Mentores
“
Las tremendas razones por las que hombres de distintas generaciones se atraen mutuamente los puede hacer estar cercanos, muy cercanos, extremadamente cercanos. Los hombres mayores tienen sabiduría. Los hombres jóvenes tienen energía. Los hombres mayores tienen departamentos mas grandes. Los hombres jóvenes se ven muy bien desparramados dentro de esos departamentos.”(traducción libre de un párrafo del artículo “Mentors needed” de la revista “Out” de enero 2007.
El artículo recomendaba los hombres gay mayores tomarse en serio el papel de mentores de la nueva generación gay. Porque todos necesitan mentores, y por mucho que sus padres los acepten y no sean homofóbicos, hay muchas cosas en que los padres heterosexuales no pueden ayudar a sus hijos gays. Ahí entonces el rol de mentores de los más jóvenes.
He sido mentor varias veces, claramente sin ser el modelo ideal de vida para un gay. Pero al menos he podido contar experiencia y relatar errores para que no los cometan. Suponiendo que me escuchan. A veces ser mentor de veinteañeros me ha traído recompensas eróticas adicionales, sin que haya sido ese mi objetivo. El autor del artículo recomienda no complicarse por esos beneficios colaterales, es algo que viene sucediendo en toda la historia de la humanidad. Con la excepción del periodo del SIDA, en que la generación mayor fue prácticamente exterminada por la enfermedad y no había mentores. Mi generación y los un poco mayores que yo son más escasos de lo que uno se imagina y es triste.
A la edad que yo estaba por fin llegando a entenderme en términos razonables, la mayoría de mis contemporáneos se estaban muriendo, después del desenfreno de los años setenta en él que no participé.
Y ahí está Steve, de quién he sido mentor por más de una década, que tiene energía, y a estas alturas en que ya no es niño, sabiduría propia. Y que se ve maravilloso desparramado en mi departamento.
Reconozco que la mayoría de los hombres que han alcanzado a ser importantes para mi están en un rango de edad entre 5 y 15 años menos que yo, no porque lo busque, sino que porque cuando la ruleta deja de girar, ahí es donde consistentemente cae la bolita. Y han sido buenas relaciones, satisfactorias en todo sentido, para ambos. A veces con un papel fuerte de mentor, otras en que ese rol no ha tenido tanta importancia. Y una, Steve, que me cobra el hecho de no haber sido suficientemente el mentor que el hubiera querido.
Cuando lo conocí, recordemos, yo era un padre de familia treinta y tantos con limitada experiencia en el mundo gay, que de un momento a otro se encontró con que era posible desarrollar una relación con un joven estudiante de MBA de Columbia que tenía doce años menos, que era brillante, guapísimo, cariñoso, tierno y apasionado. Que me quería muchísimo y se notaba que le hacía falta. Y mi reacción estúpida en ese momento fue hacer como que la diferencia de edad no existía, y tratar de aparecer como iguales. Desde compartir la cuenta en los restaurantes hasta el ser tímido en ayudarlo a conseguir su primer trabajo. Renuncié brutalmente a mi rol de mentor, cuando lo pude ser, inseguro porque no quería pensar que él me quería sólo por lo que podía hacer por él, quería pensar que él me quería por mí, por un enamoramiento romántico sin explicaciones que se debía a algún elemento químico o físico independiente de mi comportamiento. Todo eso ayudaba a que me sintiera menos culpable, no estaba dándole a él más que lo que le daba a mis hijos, apenas les quitaba un poco de tiempo algunas tardes para pasarlas con Steve en su dormitorio en la universidad, o de vez en cuando para salir a comer. Sólo dos veces rompí ese patrón en el primer periodo de nuestra relación. La primera cuando nos escapamos a los Hamptons por un fin de semana, porque ya no resistía no pasar más tiempo con él y en un fin de semana de rebeli'on me escapé con él a la playa. La segunda cuando partía a Europa hacer su práctica de verano, en que el día antes de su vuelo nos fuimos al valle del Hudson a un hotelito romántico donde pasamos una noche muy especial. Al día siguiente bajamos paseando por el valle lentamente hasta que lo deje en el aeropuerto de Kennedy para su partida.
Fui un fracaso como mentor, producto de mi propia inseguridad, de mis miedos al que dirán y de mi sentimiento de culpa. Y Steve me lo hizo ver una vez, cuando ya no habia remedio y no tenía oportunidad de enmendar mi estupidez. Tal vez por eso es que hoy, cuando la diferencia de edad se nota mucho menos, quisiera ser su mentor y me nace darle todo cuánto le pueda dar, pero a estas alturas ya no me necesita como me necesitó entonces. Por eso no deja de maravillarme que todavía pase tiempo conmigo, o que me llame cada tanto o que se quede conversando en conversaciones interminables conmigo cuando lo llamo por teléfono. Mas seguido de lo que me gustaría reconocer.