John me dijo que nos encontráramos en la calle Sexta con la Avenida A. Eso es pleno East Village, donde el movimiento de sábado en la noche es mareador, con gente de todos los tipos imaginables caminado por la calle, tráfico, principalmente de taxis, bicicletas. Parejas hetero, parejas gay, parejas en que se mezclan las variadas razas que hay en New York. Música a todo dar que sale de muchos restaurantes abiertos a la calle, con mesas afuera y ventanales que han sido removidos para integrar la calle al restaurante.
Llegué a las 9, tal cómo habíamos quedado. Ni seña de mi amigo en la calle, tenía la intuición de que no estaba ni cerca. Lo llamé al celular y me dijo que venía en camino, que llegaba en cinco minutos. No le creí, con el tráfico que había tendría que haber estado a dos cuadras para llegar en cinco minutos, por lo que me armé de paciencia. Y miré a mi alrededor y me sentí un poco imbécil parado sólo en una de las esquinas de más movimiento de la ciudad, sabiendo que mi amigo no iba a llegar pronto. Tenía sed, pero no valía la pena sentarse en un bar a tomar algo mientras este llegaba, porque ni siquiera sabía a que restaurante terminaríamos yendo. Salí a buscar dónde comprar algo para tomar y a media cuadra encontré un puesto de revistas que en la parte de atrás tenía bebidas. Compré un té verde con ginseng y miel, muy frío, y después de hacer tiempo mirando revistas me fui caminando lentamente hasta la esquina, saboreando mi bebida. Cuando llegué habían pasado unos quince minutos y John no aparecía por ninguna parte. En eso vi que tenía un mensaje de texto en el teléfono: “Sorry, stuck in traffic”. Me armé de paciencia y me senté en un grifo que había al llegar a la esquina por el lado con menos tráfico de gente. Y esperé mirando la fauna que se paseaba por el lugar. Los más cercanos eran una pareja de muchachos con pantalones apretados, como de bailarín de ballet, uno blanco y pálido, el otro moreno. El blanco con un gorro de policía francés, y el negro con un mini afro. Medio drogados o simplemente eufóricos, se reían a carcajadas de sus propios comentarios. Hasta que al rato se fueron abrazados y muertos de la risa.
Estaba pensado si serían gays o simplemente alternativos. No, definitivamente gay, no me puedo imaginar a esos tipos como heterosexuales. Puede que sean mis prejuicios… pero no, ese nivel de afectación no lo concibo en un hombre heterosexual. Paró un taxi al frente mío y se bajó John a pedirme prestados diez dólares para pagarle al taxista. Mi amigo anda medio distraído últimamente.
Terminamos comiendo en un restaurante de comida cubana, muy ruidoso, pero todavía pudimos conversar. Hacía un par de semanas que no veía a John, y después de ponernos al día, me contó que había enganchado el día anterior con un tipo que conoció por Internet, y que le había gustado mucho. Tanto que lo había llamado el sábado a ver si se veían de nuevo. Pero todavía no le devolvía el llamado y me preguntó si tal vez no lo habría llamado demasiado pronto. John quiere tener una pareja, pero no resulta, y por eso tiene esas preocupaciones. “¿Lo habré llamado muy pronto?”. Le dije que se relajara, que nunca era muy pronto si el tipo le gusta, que por último llamarlo pronto y que no te conteste te sirve para de una vez no hacerse ideas pelotudas. Me encontrón razón.
John no tuvo sexo de ningún tipo hasta los 29 años, y su “hook-up” del día anterior le había preguntado cómo lo había hecho para llegar a ser virgen hasta esa edad, si había habido algo en especial que le había impedido tener sexo con hombres hasta entonces, ya que se había perdido toda su juventud. Me preguntó qué pensaba yo, y si había habido algo en mi caso, que también fui un “late bloomer”. John es así, me hace esas preguntas inesperadas, sobre cosas tremendamente íntimas, que me hacen pensar. Sabe que voy a contestarle en serio, cuando la mayoría se lo echaría a la broma. Le dije que él en la Irlanda católica y yo en el Chile católico teníamos una buena muleta para explicarnos a nosotros mismos por qué no teníamos sexo con nadie. Yo hasta los 25, cuando me casé, y el hasta los 29, cuando un conoció a un tipo que le enseñó lo que era bueno. Y es que eramos “buenos niños” al no tener sexo. Que el único sexo aceptable o imaginable en nuestro conservador medio era con mujeres, y cómo eso no nos atraía con la intensidad con que atraía a nuestros compañeros o hermanos, optamos por ser “serios”, “buenos chicos”, nos guardaríamos para después del matrimonio, como manda la iglesia. Con la secreta esperanza deque eso estuviera bastante lejos en el futuro. Y mientras tanto, cn la dieta del caballo, paja y agua.
