Historias de un Huracan sin rumbo
Friday, January 27, 2006
  Carrete viejo
Sólo en New York, domingo en la mañana, es invierno. Apenas las 6 AM y ya estoy despierto. La salida a comer el día anterior fue con ese amigo irlandés que es un genio de la informática y con el que he hecho buenas migas. Dos hombres solitarios en la gran ciudad, conversamos, nos entendemos, nos contamos aventuras. Somos sólo amigos.
Fuimos a comer a un restaurante mexicano de Hell’s Kitchen, el barrio más hot de Manhattan para la fauna gay. Es un barrio que fue malito, pero que ahora lo están colonizando los gays, ya casi es uun ghetto gay y pronto será el barrio de moda para todos, gays y straights con onda.
Nos encontramos al lado afuera del restaurante, medio como que llovía. Lo saludé, el irlandés siempre tratando de saludarme de beso y yo que todavía no me acostumbro a besar a otro hombre ahí en la calle a la vista de todo el mundo le hice el quite. El beso se convirtió en una especie de abrazo, y hay un segundo de incomodidad, que se supera cuando la piel de ambas caras entra en contacto por una fracción de segundo.
Entramos al restaurante, y ahí esperando que les asignen mesa había un par de tipos de edad mediana. Uno gringo, que definitivamente tuvo una juventud esplendorosa, y que todavía tiene mucho que admirarle. El otro aparentemente latino, delgado, orejón, con cara un tanto porfiada. Amanerado y vociferante. Ambos se abalanzaron a saludar de besos y abrazos a mi amigo, y comentando una salida en grupo de la noche anterior. No esperábamos encontrarlos, fue una sorpresa, y para mi un desagrado porque las patotas no me gustan.Sin darle mayor importancia a la cara de pocas ganas que puse, acordaron que nos sentaríamos todos juntos, y pidieron una mesa para cuatro.
Llegamos a la mesa y nos presentamos un poco mas en forma, el latino era peruano y el gringo, que aclaró que no era en ese momento novio del peruano, se había mudado hacía veinte años desde la casa de sus padres en los suburbios del norte de New York para vivir en la ciudad, ahí a una cuadra del restaurante, en los años en que el barrio no estaba de moda ni era un ghetto gay. Ahí seguía viviendo después de veinte años. El peruano era un muchachito de Lima que se vino a Los Angeles acarreado por un gringo mayor que lo conoció en Perú. Se lo trajo de amante joven, y el amante joven duró lo que aguantó con él, y después se lanzó a la vida por su cuenta en California. Eventualmente terminó en Nueva York, y francamente no recuerdo a qué se dedicaba.
Hubo una broma ignorante acerca de si los peruanos y los chilenos se llevaban bien. Sin saber que si hay rivalidades estúpidas. Apenas dijeron eso me monté en mi caballo blanco y salí al rescate, y dije que si, que había una rivalidad histórica pero que no entendía por qué, ya que los peruanos eran gente tan maravillosa. Que a Chile le aportan tantas cosas, que los mejores restaurantes de Santiago son peruanos, que las maravillas de la cultura incásica, que los recibimos con los brazos abiertos cuando llegan a trabajar a Chile. Y seguí y seguí alabando las virtudes del Perú y su pueblo, descolocando al peruano que iba a decir algo sobre la rivalidad. Terminó diciendo que nunca había conocido a un latino tan simpático como yo Y eso que el se considera gringo para todos los efectos prácticos.

Hablamos mil pelotudeces más, y nos atendió un mozo que era conocido por mis nuevos amigos, y que se dedicó a flirtear con toda la mesa, me imagino que en pos de una gran causa, maximizar la propina. Y también hubo flirteos con el rubio delgado con cara de actor de cine de los cincuenta que se sentó en la mesa de al lado, insoportablemente pegada la nuestra.
El tipo era uno de esos rubios que parecen plasticos, delgados, facciones perfectas para uno de esos avios de Panagra de otra época. Con una piel tostada totalmente fuera de lugar en un Manhattan frío y nublado. Estaba acompañado por un asiático, uno que tenía cara de chino y que estaba, además de gordo, reventado de mucho carrete. El chino le celebraba al rubio todo lo que hacía o decía, supongo que con la esperanza de encamarlo, o tal vez por deferencia a su belleza. Porque si, lindo era, pero no dijo ni hizo nada que mereciera celebrar.

