Historias de un Huracan sin rumbo
Tuesday, June 27, 2006
  Desfilando
La primera vez que oí hablar del desfile del orgullo gay, la “Gay Pride Parade” de New York mi reacción fue parecida a muchas que todavía veo en mucha gente. Un poco de incredulidad y shock, escándalo cuando vi fotos de hombres en “drag”, tipos con zapatos de taco alto bailando por las calles y otros espectáculos que me parecían una caricatura de ser gay, casi una burla y que sentí que no me representaba de ninguna manera. Mi impresión era que esa exposición pública de cosas tan “amariconadas” le hacía daño a los gays “normales”, los que no andan con tacos y no se exhiben en la vía pública con poca ropa. Además me molestaba que hostilizaran a la iglesia católica, enfrentando a los manifestantes frente a la catedral de San Patricio. Todo esto ha cambiado, hoy, soy el primero en aplaudir la marcha del orgullo.

El domingo vi por primera vez al desfile en vivo, no a través de fotos sensacionalistas en los diarios, ni cortos de televisión que buscan crear una imagen particular del desfile. Me habían invitado a desfilar mis amigos del equipo de Rugby, y también los del Club de Ski. Después de que me preguntaron varias veces si iba a ir, decidí que no era lo suficientemente hombre como para recorrer la Quinta Avenida de Nueva York dejándole saber a todo el mundo que soy gay. Que a pesar de saber que lo soy, de sentirme bien conmigo mismo, y de ser capaz de enfrentarme a mucha gente y decirselo, no soy capaz. Será por conveniencia, por miedo, por donde estoy en la vida y quienes dependen de mi. Seguro que puedo inventar una razón noble, pero la verdad es que me faltan pelotas. Pelotas que reconozco que mis amigos tienen. Mis muy maricas amigos.

Me sentí por un momento como cuando no me atrevía a tomar un número de Out y pasárselo al vendedor de la revistería por miedo a que alguien me fuera a ver comprando una revista gay. O cuando pagaba en efectivo por alguna estúpida razón, tal vez tenía miedo que el vendedor fuera a fijarse en mi nombre en la tarjeta de crédito y ponerla en la lista de maricones que compran en la tienda. Cómo si a alguien le importara.

John se reía y me decía que cuando más iba a poder jugar con una pelota de rugby, lanzándola a lo largo de la Quinta avenida sin tráfico, y que te aplaudieran por hacerlo. Y me describía la llegada a Greenwich Village, donde realmente el desfile llega a casa, dónde los que están a lo largo de las calles y los que están desfilando se confunden y celebran todos juntos. Que es una experiencia única. Con la sensación de ser gallina, y sabiendo que me perdía algo, le dije que no, que ese era un salto que todavía no estaba listo para dar.

Los equipos de deportes que desfilan son los últimos en entrar al desfile. Se juntaron en la calle 54 entre Madison y la Quinta, frente al restaurante Bice. Ahí estaba Tim, pareja de mi amigo Greg, listo para encabezar la marcha con su polera roja de Marshall del desfile. Se veía lindo, uno de los más atractivos de todo el equipo. Entusiasta, masculino, orgulloso. Viene del medio oeste, tiene su pareja desde que empezó la universidad, con quien ha armado su vida y ya llevan 10 años juntos, a pesar de las canas al aire que dispara mi amigo Greg. Ahí estaba, dispuesto a decirle a todo el que lo quisiera saber que el es gay. Vive con Greg en Queens, Jackson Heights, un barrio modesto y de una diversidad infinita. Son jóvenes y están empezando su vida en New York donde les va a ir bien, y es una vida ciento por ciento honesta, en que están dispuestos a mostrar quienes son a quién quiera saberlo. Con toda la energía para agarrar por las astas a ese toro que es New York. Me siento privilegiado de conocerlos.

Saludé a Tim y y su respuesta fue una sonrisa bastante fría, lo que me hizo sentirme como una rata de alcantarilla. Creo que el asunto entre Greg y yo no le es indiferente a Tim. Y me di cuenta que yo soy el menos hombrecito de los tres, incapaz de pararme frente a toda esa gente y decirles que soy gay. No me dijo nada. Solo me miró y desvió la vista inmediatamente después de concederme un pedazo de sonrisa forzada. Con una dignidad a toda prueba.Pensé en desparecer por los desagües de la cuneta de la calle, como le corresponde a una rata de esa calaña.

