Más y mejor
Nada aun con Chris, no logramos ponernos de acuerdo para vernos. A estos chiquilines que trabajan en Wall Street los hacen trabajar muy tarde y los dejan agotados.
Mientras tanto los que están más cerca de mi rango de edad tienen tiempo dispoible y responden a las llamadas con una confiabilidad mayor.
Salí con dos nuevos amigos esta semana y terminé olvidándome de llamar a Chris. El primero fue Peter, un tipo de 37 años que a primera vista parece un niño hijito de papá de los suburbios, WASP y aburrido. Quedamos de encontrarnos en el bar del Plaza Athenée, uno de los hoteles chicos clásicos más elegantes de New York, en la 64 entre Madison y Park. Llegué ahí a las 7 PM como habíamos acordado, y no lo encontré por ningún lado. Me senté en la barra, pensando que tal vez me había confundido y la cosa era a las 7 y media. Pedí una coca-cola light y me instalé a esperar. Pasaron veinte minutos y nada, y en mi aburrimiento me puse a ver las noticias en un terminal de internet que había sobre la barra. Estaba leyendo las últimas gracias de Chavez cuando oigo que alguien dice mi nombre, medio mal pronunciado desde mi lado derecho. Me di vuelta y ahí estaba, tal cual, me miró con cara de sorpresa y me dijo que estaba a punto de irse y que no esperaba que estuviera trabajando en mi computador en el bar. Le dije que ni era mi computador ni estaba trabajando, que lo había buscado y que yo también estaba por irme. Resulta que el bar era más grande que lo que yo pensaba, y el estaba metido en la parte donde no miré. Para ben o para mal, le brillaron los ojos ccunado me vio, y bueno, se le pasó el mal humor y me dijo que nos instalaramos en una mesa. Y pedimos una copa de vino tinto cuando afuera la temperatura todavía era de 33 grados celsius, pero en la oscuridad y aire acondicionado del bar, el tinto resultaba muy apropiado. Después descubrí que ese bar, que lo eligió Peter, está catalogado cmo uno de los bares más románticos de Manhattan.
Enganchamos bien, conversamos de todo y la inmortalidad del cangrejo. De su carera como diseñador, del negocio internacional que está lanzando. De mi carrera, de mi familia, de sus padres y de conocidos mutuos, que hasta eso encontramos. Me gustó Peter. Esperaba que me invitara a su casa, pero al día siguiente salía de viaje enuno de esos vuelos tempraneros que odio, cuando hay que estar en el aeropuerto a las 5 AM, se iba a ver el negocio que tiene en el extranjero. Pensé cuantas veces no había yo usado esa excusa para no irme a la casa con alguien que no me convencía, para no ofender. Pero aquí sentí o quise sentir un grado de honestidad que me hizo sentir seguro, casi que intencionalmente era mejor mantener una distancia para darse opción a concocerse un poco más antes de que una encamada tena la opción de destruir la magia.
Nos despedimos con un beso en la boca ahí, parados en Madison Avenue.
Ayer me mandó un mail, yo no le había escrito. Me dijo que lo había disfrutado, le contesté que yo también, mucho y que nos veríamos a la vuelta de nuestros respectivos viajes.
El jueves partí a las 8 en mi auto, hacía tanto calor que no quería ir hasta Chelsea en taxi para terminar como durazno al jugo. Nunca les funciona bien el aire acondicionado. Mi auto lo puse a enfriar a todo dar, y partí hacia Bottino, un restaurante en el West side, técnicamente no está en Chelsea, ya que está al norte de la calle 23, en la Décima avenida. Igual parece Chelsea, y está muy cerca de la oficina de Daniel, con quién me iba a juntar a tomar un trago.
Llegué tarde, a veces es complicado andar en auto en Manhattan, especialmente estacionar. Pero llegue y ahí estaba, tan guapo como en la foto que me había mandado. Esta vez fue vino blanco bien helado, porque el calor se “veía” a través de las ventanas del bar. Y pedí unas ricas bruschettas que nos comimos ahí mismo en la barra, compartidas, igual que la caprese que se pidio él. La conversa estuvo buena y después me acompañó de vuelta al auto. Le dije que se subiera, que lo llevaba a su casa, dudó, porqu vive muy cerca. Subió finalmente, hice partir el motor para tenr aire acondicionado y por fin lo pude besar como quería hace rato. Y eso duró un rato largo, hace tiempo que no me quedaba besando a alguien en un auto estacionado. Me sentí aolescente, pero eramos dos hombres grandes, el que menos tenia 44 años. Finalmente lo dejé en su casa y partí feliz a la mía. Al día siguiente me llego un email preguntándome si había llegado bien. Creo que hay una segunda salida en mente..
Creo que Remus tiene razón en su último comentario, hay un Huracán que no tiene tan claro lo que quiere, pero parece que ahora está agarrando el rumbo correcto.