La comida transcurrió con un trasfondo de flirteo, en que los cuatro que estábamos en la mesa pensábamos de alguna manera en cada uno de los otros tres como potencial partner sexual, o algo más. Mirando si el otro era lo suficientemente atractivo o simpático. Bromeando acerca de quién le daba la propina en especies el mozo. Más vino, y más pelotudeces se me venían a la cabeza, y medio borracho iba pensando que ya que la mayoría de los comensales de de ese restaurante eran gay, por qué restringirse sólo a los de nuestra mesa. Y una vez que uno abría el abanico la cosa se ponía muchísimo más interesante.

Por fin terminamos de comer, y el gringo anunció que se iba al cumpleaños de su sobrino, que al igual que él se había mudado de la casa de sus padres en los suburbios para vivir en Manhattan. Y como él, su sobrino también se había mudado para poder vivir su vida gay tranquilo. Me costó rechazarle la invitación a acompañarlos a la fiesta de este magnífico y generoso sobrino que nos describió. La fiesta iba a ser de jóvenes veinteañeros, y si juntas veinte jóvenes de esa edad en Nueva York, siempre hay alguno que sinceramente tiene una apreciación por los hombres maduros. Y una media docena que que busca su sugar daddy y simulan esa apreciación muy bien.

Había quedado con mi amigo irlandés de seguir el carrete en otro lado. Salimos del restaurante, y caminamos hasta el bar Therapy, que está a la vuelta del restaurante, en la calle 52. Therapy es un bar gay de la nueva generación, maderitas claras, sillones cómodos, varios niveles , impecablemente limpio, y con baños chic. Ninguna relación con el bar “The Works” en donde me inicié en estas lides hace ya muchísimos años. Los bares gay ya no son esos antros que asustan un poco al que entra por primera vez. Recuerdo que en The Works, que estaba por ahí por la calle 80 en Columbus Avenue, todo era negro, penumbras, y daba la sensación que no hacían el aseo todos los días. La mesa de pool estaba vieja y los baños… hay historias sobre esos baños que no me atrevería a contar aquí. Baños que olían mal, y donde tocar cualquier superficie era un riesgo vital. Nada comparado a los “designer bathrooms” de Therapy.
El paso por el bar no fue muy interesante, bastante que mirar pero el ruido infernal no dejaba conversar.
Optamos por dar por terminado el carrete y cada uno para su casa. Por eso desperté temprano. Eran las 6 AM cuando se me ocurrió entrar a America Online. Lo que ocurrió después es para contarlo otro día.
 
Friday, January 20, 2006
  Una presidenta
¿Yo comentar las elecciones de Chile? ¡¿A quién se le ocurre pedirme eso?! Seguro que digo estupideces, y después me voy a meter a hablar de cosas que poco se y que después van a andarme penando. Pero no me aguanto la tentación y aquí va.

Primero tengo que decir que soy un animal total mente contradictorio, porque a pesar de que en lo personal me conviene que haya salido la Bachelet, estoy convencido que lo que le conviene a Chile es que haya alternancia entre las coaliciones, y que a pesar de tener preocupaciones acerca del rol de Piñera como presidente, igual lo apoyé. Y a mi pesar, lo apoyé como el mal menor porque he visto lo que ha pasado en otros países latinoamericanos donde una coalición o un partido se eterniza en el poder. La alternancia es importante para que funcione la democracia representativa, para que las dos coaliciones tengan capacidad de probarse en la cancha, y para que el aura que otorga el haber sido parte de la administración pública de alto nivel, léase cargos políticos, se reparta entre los dos lados más o menos equitativamente. Los cargos públicos se reparten, y se reparten en un proceso que a alguno de los beneficiados le he oído describir como “despostar el animal”. Otros lo llamarían repartirse el botín, pero eso suena más a empresario capitalista de derecha.

A pesar de que esa es mi visión, me atrevo a decirle a quién me pregunte, especialmente a los extranjeros, que elegimos a Michelle Bachelet como presidenta de Chile. Si, sorpréndase, digo “elegimos”, no digo “salió elegida” o “eligieron”. Lo digo porque los chilenos la elegimos de acuerdo con un proceso democrático para escoger nuestros representantes, proceso al que adhiero y cuyos resultados respeto y, aún más, estoy dispuesto a defenderlos aunque no sean mi preferencia. Es el mismo sistema que la obliga a ella a ser presidenta mía, y a representarme y contribuir al bien común que me es común a mi también. Independiente de por quién haya votado yo, ella asume un compromiso conmigo también. Por eso digo “elegimos la primera mujer presidente de Chile”.

