¿Criminal?
Dije que no quería incriminarme. Aún no logro discernir si lo que pasó después de la fiesta es crimen, pero me dejó una sonrisa en la cara por un par de días. Tal vez me estoy convenciendo de que no hubo crimen para mantener la sonrisa en la cara, y poder reincidir sin remordimientos.
Estaba parado al lado afuera de Webster Hall, la sede de la fiesta, conversando con algunos de mis amigos rugbistas que habían salido a fumar. Era eso de las once de la noche cuando se acercó agresivamente a abrir un espacio en nuestro círculo de conversación un tipo rubio de pelo corto casi militar, delgado, con una barbita candado preciosa. Unos ojos azules de esos que recuerdan al malo de una película de nazis, pero que también me recuerdan los de mi abuelita. Una mezcla de ternura con hijo de puta. ¡Guapo el flaco!.
No se que pasó, pero me encontré enfrascado en una conversación entre él y yo, y nos olvidamos del resto del grupo, entre los que estaba mi amigo John intentando conquistar al más guapo y caliente de sus compañeros de equipo. Eso me gusta de John, se fija objetivos altos. Casi dos metros mide este y es espectacular.
Volviendo a mi recién conocido flaco, Greg, se llama para efectos de este relato, con su pelo rubio y su piel blanca como el papel, me encontré conversando de política latinoamericana con un tipo sorprendentemente informado, con preguntas inteligentes y sentido del humor. Le preguntá qué hacía por allí, y con mucha soltura, me dijo que no jugaba rugby, sino que era “esposa”, que estaba casado con uno de los jugadores. Ah, bueno, pensé. No ubicaba a su pareja, pero me sentí invadiendo territorio ajeno, especialmente porque me estaba empezando a gustar el flaco. Le dije, volvamos a entrar a la fiesta, pensé, así me desembarazo de éste y no me meto en problemas. Entramos y me dice ven por acá, que por aquí es más corto para llegar al segundo piso donde es la fiesta. Lo seguí por el escape de incendios, una caja de escalas cerrada, donde no había nadie. Me esperó en el descanso de la subida, donde me arrinconó y me dio un primer beso en la boca y me dijo. “So, I see you like skinny boys”, “Sure”, le dije, “especially if they look like you!”. Allí me beso de Nuevo y ya no lo pude soltar. Me preguntó donde vivía, y ahí fue que me cayó la teja que era tercera vez que me lo preguntaba y le había dado antes respuestas vagas como “New York” o “Manhattan”. Le dije dónde, y le pregunté por qué quería saber. Y me dijo para ver la logística de dormir conmigo. Ufff, pensé, este guapo sabe exactamente lo que quiere y hace rato que lo decidió. ¿Será este un partido que quiero jugar?. Le pregunté si lo decía en serio, siendo él hombre casado y todo. Y me dijo que si, que le diera un minuto para avisarle a su pareja y ya.
No lo encontró en la pista de baile, así que bajamos con cierta prisa... ansiedad, ganas, no se... salimos casi corriendo de la fiesta y agarramos un taxi en la 1ª avenida. Le dejó mensaje en el celular a Tim, su pareja. Me puse a pensar en que carajo diría yo si mi pareja, teórica porque no tengo, me dejara un mensaje así. Y llevan juntos 10 años según me dijo, digamos que desde que ambos eran potrillos. Pero fue tan relajada la forma en que le dejó el mensaje, como quién le avisa que va a pasar al supermercado antes de llegar a la casa, que mi debilitada conciencia quedó totalmente apaciguada. Y me concentré en lo que sería la noche. Memorable.
Los hombres de piel blanquísima y delgados me producen algo. No se qué es. Pero el albino de El Código da Vinci me incita a meterme al Opus Dei a ver si conozco un numerario que se parezca a Paul Bettany. Greg no es albino, y creo que un par de días en la playa me lo dejarían tostado, lo que resaltaría sus preciosos ojos azules. Pero una piel blanca natural, blanca como la leche, en un hombre con una linda cara y modos masculinos me mata.
Así es Greg, y a le matan los hombres con contextura de rugbista. Como el Huracán. Y como Tim.
Era casi mediodía del día siguiente cuando por fin estaba estacionandome frente al departamento en que viven Greg y Tim, por allá en una linda zona de Queens. Habíamos recogido el bolso con la ropa de rugby que Tim había dejado en la casa de un amigo de ellos en Manhattan y previo aviso telefónico, Greg me llevó a su casa para presentarme a su pareja. Pensé en la vez que llevé a Steve a mi casa a conocer a mi familia. Sentí mariposas en el estómago, pero fui igual.
Tim estaba entre lavando ropa y ordenando el departamento, me saludó casi como un trámite y siguió haciendo lo que lo tenìa ocupado. Me sentí incomodo. Lo felicité por el partido que casi ganaron y le dije que había sido mala suerte. Que se lo merecían y que no era justo que en los últimos 15 segundos los sobrepasaran por un punto. Le brillaron los ojos y me preguntó en que equipo jugaba yo. Lo miré con cara de agradecimiento y le dije que no, que no jugaba, que estaba demasiado viejo para eso, pero que era amigo de John e iba a los partidos a apoyar a su equipo. El mismo equipo de Tim. Ah... me dijo, salúdamelo. Y siguió ordenando el departamento.
Miré a Tim y me vi a mi mismo, físicamente, hace 20 años. Macizo, musculoso, rugbista no muy alto. Con cara de niño bueno, el que hizo siempre todas las tareas y llegó a la hora. Greg, el niño malo, el que fumaba escondido en el escape de incendios... No se de Tim, pero Greg es inteligente, casi brillante, tiene una carrera que parece ir viento en popa, y lo hace bien. Pensé, ¿que hago yo metido con estos muchachos a los que les llevo una vida entera?
Me despedí, y ahí frente a su pareja me dijo, “I´ll call you”. Nervioso, bajé, me subí al auto y llamé a John para ver como le había ido con su compañero de equipo. Mal, me dijo. Enfilé por Northern Boulevard rumbo al puente Queensboro para cruzar a Manhattan, con una sensación rara. Mezcla de orgullo y vergüenza, orgullo por la conquista involuntaria, por haber sido el objeto del deseo de Greg, vergüenza por ser tan fácil de seducir, y por encontrar tan fácilmente justificaciones para salir con alguien emparejado.
Y no, Greg no resultó ser como el flaco de GLAAD que nunca me llamó. No había terminado el día y ya tenía un mensaje de voz en el teléfono. Al día siguiente un mensaje de texto y un dìa después un email. Supongo que la historia sigue.