En ese momento me golpeó con toda su fuerza el por qué de este desfile del orgullo gay, cómo ayuda a marcar el punto en que te reconoces como persona digna y que no le tienes que dar explicaciones a nadie por ser quién eres. Se me erizaron los pelos y me dieron ganas de darle un abrazo a Tim y decirle cuanto lo admiro, cuanto me hubiese gustado ser como él. Pero tampoco fui capaz, y me di media vuelta y me fui con mi amigo Eduardo a ser espectadores de la marcha.
 
Friday, June 16, 2006
  Underwear
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Quiero aclarar que, tal como muestra el detalle de la foto, el minito si usaba underwear... ¡Y si hacía calor!
 
  ¡PuertoRico!
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Domingo 11 de Junio, día del desfile puertorriqueño en Nueva York. Andaba por midtown con mi amigo Eduardo que vino de Philadelphia por el fin de semana, cuando al acercarnos a la 5ª Avenida nos fuimos dando cuenta de que algo bastante bullicioso estaba pasando. A medida que nos fuimos acercando, al ver la multitud de banderas con un triángulo azul, estrella blanca y franjas rojas, nos resultó evidente que era el día de la Puerto Rican Parade.

No entiendo muy bien a los puertorriqueños, a pesar de que hay varios millones de ellos en la ciudad en que vivo, y que me los encuentro por todos lados a toda hora. Desde los porteros de mi edificio hasta una de las secretarias de mi oficina y un jefe que tuve hace unos años. Son diferentes a nosotros, Eduardo y yo, que somos latinos del cono sur y que, en las categorías en que clasifican a la gente en este país, estamos en el mismo lote que los Boricuas, nos sentíamos como cualquier turista japonés frente a ese despliegue colorido de humanidad que es la parada puertorriqueña. Y cuando digo ésto no lo digo con la típica actitud provinciana de mis compatriotas que se consideran superiores a los originales de zonas tropicales por el sólo hecho de que hablan con un acento diferente y bailan ritmos como la cumbia y la salsa. Por el contrario, lo digo con cierta admiración y envidia, son diferentes a nosotros y hay muchas cosas d ellos que me gustaría tener.

Lo primero que me llama la atención es la alegría de vivir que muestran los boricuas, y la intensidad con que andan por el mundo. Cuando uno está alrededor de ellos se siente una vibración acelerada, como la sensación de un resorte comprimidocon toda la energía adentro y a punto de dar un salto. Y también de que están agarrando la vida con las dos manos para vivirla intensamente, inependiente de dificultades o pellejerías. Me dan la sensación de evaluar a las personas por los sentimientos que les inspiran mas que por lo que aparentan, visten o tienen. Por supuesto que estas son generalizaciones que no tienen mucho fundamento, excepto mi experiencia personal. Pero eso es lo que me viene a la mente cuando pienso en los puertorriqueños.
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La multitud que llenaba la 5ª Avenida era gigantesca y se mantuvo desfilando por horas y horas, literalmente habia millones de personas en la calle. Personas de todos los colores, pero la mayoría eran morenos claros, de un color parecido a las avellanas a medio tostar, de piel lampiña y rasgos que reflejan una mezcla de Europa, Africa y America. Son realmente una raza hermosa, hombres y mujeres. Viejos y jóvenes. Era un placer pasearse entre esos miles de ejemplares caribeños vestidos de rojo azul y blanco, algunos mostrando bastante piel. Caso aparte era la cantidad de muchachos e cuerpos musculosos y muy bien trabajados, muchos de ellos tatuados, que se lucían sin camisa para el deleite de mi amigo y mío. Me quedé pegado mirando con la boca abierta más de una vez.
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Me dijeron que la Jennifer López encabezó el desfile con la Hillary Clinton. Pobre Hillary, tener que pararse al lado de esa tremenda mina que le ha de haber resaltado la falta de gracia y lo desabrido de sus colores. Pero son muchos los votos de los puertorriqueños, como senadora del estado, y como futura candidata presidencial. Le viene bien una aparición en televisión nacional, ahora que el voto hispano está en tierra de nadie por la gran cagada que hay con la inmigración. A pesar de que eso a los boricuas no les va ni les viene. Porque son ciudadanos americanos y nada les impide venirse de la isla a Nueva York, o a cualquier otra parte del país. A nueva York llevan décadas trasladándose, y son una comunidad enorme, muy concentrada en el Bronx y en Spanish Harlem.
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El otro espectáculo eran los policías de Nueva York encargados de la seguridad y el órden del desfile. Como siempre grandotes, gritones, y algunos muy guapos. Si, gritones, se imponen a gritos autoritarios y con algo de rabia. Asustan, no convencen, no corren el riesgo de que alguien les discuta, simplemente plantan el grito. Y si las cosas se ponen feas, están los que te echan el caballo encima. Literalmente, andan a caballo y están listos para intervenir y controlar a la multitud. Pero esta multi tud no se portó mal, al contrario, era bastante ordenada y obediente. Claro que había algún boricua fumando marihuana por ahí, pero nada que no se vea a diario en algunos barrios de la ciudad.