Ahora si me preguntan por qué la elegimos, aquí es dónde seguro meto la pata. A primera vista, la elección que iba a ser muy peleada, no lo fue tanto, porque por lo que hemos ido aprendiendo en Chile, elección peleada es una que se gana por unas decenas de miles de votos, no por centenas de miles, o por casi medio millón de votos como fue este caso. Mirando las frías estadísticas, uno debería decir que Bachelet ganó porque en la segunda vuelta de votaciones, los votantes de Hirsch de la primera vuelta se pasaron a Bachelet, y hubo algunos de los votantes de Lavín en la primera vuelta no se pasaron a Piñera. Mujeres en particular. Simple, ¿no?

Pero la pregunta de fondo es por que sacó tantos votos en la primera vuelta, tanto así que esta señora tiene mas apoyo que el que tuvo Lagos cuando lo elegimos. Es una coalición que está un poco gastada, que a pesar del crecimiento que le ha dado el modelo de economía de mercado, no ha sabido resolver los problemas de desigualdades, y a pesar de la modernidad que le ha logrado dar a la infraestructura del país, ha logrado poco en términos de crear una sociedad más integrada. La corrupción ha asomado su asquerosa cabeza en algunos lugares, y asusta a muchos que nos vayamos a convertir en otro país bananero. Los cargos públicos de nominación política son vistos por algunos como el botín a repartir, y a partir de los cuales se perpetuarán en el poder, repartiendo favores e interviniendo en las elecciones para torcer los resultados y seguir rotandose en distintas partes de la administración pública. De eso se trata esto de que hay “nerviosismo en los partidos por silencio de Bachelet ante la conformación de gabinete”. No saben si les van a respetar los “derechos” de cada partido a ciertos puestos y cuotas de poder en el gobierno. Suponen que si pero la presidenta no habla mucho sobre el tema y da la impresión de que va a tomar una decisión independiente. O al menos eso es lo que nos quieren hacer creer a los que vemos estas cosas desde la galería.

Mi tesis es que la señora Bachelet sacó votos porque representa un cambio cultural que a muchos chilenos les gustaría tener. Ya que no nos pudieron ofrecer en cambio de calidad de gobierno que, en un período de bonanza económica extraordinaria, sea capaz de resolver las aspiraciones inmediatas de los chilenos de más trabajo, menos delincuencia, mas educación y más salud, nos ofrecen un cambio también muy necesario. El avanzar en reducir las discriminaciones, el levantar el talento de un grupo humano históricamente subyugado al genero masculino (no podemos decir “minoría”, porque técnicamente las mujeres son mayoría en Chile), y ponerlo a la par del talento masculino. Ese sólo hecho es un generador de autoestima enorme entre las mujeres, y nos abre posibilidades de generar un ambiente en que las mujeres talentosas no desperdicien su talento. Y eso debería comenzar a generar un proceso de ilustración que nos lleve a discriminar menos a otras minorías, como los indígenas, los gays, las clases bajas. Porque ese monstruo asqueroso de mil cabezas que es la discriminación y el prejuicio todavía esta muy vivo en Chile, donde los comentarios ofensivos acerca de una minoría son pan de cada día, celebrados entusiastamente. Indio, maricón, flaite… Chistes despectivos sobre ellos. Discriminación al dar trabajo, al definir acceso a la educación. ¡Que desperdicio de talento! Ver que ciertos grupos humanos que forman la gran masa de l país siendo discriminados, y en ese proceso reduciendo su capacidad para hacer un aporte creativo a la sociedad, ayuda a entender por qué seguimos siendo un país subdesarrollado. Si, porque lo somos, y con todo. No basta tener lindas autopistas, espectacular metro, lindos edificios modernos y un Starbucks en cada esquina. También tenemos que igualar las oportunidades para que todos partan de una posición relativamente parecida y tengan posibildades de llegar a metas parecidas si tienen similar talento y las ganas. Estamos muy lejos de eso, pero una menor discriminación sistemática es un paso en ese sentido. Y uno importante.