Bueno, pero ¿y la atracción por los hombres? ¿Por qué no tuvimos sexo con otro hombre? Porque ambos reconocemos que había una atracción por otros hombres. Pero en el contexto de esa atracción, el sexo con otro hombre era inconcebible. Era algo que no existía, ya que eso era algo de maricón, y los maricones eran unos tipos afeminados, peluqueros o modistos la mayoría, que no tenían nada que ver con nosotros, que eramos machitos bien puestos. Y la atracción no por otros hombres no se reconocía sexual, sino que cómo admiración, como amistad, o ganas de tener una amistad. Pero, ¿sexo?. No, eso era una degeneración que no tenía nada que ver con lo que un “niño bueno” haría. Y los dos éramos, y en cierta forma todavía somos, niños buenos que aplicaban las reglas al pie de la letra.
Es verdad, lo he dicho antes, no había modelos de rol para un homosexual masculino en esa época en nuestras medios católicos reprimidos. Y los había en algunas partes, pero no circulaban mucho por los medios a los que uno tenía acceso. Recién se me empezó a prender la ampolleta cuando me encontré con la cubierta de un Newsweek o Time, ya no me acuerdo cuál, que trataba del homosexualismo. Una revista que me costó comprar en un kiosco, me daba vergüenza porque era como anunciarle a todo el mundo que yo podría ser homosexual. Cómo si toda la calle hubiera estado pendiente de mí. Y en el artículo que traía adentro la revista salían unas fotos de un bar en New York y otras de Fire Island, dónde los hombres que aparecían no se veían afeminados, por el contrario, se parecían más a los hombres que “admiraba” que a los afeminados estereotipos.
Eso me hizo entrar en la duda de que había algo más en el mundo “maricón”, pero rápidamente lo archivé mentalmente y no volví a pensar en el tema. Curioso el paralelo con John, que pasó por un proceso parecido al mío, de convencerse que era un niño bueno y por eso no tenía sexo, a pesar de que su hermano le daba como caja a la novia desde los 17 años.
Terminamos de comer y nos fuimos a una “deli” a comprar un six-pack de Coronas para llevar a la fiesta a la que iríamos después de comida, en el departamento de Mark, el ex de John. Mark tenía una fiesta por el cierre de la temporada de su equipo de hockey sobre hielo. Equipo principalmente gay también. Cuando llegamos al departamento subimos al techo del edificio, donde Mark tiene una terraza preciosa con vista al skyline de Manhattan. Se veían las siluetas iluminadas del Empire State Building, del edificio Chrysler, el Citigroup, Bloomberg y algunos otros más antiguos.
Seguimos nuestra conversación, sobre si acaso yo resentía el hecho de haberme perdido de ser yo mismo, es decir gay, durante mi juventud por culpa de la sociedad represiva en la que vivíamos. Le dije que no, que no resiento la vida que me tocó, que una cosa con otra se va compensando. Y que si hubiera vivido la “vida loca”gay en los setenta y la primera mitad de los ochenta en USA, probablemente no estaría aquí para contarlo, por el exterminio que sufrió mi generación con el SIDA. Pero John si lo resiente , me lo dijo con mucha fuerza, que lo resiente intensamente y que espera que los gays de la generación de sus sobrinos puedan vivir una vida menos reprimida en su juventud. No pude dejar de pensar que a mi mis hijos me ayudan a no resentir la vida que he vivido, y entiendo la frustración y resentimiento de John. Está sólo, se perdió la epoca más intensa de su sexualidad y le cuesta conformarse. Espero que encuentre pareja pronto. A mi el tema no me tiene tan preocupado. Me dediqué a disfrutar de las albóndigas y las cervezas Corona mientras disfrutaba de la vista desde el techo.