Boston y yo
Me vine a Boston una semana antes de lo que tenía planeado, la agenda se me enredó y le pregunté a Steve si no le importaba que adelantáramos mi visita. Me dijo que feliz, que tenía muchas ganas de verme. Lo que me redujo las defensas a un ataque de estupidez, y seguí haciéndome ilusiones acerca de ver al muchacho que me hizo saltar los fusibles hace 13 años, cuando nos conocimos y tuvimos un romance intenso y que duró años con interrupciones, malos entendidos y distancia.
En 1993 él estaba haciendo su post-grado en Columbia, y yo trabajaba en Manhattan, mientras vivía en los suburbios con mi familia. Yo tenía muy poco kilometraje y él fue el primer hombre que realmente quise, y a veces pienso si acaso no fue también el último. Pasamos unos meses de locura intensa en que nos quedamos muchas tardes en su cuartito de estudiante, cerca de Columbia, donde hacíamos el amor con música irlandesa de fondo para que no se oyera desde el cuarto vecino. Después las circunstancias de la vida nos separaron, y no le peleamos a las circunstancias. Nos volvimos a ver con frecuencia, nos volvimos a querer y a dejar de querer, con pasión, con rabia a veces, con llanto.
El tenía una novia que vivía en Washington, a la que de vez en cuando iba a ver, y esa no fue su única incursión en el mundo hetero. También tuvo una novia japonesa cuando vivía en Tokio, y termino viviendo con una alemana en Frankfurt. Hasta que hace algunos años terminó con sus intentos de convertirse en un “breeder” y su interés por las mujeres se redujo a relaciones puertas afuera.
Después de eso aparecí por su casa o nos encontramos en Londres unas cuantas veces, en una cosa que yo sentía que iba in crescendo. Pero estaba muy equivocado. La última vez que pasé por su casa en Alemania me relegó a la pieza de visitas, y perdí los privilegios que tenía, supuestamente por la aparición de un personaje en California que sería el hombre de sus sueños. Medio como que lo creí, aunque me parecía extrañísimo que se diera esa relación a miles de kilómetros de distancia. Me dolió, no se si el ego o el corazón…,¡pero me dolió!
Ha pasado un par de años y seguimos en contacto. Creo que eso nunca va a terminar, porque estamos conectados de por vida. Por eso, ahora que se cambió a vivir a Boston, me llamó y me invitó a que lo vaya a ver. Y yo, el baboso, dije que sí, y hasta lo adelanté dejando otras cosas de ladó. Poco antes de salir hablamos y me preguntó si podía invitar a almorzar a su socio en el negocio que está empezando en Boston. Claro, por qué no.
Enfile hacia el norte apenas pude el viernes, me metí a las carreteras a eso de las 7 PM, obscuro y medio lloviendo, pero la verdad iba contento pensando en llegar a Boston y verlo. Estaba algo ilusionado. El viaje fue sin problemas, no me pasaron partes de velocidad, y ademas la lluvia quedó atrás muy rápido. Llegué a Boston en tres hora y media, y no me costó encontrar su casa en Cambridge, una casa antigua de madera pintada de azul en el barrio que separa a Harvard del campus del MIT. Todavía me estaba esperando para salir a comer a las diez y media de la noche.
Fue una alegría verlo, sigue exactamente igual, pero no hubo fuegos artificiales. Partimos a pie a comer, lo que fue un grave error, por que se suponía que ibamos a un restaurante muy cerca, pero ese lugar estaba cerrado y terminamos caminando mucho, hasta Harvard Square.
Comimos en un restaurante lleno de estudiantes medio borrachos, algunos hombres que tengo que decir que estaban muy guapos, y que estaban acompañados por algunas chiquillas locamente vestidas con minifalda sin medias con un clima de frío y viento que se las pelaba.
Nos tomamos una botella de vino Malbec malo. Muy malo, no me acuerdo de la viña, alguna de Mendoza, pero totalmente desconocida. Quedé mal sugiriendo ese vino sobre la base de que en Mendoza hacen buenos Malbecs. Bueno, los hacen, los mejores del mundo, pero no todos son buenos.
Volvimos a la casa en taxi para capear la caminata, y me mando a dormir a la pieza de invitados. Aunque hubo insinuaciones por ambos lados, no pasó nada. Hasta la mañana siguiente, en que temprano me metí a su cama y lo abracé. Y nada más.