El otro paso que hay que dar para igualar oportunidades esta en la educación. El acceso a educación de buena calidad para todos es fundamental para llegar a ser un país desarrollado y para que todos partan de posiciones parecidas. Pero en eso creo menos en las capacidades de la señora Bachelet. Porque es un tema que requiere mucha creatividad y salirse de las formas tradicionales de pensar las cosas. Chile necesita desesperadamente invertir en su capital humano, y a pesar de que en estos tiempos los altos precios de los commodities nos están subiendo el ingreso, no alcanza la plata. Se ha aumentado el gasto en educación, pero la educación pública chilena gasta una fracción bastante menor que el gasto por alumno en los colegios privados que acaparan los mejores puntajes en la PSU. Claro, no basta con el gasto, hay que gastar bien, y con el gremio de profesores que tenemos, lograr hacer cambios que hagan más eficiente el sistema parece casi imposible.

¿Por qué no tomar el capital físico, que tiene el Estado de Chile, hacerlo líquido y reinvertirlo en capital humano? Cuando hablo de capital físico me refiero a la minería del cobre, y a las empresas en las que sigue metido el Estado de Chile, sin que sea en un rol subsidiario. Para mi eso resulta evidente, ya que los países donde las cosas andan bien son los que tienen gente educada, no los países donde el gobierno tiene grandes empresas.

Que lindo sería ver que el valor que anunció el Presidente Lagos que tendría Codelco, de 24 mil a 27 mil millones de dólares, aplicado íntegramente a aumentar el capital humano de Chile por la via de la educación. Y hacerlo ahora que el cobre está por las nubes. Vender la empresa de una vez en una gigantesca colocación accionaria, y meter la plata en un fondo que sólo se gaste en educación. Hacer lo mismo con Enap. Y dar un salto en desarrollo de verdad. No creo que la señora Bachelet vaya a hacer algo así.

No se si debiera referirme a la Presidenta Electa como “Señora Bachelet”, o adoptar uno de los tantos sobrenombres que ya le han dado. Curioso que a ella le llueven los sobrenombres paternalistas y machistas, como “Gordi” , “La Gordita”, “La Bache”, no recuerdo sobrenombres a Lagos, a Frei o a Aylwin, a quién a lo más le decían “Don Patricio”. Bueno, señora, le toca bancarse esa porquería, usted va a contribuir a cambiar esas cosas.

No, no creo que sucedan cosas que nos den un gran salto que necesitamos para pasar a ser un país desarrollado y con iguales oportunidades para todos. Pero si vamos a avanzar en modernizar las mentes, reducir la discriminación. Y probablemente terminemos el cuadrienio con unión civil para parejas del mismo sexo en Chile, hasta posiblemente en condiciones de levantarle algo del flujo de turismo gay a nuestros vecinos Argentinos. Un destino para los gays aficionados al outdoors, mientras Buenos Aires avanza en convertirse en la meca del turista gay urbano.
 
Saturday, January 14, 2006
  Caminata
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Sali apurado a tomar un taxi para llegar a la oficina de DHL antes de las 9 PM, y meter la cajita que me mandó Apple para que les despachara el iPod que se murió. A ver si me mandan uno nuevo o lo reparan antes de que me vaya a Santiago. Tomé un taxi de esos amarillos y a carrreritas con los semáforos, llegamos justo a las 9. Si estaba tratando de apurar la llegada del paquete, resultó. Prácticamente dejé la caja arriba del camión, la dirección que me dieron por teléfono, 33 E 33 Street era una estación de envío, una especie de central de correos para paquetes enviados por courier.