No pudimos llegar al Central Park a dar un paseo y almorzar por culpa del desfile, por lo que agarramos almuerzo por ahí en un local mediocre con mesas en la calle. Y partimos en mi auto a dar una vuelta al Soho. No alcanzamos a llegar, y me convertí en un muy mal anfitrión para mi visitante. Sonó mi teléfono y era Greg. Acababa de salir de la oficina, pobre, es periodosta y trabaja los domingos. Me invitó a pasarlo a recoger ahí al lado de Madison Square Garden, y después ir a su casa. Eduardo fue muy amable de sugerirme que lo dejara en Penn Station para volver a su casa, por suerte andábamos con su equipaje. Lo dejé en la misma esquina en que recogí a Greg, y partí con mi amigo periodista a su departamento en Queens. Tim andaba en un asado que hicieron de término de la temporada de rugby, y greg le dijo que me iba a invitar.

Pasamos al supermercado, cerca de su casa, para comprar algunos ingredientes que le faltaban porque me había invitado a comer su pizza de papa. Curioso ingrediente para una pizza. Hizo hasta la masa y quedó deliciosa. Comimos, tomamos una copa de vino, y lo que hicimos después escandalizó al gato. Terminamos en el sofá viendo desastres naturales en el Discovery Channel mientras comiamos el verdadero postre, helado de chocolate.

De nuevo me encontré manejando de vuelta por Northern Boulevard hacia el Queensboro. Se acabó el fin de semana.
 
Friday, June 09, 2006
  Social Butterfly
Mi amigo David es un animal sociable, y con sus más de sesenta años desarrollando su network, es capaz de reunir en su loft del Village a una colección impresionante de gente. En este caso era a beneficio de una fundación que financia directamente investigación acerca del sida.

Llegué un poco tarde, y arrastré a mi amigo John para que cooperara y también para que conociera más gente. Mi amigo es un poco emotivo y cuando me encontré conversando con un muchachito guapo que a él le había gustado, decidió que era tarde y se fue. Medio enojado me parece. Yo solo estaba conversando con él porque era el único otro buen esquiador que pude encontrar en la fiesta. Siempre estoy atento a buenos esquiadores gays, ya que me cuesta encontrar compañía para las pistas doble negras. Y este había sido competidor e instructor, además de estar guapísimo.

Lo primero que me sorprendió fue encontrarme con Terry, un antiguo novio del dueño de casa, nos conocimos hace como 13 años, en los tiempos en que David todavía estaba casado y eramos vecinos. En esos tiempos era Gimnasta y estudiante de la Escuela de Negocios de Columbia, compañero de Steve, el centro de mi atención por esos días. Con la diferencia que Terry es mucha mas cercano a mi edad que a la de Steve, es decir era un estudiante tardío.

David tiene pareja hace más de 8 años, y Terry no es parte de la ecuación, supongo. Flirteamos toda la noche, y si mal no recuerdo le di mi numero de teléfono… Claro que se lo di, pero para variar se me olvidó pedirle el de él. Porque yo estaba muy ocupado flirteando con otra media docena de guapos, con un par de tragos encima y toda esa gente linda me sentía como un niño en una tienda de dulces, incapaz de decidir.