El sábado fuimos a tomar desayuno de nuevo a un lugar que se suponía cerca y terminó siendo en Harvard Square. Buen desayuno, pedí una omelette con palta y tomates secos que estaba de chuparse los dedos. No hicimos mucho más en la mañana y a la una y media ya estábamos almorzando con su socio. Que lo conoce hace diez años y no sabe la orientación sexual de su socio. Y que es un guapísimo padre soltero, totalmente straight. El almuerzo fue interesantísimo para mi, el tipo tiene una experiencia muy interesante que espero les sirva para sacar adelante su negocio, que tiene mucho en común con lo que yo hago. Y me doy cuenta que los puedo ayudar mucho. Y también empiezo a entender parte de la motivación de la invitación a Boston. En fin, si de alguna manera lo puedo ayudar, bien, lo ayudo. Y no volveré a ser tan huevón para ilusionarme con pelotudeces de adolescente. Esto no va a pasar y ni siquiera estoy tan seguro de querer que pase. Creo que mi ego golpeado anda en busca de reparación y ya está. No la consiguió. Asi es la vida no más, a veces hay que dejar que los moretones se vayan borrando solos.
Mi amigo tiene doce años menos que yo, está en lo mejor de su vida , guapo, solvente, sofisticado, habla cinco idiomas y le ha ido bien en lo que ha hecho en la vida. ¿Para que carajo va tomar compromisos con un hombre mayor, que ademas vive a 200 millas de distancia?
Salimos a dar una vuelta por Club Café en la noche, el antro mejor ranqueado entre los pocos que hay en Boston. Y no pude evitar fijarme que donde ibamos los ojos de los hombres estaban sobre él. Lo miraban los más guapos del club, y era evidente que podría haberse levantado a quién le diera la gana. Pero insistía en buscarme pareja a mi, cosa que no me podía interesar menos, me sentiría incómodo enganchando con alguien cuando ando con él.
Como era el fin de semana antes de Halloween, había mucha gente disfrazada, incluyendo los drag queens de siempre, algunos con unos tacos aguja que me parecían imposibles para sostenerse en pie más o menos equilibrado. Un tipo guapo, delgado de pelo negro y ojos claros, con barba de un par de días y aspecto sofisticado le flirteó duro a Steve, aún cuando el tipo andaba acompañado de otro tipo altote de pelo negro y cara seria. No le dio mucha bola, y terminamos conversando con dos muchachitos de veintipocos años, disfrazados con unos trajes de piel sintética que según ellos eran de vikingos, pero para Steve eran Chip y Dale y para mi parecían la caricatura de Rómulo y Remo. Simpáticos los muchachitos, eran pareja y sorprendentemente parecidos, tanto que pensamos que eran hermanos. Tal vez era el efecto de los disfraces.
Volvimos a la casa, que todavía no tiene muebles, porque vienen en camino de Europa. Entre dormir en el suelo solo o acompañado, mejor acompañado, sugerí. Pero no funcionó, y la cosa no pasó de un tierno abrazo muy apretado.
Domingo en la mañana, partimos a tomar un brunch en un restaurante en Beacon Hill, en una callecita que sale de Charles Street hacia el río. Lindo restaurante, buena comida, ambiente elegante sin mucha formalidad. Sobraban unos músicos en vivo que intentaban animar a la concurrencia que venía recién saliendo de la cama.
Después del brunch nos fuimos caminando hasta Newbury Street a mirar galerías de arte, donde los galeristas se deshacían en atenciones a mi amigo. No se si era el abrigo largo que se pone que lo hace verse imponente y muy elegante, o su linda cara. Seguro le va a llegar un email ofreciéndole algo más que arte de uno de los muchachos de una galería muy comercial que vendía litografías de famosos como Dali, Picasso y Miro.
Recorrimos todo Newbury hasta Massachussets Avenue y nos devolvimos. Decidimos pasar a tomar un café a uno de los tantos Starbucks que hay por ahí, cuando, que sorpresa, detrás de nosotros en la fila para comprar café se pararon el flaco de la noche anterior en Club Café con su amigo altote. Una sonrisa y un hola de Steve inició una conversación animada que seguimos parados al lado afuera del café, resulto que el flirteador, Gregory, era inglés, de Londres, y el otro era su amigo escocés. Por supuesto en diez segundos Steve ya se había hecho del telefono de Gregory y lo había invitado a salir a comer esa noche. No quiero saber por ahor alos resultados de eso, pero quedé de llamar al inglés esta semana porque seguía viaje a New York. De repente lo llevo a ver la Halloween Parade en el Village.
Volví a New York y el tiempo ya está bueno de nuevo.