Santiago Triste
Me encontré en Providencia con Manuel Montt a las seis y media de la tarde después de una reunión para ver asuntos de impuestos. Ya estaba oscuro, no había un taxi a la vista y por más que llamé por celular para que me vinieran a buscar, no hubo respuesta. Decidí tomar el metro hasta la estación Escuela Militar y dejé un mensaje con la esperanza de que me recogieran allá.
Bajé al metro y me encontré con un mundo desconocido. Largas colas para pasar por los torniquetes de entrada, y colas aún más largas para comprar la famosa tarjeta Bip! que se necesita para poder entrar al metro, y que también sirve para las micros.
La escena me pareció tan ajena a lo que siempre conocí como el Metro de Santiago, que era limpio, ordenado, fluido. Unos personajes con unos uniformes amarillos dando órdenes a la multitud que pacientemente avanzaba por las diversas colas, especialmente la enorme cola que conducía al andén de la dirección poniente. El andén de los que van para “abajo”, trabajadores que regresan a sus barrios después de un día de trabajo en Providencia. Gente triste, inexpresivos en sus rostros, apocados en su movimientos, funerarios en su vestir. Todos de negro o gris oscuro, excepto algunos más díscolos vestidos de color café oscuro.
El andén de subida, hacia la Escuela Militar no estaba tan lleno, pero cuando pasó el tren estaba repleto. Me forcé a entrar al tren y logré encontrar un rincón donde acomodarme con mi desproporcionado y poco práctico maletín. Me puse a observar a la gente del tren, una fauna que no había conocido en los tiempos en que alguna vez viajaba rutinariamente en el metro. Gente con caras duras, aspecto de pobladores marginales, vestidos invariablemente de colores oscuros, expresiones tristes o enojadas.
La mayoría se bajó en la estación Tobalaba, para conectar con la linea 4 que los llevaría hacia Peñalolén, Lo Hermida y otros barrios pobres del sur-oriente de Santiago.
Unas pocas estaciones más y llegue a la Escuela Militar, donde salí a la superficie y descubrí que recién salían a buscarme. Ya basta, pensé, me tomo un taxi.
Ahí me encontré con el Transantiago en todo su esplendor.
El intento de tomar un taxi se encontró con una nueva cola, bueno, no una, varias colas en distintos lados de gente que pacientemente esperaba la aparición de taxis en los paraderos. Con suerte aparecía uno esporádicamente. Frustrado me fui a parar frente a un deteriorado supermercado Unimarc a esperar que me pasaran a buscar, parado ahí en las penumbras de una plaza mal iluminada, con un aire contaminado como no lo veía hace años, y rodeado de más gente parada sin hacer nada, esperando, vestida en colores oscuros. Si fuera propenso a la depresión, creo que me habría puesto a llorar para que me den Prozac.
Recuerdo que hace unos años fui a una presentación en que me explicaron los planes del Transantiago. Se iba a reformar todo el sistema de transporte de la ciudad con objetivos muy lógicos. Se quería mejorar el sistema en calidad, comodidad y velocidad para que alguna de la gente que anda en auto empezara a usar el transporte público. Serían buses nuevos, limpios, de tecnología poco contaminante y con choferes amables. Operarían como empresas en vez del caótico sistema de autobuseros individuales que tenía la ciudad, habría un sistema de pago moderno, con tarjetas de acercamiento y se podría hacer trasbordos a una tarifa especial. El resultado sería una ciudad más amable, mas limpia, menos contaminada y con menos congestión. Y por lo que vi por ahí, el sistema original que se planteó cumplía con estos requisitos, pero requería unas tarifas un poco más altas. Iba a ser de gran calidad eso si, y no me pareció malo el objetivo de atraer a los automovilistas al transporte público.
¡Que tristeza ver el estado actual del transporte metropolitano de Santiago! De ser desordenado, peligroso, informal, pero efectivo para llegar de A a B, se convirtió en un caos total en que buses mas nuevos y muchos de los antiguos pintados con colores nuevos se mueven de un lado para otro con la gente esperando en piños, como animales desorientados en los terminales del metro, tratando de volver a sus casas usando un sistema que no funciona. La gente se ve demasiado cansada para protestar, pero amargada.
¿Qué pasó? ¿Dónde quedó el Chile ganador que innovaba y mostraba el camino para los demás países latinoamericanos? No sé con certeza, pero me da la impresión que el Chile ganador está desapareciendo en manos de los políticos. Hoy todo son decisiones “políticas”, es decir de esas en que lo que importa es cual es el efecto inmediato que va a tener en la opinión pública, en la encuesta de popularidad o en la elección más inmediata. Sin que importe el bien común de verdad, la dirección en la que va el país en el largo plazo. Decisiones en que se distorsionó el diseño de un plan de transporte bien concebido para dar tarifas “populares” sin asumir un subsidio necesario, y también para mantener contentos a los microbuseros amarillos al permitir que llamaran empresa a una mala asociación gremial, y que se llevaran grandes recorridos licitados. Al enfocarse en construir infraestructura de metro, de esa que impresiona y permite hacer inauguraciones y cortes de cintas, en vez de construir la infraestructura de paraderos, áreas de trasbordo, vías exclusivas y sistemas informáticos para que el sistema funcionara. Claro, no es lo mismo tener a un presidente de la república inaugurando un paradero de micro que una línea de metro.
Y después, no teniendo claro si el sistema iba a funcionar, se lanzó igual por un cálculo “político”, errado en este caso, que indicaba que sería peor percibido que se volviera a postergar el lanzamiento que lanzarlo aunque no funcionara perfectamente. Lo que hace pensar en una enorme incompetencia al no haber probado el sistema o haber verificado que funcionaría razonablemente bien. Pero aún, hicieron una marcha blanca en el vrano y no fueron capaces de echar pie atrás, seguro por otro cálculo político. Porque todo esto se ha ido haciendo con sucesivas motivaciones políticas. Inicialmente el sistema iba a entrar en funciones antes de las elecciones presidenciales de 2005, pero no había ninguna posibilidad real de que eso fuera así, por lo que inventaron un sistema mixto, en que era el mismo sistema antiguo, pero le dieron rutas a los dueños de los nuevos buses que operarían el Transantiago. Para que se vieran buses modernos, articulados, con pantallas electrónicas, circulando por Santiago. Un barniz de modernidad, totalmente falso.
Y los chilenos seguimos eligiendo a esta gente para que nos gobierne. Las incompetencias están a la orden del día, y me da pena. Vuelvo pensar que hay algunos que se han acomodado mucho en el poder, y perdieron el norte. Lo dije para la elección presidencial, con preocupación. Lo vuelvo a decir hoy, con pena y miedo por lo que le pueda pasar a nuestro país.