Entre los dulces que había en esta fiesta había un muchacho “Allegedly Straight”, rubio estupendo, el único que realmente le hacía la competencia al modelo de ropa interior másculina que atendía el bar. Flirteó con todo el mundo, con las mujeres y con los hombres, incluyendome. Fue un exceso cuando me dijo que tenía los abdominales marcados y me dejo tocarselos . Realmente parecían tallados en mármol. En fin, me dio su tarjeta y yo probablemente le di la mía, supongo que para hacer negocios, ya que trabaja en algo muy relacionado con lo mío.

También conocí a un tipo mayor, como de la edad de David, pero que evidentemente había sido extremadamente buen mozo en su juventud, porque todavía esta estupendo. Simpaático, es un ejecutivo de bienes raíces, y me encontré con el hablando de Rounds, el antiguo bar de hustlers que había en la calle 53. Ahí donde pasó uno de esas aventuras relatadas en mi otro blog. Ya la pondré de vuelta en la medida que avance en la republicación de ese blog.

Al final nos quedamos unos pocos, David y Cris, la hija de David con su marido, el muchacho straight, Terry, un joven con aspecto de irlandés y yo. El joven de aspecto irlandés resultó ser un chef medio famosillo. Famosillo y también emparejado, pero andaba sólo en la fiesta. Como siempre, en una fiesta con cien hombres guapos, terminé escogiendo uno que tiene pareja. O él me escogió a mi. Me encontré besándome con él en el ascensor, que afortunadamente es el ascensor más lento que conozco. Compartimos un taxi, a pesar de que el estaba en la dirección contraria a la mía, pero lo pasamos fantástico en el taxi muy a pesar del chofer. Un encanto de cocinero, que no podía entender por qué yo no tenía pareja. Le dije que yo tampoco. Pero asi es no más. Me respondió que él era una perfecta esposa. Guapo, inteligente, y además cocina rico. Que pena que está emparejado. Igual tengo su teléfono.

No creo que escoja a los que están emparejados para evitar involucrarme, pero terina siendo así. O será que los que valen la pena ya alguien los encontró antes que yo. Entré tarde en este juego.
 
Wednesday, June 07, 2006
  Mi infiel favorito
Siguiendo con el tema de la infidelidad, hoy me llamó Greg. Eran las dos y media de la tarde y medijo que iba saliendo del gimnasio, y que tenía que estar en el trabajo a las cuatro. Sonó a insinuación, ya que me preguntó si estaba trabajando en la casa o en la oficina. Le expliqué que en la casa pero que me iba pronto a la oficina y no me di por aludido. En una hora y media pordríamos haber hecho mucho. Pero ya basta, tengo responsabilidades.

Le dije a Greg si nos veíamos más tarde en la semana y lo invité para que fuera a la fiesta de beneficio que está dando mi amigo David el Mayor en su lindo loft del Village este jueves. Le mandé la invitación electrónica y ya me contestó que se iba a Philadelphia el jueves. Una pena, lo había invitado a que llevara a Tim también.

Todo esto me recordó a mi infiel favorito, Paul. El que conocí hace como dos años y todavía sigue muy arriba en la lista. Ese es un caso que está al otro extremo de Greg. Su pareja no tiene idea de que cada tanto tira una canita al aire con el Huracán. O con algún otro patas negras por ahí. No sólo no sabe, sino que Paul vive aterrado de que pudiera llegar a saber. No se atreve a que lo vean en la calle conmigo por si lo ve algún conocido y tuviera que explicar quién era yo.

Llamé a Paul para ver si podíamos vernos al final del día hoy. Me dijo que tenía que hacerse un exámen médico a las 5 y que después podía pasar por mi departamento. A las cinco y media me llamó para decirme que había cambiado la hora para el jueves porque había mucha gente ahí y que estaba justo abajo de mi oficina. Bajé en cuanto pude y ahi afuera estaba, tan guapo como siempre, con su cara de niño malo del coro de la parroquia. Se estaba poniendo a llover, por lo que tomamos un taxi y llegamos ràpidamente a mi casa. Creo que más que la lluvia le urgía tomar un taxi para no caminar por el medio de Manhattan con un hombre no identificable por parte de los amigos de su pareja que pudieramos encontrarnos en el camino. La paranoia máxima.

Subimos y como siempre Paul se portó a la altura. Lo pasams fantástico entre lo que conversamos y todo lo demás que hicimos. Incluso de la fidelidad o falta de ella con su pareja. Casi le dije que si no fuera por su infidelidad le harìa empeño para que dejara al otro y fueramos más que los fuckbuddies que somos ahora. Pero obviamente me pondría los cuernos a mi también.

