierto fuera de los empleados del turno de noche del hotel. Me sentí algo escudriñado. Pero ya, pasó.

Ya en la habitación el asunto transcurrió de forma bastate poco satisfactoria. Me dio esa sensación que a veces tengo de decir basta, esta va tan mal que no vale la pena seguir. Mala química, poco entusiasmo. Ya, casi le digo que no valìa la pena, pero no le quería herir sus sentimientos. Todo mal. Con alivio para mi decidimos dar por terminado el encuentro y me metí a la ducha con ganas de sacarme las huellas del encuentro de esncima. El se vistió sin ducha, y cuando salí del baño me dijo, “Son ochenta libras”. “¿Qué?”, le dije “¿Ochenta libras de qué?”. Me miró serio y me dijo, “Bueno, yo hago esto por dinero, no me trates ahora de estafar por que eso no me gusta”. Mierda, pensé, este tipo está hablamdo en serio. Me engatusó para después joderme. Lo miré con cara de perro, y le dije, “Señor, no hubo una palabra sobre esto antes de venir acá y hasta donde yo se si no hay acuerdo previo no hay contrato”. Se sulfuró el tipo, y me dijo que él también tenìa derechos y que no iba a aceptar que me burlara de él. Le dije que si hubiese querido contratar un escort, los hay infinitamente mejores que él, y que además el sexo había sido tan malo no era algo que alguien le fuera a pagar.

Se enojó mucho, y ofreció llamar a la policía para dirimir, ya que él tenía derechos. Lo mandé a la mierda. Que no llamaba a nadie y que se iba de mi habitación de una vez. Mientras mantenía la cara de poker me imaginaba a los bobbies con casquito azul entrando a mi habitación a opinar si le debía pagar las ochenta libras o no. Entre que me cagaba de la risa y me aterrorizaba la idea. Le dije que si no se iba llamaba seguridad del hotel. Me dijo que era un mal entendido, porque yo debería haber sabido que el era un hustler. Le dije que si yo debería haber sabido eso.él debería haber sabido que jamás le hubiese pensado en pagar por sexo. Que no podía vender sus servicios de esa manera, y que se fuera de una vez. Me dijo que le pagara un poco menos, pero que le pagara. Ni en broma, le dije, además ni tengo plata. Ah, vamos al cajero automático y me das la plata.

“No me voy sin mi pago” me dijo. Le dije que llamaría a seguridad del hotel. Me dijo, “bueno, hazlo, a ver que pasa. Qué les explicas”. Lo miré desafiante y le dije, “¿Qué te crees?, ¿que te van a creer a ti?, aquí el cliente soy yo y te van a sacar a patadas.” Me sentí un poco mal de echarle la caballería encima, pero estaba sintiendo que me estaba tomando el pelo. Tomé el teléfono y llamé a seguridad. Contestó un tipo muerto de sueño y le dije que tenía un problema. Que un amigo que había invitado a tomar un trago a mi pieza se había emborrachado y ahora no se quería ir, que necesitaba que vinieran. A Bob se le abrieron los ojos como plato y me dijo, “¡de verdad los llamaste!, ¡Estás loco!” No, le dije, no me gusta que me tomen el pelo.

Bueno dame aunque sea plata para el taxi y me voy. Le vi la cara de terror, y me dio pena. Pensó que nunca llamaría a seguridad. Se me pasó por la mente que yo podía estar equivocado. Le pasé 20 libras y le dije, ya, andate, y lamento mucho esto. Juntó sus cosas, y le dije aprate, que ya vienen los de seguridad. Ya había sonado la campanilla del ascensor que indicaba que alguien estaba llegando al piso. Abrìa la puerta y me encontré a boca de jarro con dos gorilas de seguridad. Bob se puso pálido. Les dije que mi amigo ya se iba, que se le habían pasado los tragos pero que ya estaba todo bien e iba saliendo. Me miraron con cara de bueno, mas o menos nos imaginamos la película, y me preguntaron si todo estaba bien, si estaba seguro. Si, ya se va. Y Bob se escurrió entre los gorilas hacia el ascensor. Les di las gracias y cerré la puerta, con el corazón latiendo a mil por hora.

Me sentí muy mal. De lo peor. Que tal vez Bob había actuado de buena fe y que me había dado señales suficientes para que me diera cuenta. Pensé en lo del taxi. Me sentì viejo, porque tambien lo que implicó Bob es que un viejo como yo debería darse cuenta que un joven como él no se va a ir a la cama conmigo si no es por plata. Me sentí ofendido. Como que tal vez yo le había dado razones a el para suponer que había contrato implícito. No me sentí orgulloso de lo que había pasado. Tenía la duda de si me había cagado él a mi o yo a él. Mal, no me quedó claro. Y me puse a pensar si lo que viene hacia adelante en la vida es que voy a tener que pagar... No creo, pero también me entró la curiosidad por saber como era ese mundo de los escorts. Me metí a internet y vi que había cientos de jóvenes y no tan jóvenes que se ofrecen en arriendo, por un poco más o un poco menos. Las ochenta libras estaban en el rango barato. You get what you pay for... pensé, las veinte libras estaban caras.
 
Comments:
Te celebro la honestidad y la entereza de no sólo publicar las experiencias en que sales con saldo a favor. Y es que claro, finalmente eres una persona, por muy huracanado que te sientas.

Saludos
 
Que heavy!!
Yo hubiese terminando pagándole no más
y echabdome la culpa, definitivamente fue un gallito duro.

Slds
 
Ups... fuerte... igual bastante honesto de tu parte en contar el lado salado tambien....
 
Qué heavy experiencia, no hubiera sabido bien qué hacer en tu lugar.
Pasando a otro tema, tengo claro que Londres es una ciudad cara y tal, pero no pagaría 80 libras ni aunque estuviera MUY desesperado...O sea, pagar 80 libras por un inglés desabrido? Tendría que ser Robbie Williams como mínimo.

Qué bueno que estás tan prolífico!

JUL.
 
parece que estás posteando por todo lo que dejaste botado este espacio.

pasando a lo importante... Q-U-E H-E-A-V-Y! yo no sé cómo hubiera reaccionado y felicitaciones por la entereza y el aplomo para manejar al insípido. Lo que tengas que considerar que de ahora en adelante... realmente lo dudo y eso con sólo leerte!

Saludos
 
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