Leaozinho
Leon - Toro. Liutauras. Rarísimo nombre, según él equivalente a Lotario. Pero también según él viene de Leo y Taurus, león y toro. Con mi falta de romanticismo tuve que investigarlo en internet y descubrí contradicciones, que Lotario es algo así como “Guerrero Distinguido”, de origen godo. Y que ya no se usa como nombre para niños, excepto cuando al niño lo quieren joder de por vida.
Liutauras es lituano, y decidí quedarme con la versión de León y Toro. Después de escuchar abrazados, desnudos sobre la cama mi canción favorita entre las de Caetano Veloso, “Leaozinho”, Leoncito, no tengo ánimo para explicarle que su nombre no tiene nada que ver con eso.
Lo conocí por un aviso en Craigslist que decía, mal escrito, que buscaba un boyfriend. No un polvo, ni describía posiciones o preferencias, sin foto. Simplemente que buscaba alguien a quién querer y que lo quisiera.
Finalmente intercambiamos fotos de cara, y con escepticismo acepté vernos para tomar un café en Lucky Strike, un bar restaurante tipo boliche del Soho, a las tres de la tarde del domingo.
A las tres y diez me senté en una mesa de un rincón del restaurante y como no aparecía, ordené una hamburguesa con papas fritas pensando en la estupidez que estaba haciendo al confiar en que alguien iba a llegar. Soy un hombre adulto, medio pasadito ya para creer en cuentos de hadas.
A las tres y quince llegó mi hamburguesa y mientras decidía si me la comía a mano o con tenedor y cuchillo vi acercarse unas horribles zapatillas plateadas con amortiguadores. Hacia arriba seguían unos jeans ajustados y más arriba un rubio de pelo medio largo vestido de sweater y camisa. Formalito pero muy trendy.
No lo miré mucho y pensé, que aburrido va a ser esto, un deslavado nórdico. Habrá que despacharlo rápido, aunque ya estoy jodido y al menos me tengo que comer la hamburguesa. Se acercó y me dio la mano, sentándose a la mesa, mientras me explicaba que ya había ordenado un café en el bar antes de verme en el rincón.
No me dijo como se llamaba, solo se sentó. Tampoco le dije mi nombre, no quería dejar en evidencia frente al vecino de la mesa contigua, exactamente a 7 centímetros de la mía, que estaba en una cita a ciega encontrándome con un desconocido en el restaurante.
Trajo su café y ordenó algo para comer. Y nos pusimos a conversar. Conversamos la hamburguesa. Otro café. Y otro. Y más. Dieron las cinco y media y ya nos tuvimos que ir porque no había forma de justificar seguir en esa mesa hablando paja.
No sabía cómo invitarlo a mi casa ni como lo iba a tomar. Le dije que viniera a ver mis cuadros. Es artista, por lo que era una buena excusa.
Llegamos a mi departamento y el resto es historia.
Eran las seis de la tarde cuando al dejarnos caer sobre la cama le dije que no sabía como se llamaba. Liutauras, me dijo, y me explicó lo del león.
A la medianoche me dijo que se tenía que ir. Que tenía compromisos temprano cerca de su casa, en la otra punta de Manhattan.
No pude soltar su maravilloso torso albo, magro, marcado David de Miguel Angel. Su piel suave como seda revistiendo los músculos duros y cálidos. Duro pero suave a la vez. El tampoco hizo un esfuerzo por zafarse. A la una de la mañana por fin nos despegamos y se vistió para partir.
Y se llevó consigo toda esa ansiedad que me consumía, esa locura por conectar sexualmente con alguien que hasta me ha llevado a correr a la computadora para buscar otro encuentro apenas se cierra la puerta sobre los talones de algún desconocido.
Se llevó todo el interés por seguir la búsqueda y me dejo una paz enorme, tan profunda como sus ojos celestes.
No quiero ilusionarme. Pero me dejó tranquilo. Como no lo he estado en mucho tiempo. Ya van 24 horas y sigo tranquilo. Solo lo llamé y le dejé un mensaje. Me llamó y me dejó otro mensaje. Cariñoso, sin rollos. Mi leaozinho. Leoncito. Little lion.
El sábado amanecí meado. Tiene razón el dicho “Duermes con niños y amaneces meado”. Gerry es un niño. Lindo. Tierno. Iba a decir que complicado, apasionado y terco como buen irlandés. Pero no. Sólo es un niño. Pasó la noche conmigo y en la mañana ya todo había terminado. Amanecí meado, aunque él todavía no lo sabe. Ni siquiera sé si se lo voy a decir. Steve, que dormía en el dormitorio de visitas depués de una de esas salidas gatunas que hace cuando viene a New York, me dijo que me había ido bien, ya que Gerry se había venido a pasar la noche conmigo. Pero todo anduvo mal. El elefante invisible de la diferencia de edad nos estaba ahogando toda la noche, aplastando sin misericordia. Me lo dijo cuando llegó, con su sensibilidad celta: “Something is up!, I just feel it…”.
No se cuándo se lo voy a decir, ni si acaso hace falta. El asunto se derrumbó por su propio peso y me sentí mejor. Aunque por un rato triste. Voy a extrañar su vitalidad. Su linda cara de chico bueno a punto de subirse al barco en Dublin para venirse a América. El mechón de pelo castaño oscuro, al más puro estilo Bobby Kennedy. Su nariz fina y delicada y sus labios cálidos. Todo. Un hombre, pero un niño a la vez. No puedo seguir amaneciendo meado.
Gosto muito de te ver Leãozinho
Caminhando sob o sol
Gosto muito de você Leãozinho
Para desentristecer Leãozinho
O meu coração tão só
Basta eu encontrar você no caminho
Um filhote de leão, raio da manhã
Arrastando o meu olhar como um ímã
O meu coração é o sol pai de toda a cor
Quando ele lhe doura a pele ao léu
Gosto de te ver ao sol, Leãozinho
E de te ver entrar no mar
Tua bele, tua luz, tua juba
Gosto de ficar ao sol, Leãozinho
De molhar minha juba
De estar perto de você
E entrar NUMA