No tiene planes de dejar a su pareja ni de plantearle que tengan una relación abierta. Sabe que ardería Troya si siquiera lo insinuara. Está preparando unas vacaciones que se van a tomar en Junio en Umbria, Italia. Preocupado de recordar suficiente italiano como para poder hacer las compras para la cocina. Todo normal en esa pareja, no hay sospechas de infidelidad. Y lo quiere dejar asi, por lo que cuando yo saí de mi edificio con él para ir al gimnasio y él para ir a tomar el metro de vuelta a Brooklyn, insistió en que nos fuesemos por distintos caminos, aunque perfectamente podríamos haber caminado juntos. No nos vaya a ver alguien....
 
Monday, June 05, 2006
  Angel en reparación
El ejecutivo de la empresa insistió en que me mandaba al aeropuerto con su chofer. Eran ya las 8 de la noche del viernes y según me explicó era “Quincena”, lo que significa que a los asalariados mexicanos les habían pagado ese día y el movimiento en el DF se incrementa mucho por la cantidad de gente que sale a divertirse y gastar su recién recibido salario. El tráfico estaría mortal.

Mi orientación en el DF es de las peores, relativas a otras ciudades a las que voy con alguna frecuencia. Me cuesta mucho encontrar puntos de referencia, y también saber en que dirección me estoy moviendo. Por eso me subo a un taxi y me da pánico el no saber donde carajo estoy, ni para donde voy ni cuanto falta para llegar. Con ansiedad trato de identificar puntos en la ciudad cuando la sobrevuelan los aviones en que he llegado a aterrizar al Aeropuerto Benito Juárez, y a veces resulta. Me compré un mapa y memoricé algunas partes de la ciudad. Pero en general, me pierdo.

Por eso cuando salimos de Lomas de Chapultepec y enfilamos hacia el suroeste por Reforma en medio del parque, le comenté sonriente al chofer, “Esto es Reforma, ¿no es cierto?... lo que pasa es que me cuesta mucho ubicarme en Ciudad de México”. El joven morenito, bajo y de pelo negro azabache que manejaba el SUV a mi lado me miró feliz de que lo estuviera acompañando en el asiento delantero y comenzó a explicarme que si, que era Reforma... que esa avenida cruzaba toda la ciudad. Y para mi sorpresa siguió por reforma sin siquiera intentar subirse a alguna de las autopistas que conducen al aeropuerto. Y comenzó a hablarme y hablarme. Me di cuenta de que era un guía turístico frustrado. Se ofreció para sacarme a pasear si volvía otra vez con más tiempo a México.
Y bueno, por la derecha pued eusted apreciar el edificio de... y por acá el de... y este monumento aquí en la glorieta es la Diana Cazadora, siguiendo por acá esta la Zona Rosa. Interesado, le pregunté, “¿Por qué se llama la zona rosa?” . “No sé”, me dijo. Ah, pensé, de guía turístico te mueres de hambre, chaparrito. Tampoco me explicó que por ahí hay una buena cantiadad de bares gay, librerías y otros locales por el estilo.

Siguió el tortuoso viaje por el tráfico imposible de Reforma a esa hora, y me explicó que el Monumento del Angel, en la siguiente glorieta, estaba en reparaciones. No se podía ver, con andamios cubiertos y una estructura de madera sobre la imagen del ángel. El Angel de la Independencia. Cerrado por reparaciones. Seguimos hacia el centro histórico y ahí me insitió que tendría que traerme a conocer esta parte, el zócalo, la catedral, el palacio degobierno. No tuve corazón de decirle que ya lo conocía y lo había recorrido en detalle algunos años atrás, la primera vez que fui a México.

Le pregunté por el terremoto ese de los ochenta. El que destruyó muchos edificios modernos en la ciudad y causó muchos muertos por las fallas estructurales de esdificios contruidos sin cumplir los estándares oficiales. Ahí el tour se convirtió en surrealista, porque me empezó a describir los edificios que había en los terrenos todavía vacíos que había en la avenida. Y la explicación de una serie de torres que se cayeron y aplastaron a una enorme cantidad de gente ahi mismo.