Una vez entregado el encargo, siendo tarde ya y con bastante frío, casi bajo cero, opté por caminar las cuarenta y tantas cuadras de vuelta a mi departamento. Ahí estaba, parado en una calle bastante oscura, con una sobreabundancia de restaurantes chinos y vietnamitas, a una cuadra del Empire State Building que se empina por sobre la 5ª Avenida. Me acerqué a los pies del gigantesco edificio y por supuesto había un Starbucks en la esquina. Me metí a curiosear, no tenía ganas de tomar café a esa hora, y me fijé en la concurrencia. Lo primero que me llamó la atención fue que el Starbucks decía “Always Open”. Y luego la cantidad de asiáticos, algunos como monos animados hechos en Japón, otros con los ojos redondeados a punta de pinturas y el pelo en mechones teñidos rubios con toques de otros colores como rojo, verde o lila. Pensé en comer algo, pero esos sándwiches remojados del Starbucks, que deben ser ricos cuando están recién hechos pero que saben a pan remojado en sopa cuando llegan a las manos de uno, no lograron tentarme. Salí y crucé la calle para ver que mas había por ahí. Papaya Dogs…, Wendy’s… una fauna humana de esa que se viene bajando del bus o del tren, recién llegados a NYC, varios todavía con la maleta a cuesta. Caras de susto, de que van a enfrentar una nueva vida en la ciudad. Algún estudiante haciendo las tareas. Universitarios blancos modestos con mochilas sentados en el Wendy’s, oyendo un poco de musica mientras estudian y se comen una hamburguesa. Una mujer negra, grande, gorda, con trencitas que le caen en la cara, con una amiga latina, ambas de uniforme de alguna tienda o servicio de aseo, poca gracia, comiendo la dosis diaria de grasa y carbohidratos en exceso. Por unos cuantos dolares te llegas suficiente carne molida grasosa y papas fritas como para no sentir hambre por varias horas, súper size. Se me revolvió el estómago y decidí que caminar con hambre de vuelta hacia uptown sera la mejor opción.
Me fui zigzagueando, 5ª, Madison, Park Ave. Seguí por Park hasta que me encontré frente a Grand Central Station. Me di cuenta allí que no había estado en GCT desde que me instalé en NYC. Hace años que la remodelaron y no me había recorrido partes de la estación. Entré para cruzar por dentro y ver si compraba algo para comer en los tantos negocios que hay para los commuters que agarran algo a la rápida en camino a su tren. Soldados con tenidas de camuflaje para intimidar a los terroristas, niños en realidad, latinos, negros y white trash. Asustados tratando de poner cara de autoridad mientras a su alrededor pasan apurados miles de empleados que regresan a los suburbios. A esa hora ya son los que trabajaron un poco tarde, y se ve el chico lindo de Connecticut que se ve que viene regresando de su primer trabajo todo encorbatado pero incómodo con los zapatos. Metido en la ciudad llena de gente de pieles de todos colores, andaba con susto, después de haber pasado la vida jugando con pelotas en los campos verdes de las afueras.

Bagels, sándwiches de deli, sopas calientes a elegir… no me tienta nada y me meto por las escaleras mecánicas que llevan al edificio de Met Life y a la salida para seguir por Park Avenue hacia el norte.

Ya me voy acercando a la salida cuando se me cruza Pedro, un amigo mexicano con el que trabajé hace años. Está trabajando por ahí cerca, y vive en las afueras donde todavía tiene una casa. A pesar de que su mujer se fue para Mexico hace rato. Pensando volver. Iba con un colega de su trabajo a tomar el tren. Me había fijado en la hora a la que salía el siguiente tren hacia su estación. Costumbre de la época en que yo tomaba el mismo tren. Por lo que le dije que le quedaban 4 minutos y que en vez de hablar paja se fuera a alcanzar el tren. Que el lunes almorzáramos.
Salí a Park Avenue donde ya no quedaba mucha gente. Seguí caminado hasta que me acerqué al Citigroup Center, ese edificio que tiene el techo inclinado. Ahí sentí que al pasar por un deli mis tripas sonaban y no resistí meterme a comer unos fideos chinos con tofu en un plato plástico en el segundo piso. De esos lugares que te venden a 5 dólares la libra de comida, sea lo que sea que saques. Comí mucho. Siempre uno calcula mal.
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Seguí caminando y a lo lejos le tomé una foto al edificio ese. Resalta sobre los edificios bajos y oscuros de Midtown East. Finalmente llegué a mi casa. Me sentía raro, había andado por un Manhattan que ya no veo, con el que no tengo contacto. La parte menos cool de esta ciudad, los suburbanos, los recién llegados. No era el Soho, ni Tribeca, ni Chelsea. Ni siquiera Hell’s Kitchen. No, ninguno de los lugares cool. Nada de chicos flirteando con otros chicos, gimnasios glamorosos o clubes con bouncers. ¿Manhattan real?
 

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