¡PuertoRico!
Domingo 11 de Junio, día del desfile puertorriqueño en Nueva York. Andaba por midtown con mi amigo Eduardo que vino de Philadelphia por el fin de semana, cuando al acercarnos a la 5ª Avenida nos fuimos dando cuenta de que algo bastante bullicioso estaba pasando. A medida que nos fuimos acercando, al ver la multitud de banderas con un triángulo azul, estrella blanca y franjas rojas, nos resultó evidente que era el día de la Puerto Rican Parade.
No entiendo muy bien a los puertorriqueños, a pesar de que hay varios millones de ellos en la ciudad en que vivo, y que me los encuentro por todos lados a toda hora. Desde los porteros de mi edificio hasta una de las secretarias de mi oficina y un jefe que tuve hace unos años. Son diferentes a nosotros, Eduardo y yo, que somos latinos del cono sur y que, en las categorías en que clasifican a la gente en este país, estamos en el mismo lote que los Boricuas, nos sentíamos como cualquier turista japonés frente a ese despliegue colorido de humanidad que es la parada puertorriqueña. Y cuando digo ésto no lo digo con la típica actitud provinciana de mis compatriotas que se consideran superiores a los originales de zonas tropicales por el sólo hecho de que hablan con un acento diferente y bailan ritmos como la cumbia y la salsa. Por el contrario, lo digo con cierta admiración y envidia, son diferentes a nosotros y hay muchas cosas d ellos que me gustaría tener.
Lo primero que me llama la atención es la alegría de vivir que muestran los boricuas, y la intensidad con que andan por el mundo. Cuando uno está alrededor de ellos se siente una vibración acelerada, como la sensación de un resorte comprimidocon toda la energía adentro y a punto de dar un salto. Y también de que están agarrando la vida con las dos manos para vivirla intensamente, inependiente de dificultades o pellejerías. Me dan la sensación de evaluar a las personas por los sentimientos que les inspiran mas que por lo que aparentan, visten o tienen. Por supuesto que estas son generalizaciones que no tienen mucho fundamento, excepto mi experiencia personal. Pero eso es lo que me viene a la mente cuando pienso en los puertorriqueños.
La multitud que llenaba la 5ª Avenida era gigantesca y se mantuvo desfilando por horas y horas, literalmente habia millones de personas en la calle. Personas de todos los colores, pero la mayoría eran morenos claros, de un color parecido a las avellanas a medio tostar, de piel lampiña y rasgos que reflejan una mezcla de Europa, Africa y America. Son realmente una raza hermosa, hombres y mujeres. Viejos y jóvenes. Era un placer pasearse entre esos miles de ejemplares caribeños vestidos de rojo azul y blanco, algunos mostrando bastante piel. Caso aparte era la cantidad de muchachos e cuerpos musculosos y muy bien trabajados, muchos de ellos tatuados, que se lucían sin camisa para el deleite de mi amigo y mío. Me quedé pegado mirando con la boca abierta más de una vez.
Me dijeron que la Jennifer López encabezó el desfile con la Hillary Clinton. Pobre Hillary, tener que pararse al lado de esa tremenda mina que le ha de haber resaltado la falta de gracia y lo desabrido de sus colores. Pero son muchos los votos de los puertorriqueños, como senadora del estado, y como futura candidata presidencial. Le viene bien una aparición en televisión nacional, ahora que el voto hispano está en tierra de nadie por la gran cagada que hay con la inmigración. A pesar de que eso a los boricuas no les va ni les viene. Porque son ciudadanos americanos y nada les impide venirse de la isla a Nueva York, o a cualquier otra parte del país. A nueva York llevan décadas trasladándose, y son una comunidad enorme, muy concentrada en el Bronx y en Spanish Harlem.
El otro espectáculo eran los policías de Nueva York encargados de la seguridad y el órden del desfile. Como siempre grandotes, gritones, y algunos muy guapos. Si, gritones, se imponen a gritos autoritarios y con algo de rabia. Asustan, no convencen, no corren el riesgo de que alguien les discuta, simplemente plantan el grito. Y si las cosas se ponen feas, están los que te echan el caballo encima. Literalmente, andan a caballo y están listos para intervenir y controlar a la multitud. Pero esta multi tud no se portó mal, al contrario, era bastante ordenada y obediente. Claro que había algún boricua fumando marihuana por ahí, pero nada que no se vea a diario en algunos barrios de la ciudad.
No pudimos llegar al Central Park a dar un paseo y almorzar por culpa del desfile, por lo que agarramos almuerzo por ahí en un local mediocre con mesas en la calle. Y partimos en mi auto a dar una vuelta al Soho. No alcanzamos a llegar, y me convertí en un muy mal anfitrión para mi visitante. Sonó mi teléfono y era Greg. Acababa de salir de la oficina, pobre, es periodosta y trabaja los domingos. Me invitó a pasarlo a recoger ahí al lado de Madison Square Garden, y después ir a su casa. Eduardo fue muy amable de sugerirme que lo dejara en Penn Station para volver a su casa, por suerte andábamos con su equipaje. Lo dejé en la misma esquina en que recogí a Greg, y partí con mi amigo periodista a su departamento en Queens. Tim andaba en un asado que hicieron de término de la temporada de rugby, y greg le dijo que me iba a invitar.
Pasamos al supermercado, cerca de su casa, para comprar algunos ingredientes que le faltaban porque me había invitado a comer su pizza de papa. Curioso ingrediente para una pizza. Hizo hasta la masa y quedó deliciosa. Comimos, tomamos una copa de vino, y lo que hicimos después escandalizó al gato. Terminamos en el sofá viendo desastres naturales en el Discovery Channel mientras comiamos el verdadero postre, helado de chocolate.
De nuevo me encontré manejando de vuelta por Northern Boulevard hacia el Queensboro. Se acabó el fin de semana.