Siguió acercándose al aeropuerto, pidiendo disculpas cuando tenía que pasar por una parte fea de la ciudad “Sólo para acortar camino”. Como le dije que una vez había arrendado un auto y había salido de la ciudad a recorrer buena parte de México central, me empezó a recomendar paseos fuera de la ciudad que yo no había hecho, hacia Pachuca, me dijo. Al “Circuito Turístico”, que eso si que era realmente lindo. Que buscara para ir a alojar a una hacienda que hay por allí, dónde él había tratado de ir con su esposa una vez. Pero no encontró reservas y se fue a otro lado, porque a él no le avisan sino hasta última hora si va a tener días libres en el fin de semana. No supe que pensar, llamó a su mujer por teléfono para pedirle datos y nombres que me fue recomendando. Con eso me quedó claro que el muchacho no era de mi equipo, sino que tenía un genuino orgullo de ser de Ciudad de México y sólo me quería mostrar su ciudad. Yo con mi mente de alcantarilla pensé que tal vez tenía algo distinto en mente. No es que yo lo quisiera, al contrario, no tenía el menor interés y daba por hecho que no iba a proponerle nada a un contacto de negocios de su jefe. Pero su amabilidad me abrumó, y me hizo pensar que algo tenía en mente. Nada de nada.

México es un país muy especial, y me cuesta entenderlo a veces. Pero la gente es amistosa y medio pacífica, aunque vivan en esa selva de cemento que es el DF. La ciudad parece caótica, pero una vez que la ví de madrugada, cuando no había tráfico, y me pareció muy ordenada, hasta armónica. Lo que es caótico es el tráfico y la cantidad de gente que hay por todas partes.

La onda gay de México no la he descubierto aún. Lo que he visto ha sido un par de librerías y una cantidad de muchachos afeminados en la zona rosa. Pero estoy seguro que en una ciudad del tamaño y sofisticación de México tiene que haber una onda interesante. ¿Donde carajos está?
 
Friday, June 02, 2006
  ¿Criminal?
Dije que no quería incriminarme. Aún no logro discernir si lo que pasó después de la fiesta es crimen, pero me dejó una sonrisa en la cara por un par de días. Tal vez me estoy convenciendo de que no hubo crimen para mantener la sonrisa en la cara, y poder reincidir sin remordimientos.
Estaba parado al lado afuera de Webster Hall, la sede de la fiesta, conversando con algunos de mis amigos rugbistas que habían salido a fumar. Era eso de las once de la noche cuando se acercó agresivamente a abrir un espacio en nuestro círculo de conversación un tipo rubio de pelo corto casi militar, delgado, con una barbita candado preciosa. Unos ojos azules de esos que recuerdan al malo de una película de nazis, pero que también me recuerdan los de mi abuelita. Una mezcla de ternura con hijo de puta. ¡Guapo el flaco!.

No se que pasó, pero me encontré enfrascado en una conversación entre él y yo, y nos olvidamos del resto del grupo, entre los que estaba mi amigo John intentando conquistar al más guapo y caliente de sus compañeros de equipo. Eso me gusta de John, se fija objetivos altos. Casi dos metros mide este y es espectacular.

Volviendo a mi recién conocido flaco, Greg, se llama para efectos de este relato, con su pelo rubio y su piel blanca como el papel, me encontré conversando de política latinoamericana con un tipo sorprendentemente informado, con preguntas inteligentes y sentido del humor. Le preguntá qué hacía por allí, y con mucha soltura, me dijo que no jugaba rugby, sino que era “esposa”, que estaba casado con uno de los jugadores. Ah, bueno, pensé. No ubicaba a su pareja, pero me sentí invadiendo territorio ajeno, especialmente porque me estaba empezando a gustar el flaco. Le dije, volvamos a entrar a la fiesta, pensé, así me desembarazo de éste y no me meto en problemas. Entramos y me dice ven por acá, que por aquí es más corto para llegar al segundo piso donde es la fiesta. Lo seguí por el escape de incendios, una caja de escalas cerrada, donde no había nadie. Me esperó en el descanso de la subida, donde me arrinconó y me dio un primer beso en la boca y me dijo. “So, I see you like skinny boys”, “Sure”, le dije, “especially if they look like you!”. Allí me beso de Nuevo y ya no lo pude soltar. Me preguntó donde vivía, y ahí fue que me cayó la teja que era tercera vez que me lo preguntaba y le había dado antes respuestas vagas como “New York” o “Manhattan”. Le dije dónde, y le pregunté por qué quería saber. Y me dijo para ver la logística de dormir conmigo. Ufff, pensé, este guapo sabe exactamente lo que quiere y hace rato que lo decidió. ¿Será este un partido que quiero jugar?. Le pregunté si lo decía en serio, siendo él hombre casado y todo. Y me dijo que si, que le diera un minuto para avisarle a su pareja y ya.

No lo encontró en la pista de baile, así que bajamos con cierta prisa... ansiedad, ganas, no se... salimos casi corriendo de la fiesta y agarramos un taxi en la 1ª avenida. Le dejó mensaje en el celular a Tim, su pareja. Me puse a pensar en que carajo diría yo si mi pareja, teórica porque no tengo, me dejara un mensaje así. Y llevan juntos 10 años según me dijo, digamos que desde que ambos eran potrillos. Pero fue tan relajada la forma en que le dejó el mensaje, como quién le avisa que va a pasar al supermercado antes de llegar a la casa, que mi debilitada conciencia quedó totalmente apaciguada. Y me concentré en lo que sería la noche. Memorable.

Los hombres de piel blanquísima y delgados me producen algo. No se qué es. Pero el albino de El Código da Vinci me incita a meterme al Opus Dei a ver si conozco un numerario que se parezca a Paul Bettany. Greg no es albino, y creo que un par de días en la playa me lo dejarían tostado, lo que resaltaría sus preciosos ojos azules. Pero una piel blanca natural, blanca como la leche, en un hombre con una linda cara y modos masculinos me mata.
Así es Greg, y a le matan los hombres con contextura de rugbista. Como el Huracán. Y como Tim.

Era casi mediodía del día siguiente cuando por fin estaba estacionandome frente al departamento en que viven Greg y Tim, por allá en una linda zona de Queens. Habíamos recogido el bolso con la ropa de rugby que Tim había dejado en la casa de un amigo de ellos en Manhattan y previo aviso telefónico, Greg me llevó a su casa para presentarme a su pareja. Pensé en la vez que llevé a Steve a mi casa a conocer a mi familia. Sentí mariposas en el estómago, pero fui igual.

Tim estaba entre lavando ropa y ordenando el departamento, me saludó casi como un trámite y siguió haciendo lo que lo tenìa ocupado. Me sentí incomodo. Lo felicité por el partido que casi ganaron y le dije que había sido mala suerte. Que se lo merecían y que no era justo que en los últimos 15 segundos los sobrepasaran por un punto. Le brillaron los ojos y me preguntó en que equipo jugaba yo. Lo miré con cara de agradecimiento y le dije que no, que no jugaba, que estaba demasiado viejo para eso, pero que era amigo de John e iba a los partidos a apoyar a su equipo. El mismo equipo de Tim. Ah... me dijo, salúdamelo. Y siguió ordenando el departamento.
Miré a Tim y me vi a mi mismo, físicamente, hace 20 años. Macizo, musculoso, rugbista no muy alto. Con cara de niño bueno, el que hizo siempre todas las tareas y llegó a la hora. Greg, el niño malo, el que fumaba escondido en el escape de incendios... No se de Tim, pero Greg es inteligente, casi brillante, tiene una carrera que parece ir viento en popa, y lo hace bien. Pensé, ¿que hago yo metido con estos muchachos a los que les llevo una vida entera?

Me despedí, y ahí frente a su pareja me dijo, “I´ll call you”. Nervioso, bajé, me subí al auto y llamé a John para ver como le había ido con su compañero de equipo. Mal, me dijo. Enfilé por Northern Boulevard rumbo al puente Queensboro para cruzar a Manhattan, con una sensación rara. Mezcla de orgullo y vergüenza, orgullo por la conquista involuntaria, por haber sido el objeto del deseo de Greg, vergüenza por ser tan fácil de seducir, y por encontrar tan fácilmente justificaciones para salir con alguien emparejado.

Y no, Greg no resultó ser como el flaco de GLAAD que nunca me llamó. No había terminado el día y ya tenía un mensaje de voz en el teléfono. Al día siguiente un mensaje de texto y un dìa después un email. Supongo que la historia sigue.
 

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